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PERSONAJES DE LA CIUDAD

Osvaldo Aguiar: Más importante que no caerse, es saber levantarse”

Su abuelo fundó El Récord. Su padre y él continuaron con el legado. Cuando cerró, volvió al rubro con los fideos Luigi Veronelli. Rescata la importancia –en los negocios y en la vida– de poder sobreponerse a las dificultades. “Más importante que no caerse, es saber levantarse”

Se sabe que la fábrica de fideos El Récord fue un emblema de un Junín próspero. Y Osvaldo Aguiar es producto de ese germen. Su abuelo fundó la empresa, su padre la consolidó, él le dio vuelo hasta que, finalmente, los avatares de un país económicamente fluctuante hicieron naufragar el proyecto. Pero supo levantarse y volver a creer en su oficio, a partir de la fabricación de los fideos Luiggi Veronelli, que también tuvieron su época de apogeo. “Me caí y me levanté, me volví a caer y otra vez me repuse”, cuenta Aguiar, que en los casi sesenta años que lleva haciendo pastas, supo de buenos y malos momentos, como cualquiera que haya apostado a la producción nacional en las últimas décadas en nuestro país. Los primeros años Osvaldo recuerda que su abuelo –inmigrante europeo– había llegado a Junín después de trabajar para una condesa en Mar del Plata y aquí abrió una panadería junto con un socio de apellido Leal. Más adelante, se asociaron “con un tal Pérez” y pusieron una panadería y fábrica de pastas. Al tiempo, Pérez se fue y la sociedad se dividió: Leal se quedó con la panadería y fideos El Récord fue un emblema de un Junín próspero. Y Osvaldo Aguiar es producto de ese germen.

Su abuelo fundó la empresa, su padre la consolidó, él le dio vuelo hasta que, finalmente, los avatares de un país económicamente fluctuante hicieron naufragar el proyecto. Pero supo levantarse y volver a creer en su oficio, a partir de la fabricación de los fideos Luiggi Veronelli, que también tuvieron su época de apogeo. “Me caí y me levanté, me volví a caer y otra vez me repuse”, cuenta Aguiar, que en los casi sesenta años que lleva haciendo pastas, supo de buenos y malos momentos, como cualquiera que haya apostado a la producción nacional en las últimas décadas en nuestro país. Los primeros años Osvaldo recuerda que su abuelo –inmigrante europeo– había llegado a Junín después de trabajar para una condesa en Mar del Plata y aquí abrió una panadería junto con un socio de apellido Leal. Más adelante, se asociaron “con un tal Pérez” y pusieron una panadería y fábrica de pastas. Al tiempo, Pérez se fue y la sociedad se dividió: Leal se quedó con la panadería y  Aguiar con la fábrica de fideos.

“Mi papá empezó a trabajar allí siendo muy chico. Ya en sexto grado repartía el pan con mi abuelo”, recuerda Osvaldo. Lo cierto es que su abuelo, José, y su padre, José Manuel, empezaron a hacer crecer y consolidar el emprendimiento. Al retirarse don José, sus dos hijos heredaron la firma. Pero fue José Manuel quien quedó a cargo del lugar y, en ese contexto, sumó tres socios: Aníbal Tuso, Mirko Rosaspini y José Fandiño. “Tres personas extraordinarias, inmaculadas”, asegura Osvaldo. Cuando estas personas se jubilaron, Aguiar recompró la parte de cada uno. “Mi padre tenía una persona muy importante –puntualiza Osvaldo–, a quien yo considero como ‘el horcón’ de todo, es decir, la viga que sostiene al conjunto. Y esa persona era mi madre, Irma Vauthier. Ella bancaba todo y nunca la escuché quejarse”. Cuando murió su madre, “el elemento aglutinante”, la sociedad entre los hermanos se terminó y José Manuel compró la parte de Adolfo. “Mi viejo logró imponer una marca –sostiene Osvaldo–, había grandes empresas que no podían entrar al mercado local y regional porque El Récord era un monstruo”.

En El Récord

Osvaldo entró a la fábrica con quince años, a la par de los otros empleados, sin beneficios por su condición de hijo del dueño. “Recuerdo que había muchas mujeres en la parte de envasado. Estaba Juana Ise, una máquina de trabajar. Y otras dos mujeres que trabajaban mucho y bien eran la señora Dimarco de Echarri y Mirta Rubini, que entró a los 13 años”, evoca. Él, de a poco se fue ganando un lugar cada vez más preponderante en la estructura de la firma. Finalmente, cuando  su padre se retiró, se hizo cargo de la empresa. En ese momento se hacían unos 200 mil paquetes mensuales. El proceso de manufactura se fue automatizando: “Ahí compré una línea. Aumentamos la producción y si bien un mes llegamos a vender 700 mil paquetes, el promedio pasó a ser de 500 mil paquetes de fideos por mes”. Osvaldo rememora con profunda emoción aquellos años. Ya bien entrado en los '90, los avatares del mercado nacional hicieron que la empresa se cayera. “Me pasé de rosca”, reconoce Aguiar. Se infartó, sufrió una depresión, hasta que tuvo que malvender la compañía.

Luigi Veronelli

Debió pasar un tiempo hasta recuperarse anímicamente y volver a tomar impulso. Cuando estuvo preparado, volvió a lo que sabía hacer: fabricar pastas secas. Pudo adquirir un par de máquinas y comenzó a fabricar los fideos Luiggi Veronelli. Primero los vendió en Junín. Intentó seguir en la zona. Hasta que fue a Buenos Aires: “Fui a ver negocios, pero iba a cualquiera, los estudiaba previamente. Así tuve clientes muy importantes”. La calidad de su producto llamó  la atención de Eliagro, una distribuidora muy grande, desde donde lo convocaron para comercializar su marca. “Fue un paso muy importante y me metieron en todos lados”, asegura. Cuando la distribuidora cerró, siguió intentando en el mercado capitalino. Estuvo a punto de entrar a la cadena Jumbo pero a último momento se desató la crisis del campo, en 2008, y el supermercado suspendió los productos premium. “La pasé realmente mal”, reconoce. Intentó un tiempo más. Probó con un viajante. Fabricó pandulces. Pero ya nada fue igual Y, otra vez, cerró las puertas.

Balance

Con años de trayectoria e ideas para retomar la producción, Osvaldo ve el futuro con optimismo. Y al momento de mirar hacia atrás y hacer un balance, concluye: “Dios me ha dado mucho más de lo que me merezco. Vengo de una familia ejemplar. Toda la vida laburé, nunca robé, lo que tengo lo hice trabajando, mis hijos saben lo que yo hice, me caí y me levanté, me volví a caer y otra vez me repuse. Si me he caído es porque algo habré hecho, en alguna me voltearon y en otras fue mi responsabilidad. Pero aprendí que, más importante que no caerse, es saber levantarse.

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