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ENFOQUE

Obama vs. Romney, la batalla por la confianza

La gran discusión sobre los puestos de trabajo -que estará presente hasta la elección presidencial norteamericana, en noviembre- consta de una segunda trama que, en general, se ignora. Se trata de la creación de confianza: ¿Qué candidato inspirará mayor confianza y cuán importante es eso para acelerar la perezosa recuperación?
En un nivel, el combate político es sobre simbolismos. ¿Logrará el presidente Obama pintar a Mitt Romney como un depredador capitalista, que obtuvo su fortuna del sufrimiento de los demás? ¿O se las arreglará Romney para describir a Obama como un oportunista interesado, que castiga a las empresas simplemente para obtener ventaja política? Pero más allá de esta batalla yace la cuestión más sutil de las consecuencias económicas.
Entre Romney y Obama hay diferencias genuinas y profundas. Sin duda, es cierto que Romney comprende al sector privado mejor que Obama. Entiende intuitivamente lo que Obama, sin experiencia directa en los negocios, parece reconocer sólo intelectualmente: El crecimiento económico y la creación de trabajo dependen fundamentalmente de la rentabilidad. Las empresas no se expandirán si las regulaciones o los impuestos amenazan con reducir o eliminar las ganancias. La incertidumbre con respecto al futuro -inevitable en las mejores circunstancias pero multiplicada por políticas y acciones gubernamentales aún no conocidas- reducirá las inversiones al elevar el riesgo.

Dos escenarios

La implicación es que un presidente Romney actuaría a favor de las empresas en una manera en que Obama no ha actuado y en que, si ganara un segundo período, casi con certeza no actuaría. Es difícil predecir qué normas específicas cambiarían con Romney, pero la actitud subyacente sería diferente.
En contraste, el presidente Obama, aunque reconoce que el sector privado es el principal motor para la prosperidad norteamericana, ve el mundo empresarial como una institución defectuosa cuyos peores instintos deben refrenarse con la supervisión del gobierno. Sólo entonces se mantendrá la confianza de la población, permitiendo que el país goce de los frutos de las cualidades básicas del sistema. Según esta perspectiva, las empresas -y particularmente las grandes corporaciones- deben refrenarse, regularse y canalizarse para minimizar conductas poco éticas o indeseables y para avanzar el interés público.
En el primer período de Obama, la ley de regulación financiera fue el mejor ejemplo de este enfoque. Pero afloró en muchas áreas, desde la asistencia médica hasta los estándares de eficiencia de combustible en la industria automotriz. Sin abandonar "el mercado", Obama quiere moldearlo a su voluntad política. En cuanto a las ganancias, se supone que las empresas se cuidan solas.
Ambos enfoques apelan a la confianza: el de Romney, a la confianza de las empresas; el de Obama, a la confianza del consumidor.

Dos suposiciones

La suposición de Romney es que a menos que el clima empresarial mejore, la recuperación continuará a trancas y barrancas porque las empresas tardarán en expandirse, en contratar personal y en invertir en nuevas plantas y productos. La hostilidad de Obama hacia las empresas, en este enfoque, perjudica la economía.
La suposición de Obama es justamente la opuesta: La ansiedad sobre el futuro se ve impulsada, en parte, por el temor de que las empresas norteamericanas no tengan en mente el interés de Estados Unidos. Disipar esas dudas ayudará a restaurar la fe de la gente en el futuro y su voluntad de gastar.
Aunque algunos de estos argumentos sobre la confianza se hacen abiertamente, muchos están implícitos en la manera en que Obama y Romney hablan y se comportan. Es interesante que surjan justo cuando algunos economistas están acentuando el papel de la voluble psicología en la determinación de los ciclos comerciales. Durante años, el enfoque dominante ha sido explicar las vueltas de la economía mediante la interacción de variables mensurables: tasas de interés, ingresos, inflación, tasas de cambio, deuda.
Pero los cambios colectivos de humor son más importantes por ser "los que impulsan, en última instancia, la economía", sostienen George Akerlof (profesor de la Universidad de Berkeley laureado con el Premio Nobel) y el economista Robert J. Shiller (de la Universidad de Yale) en su libro de 2009, "Animal Spirits: How Human Psychology Drives the Economy, and Why It Matters for Global Capitalism" (Espíritus animales: De qué manera la psicología impulsa la economía y la importancia de ese hecho para la economía global). John Maynard Keynes, el economista inglés, fue el primero en acuñar la frase "espíritus animales".

La psicología

Akerlof y Shiller no están solos. Un estudio recientemente publicado por la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas concluye que los virajes entre el optimismo y el pesimismo de las masas "dan cuenta de más del 50 por ciento de las fluctuaciones de los ciclos comerciales". La psicología importa, incluso si (como es posible) estos estudios exageran su papel.
Lo que todo esto sugiere es que la campaña -hasta el momento- está siendo deshonesta con los electores y con el país. La gran discusión sobre los puestos de trabajo ha seguido un guión familiar. Tanto Obama como Romney prometen grandes avances y se critican mutuamente. El ingrediente que falta es una lógica que nos lleve de esta situación a la otra. ¿Puede defender el presidente por qué su antagonismo hacia las empresas no está debilitando la recuperación? ¿Puede explicar Romney cómo su actitud pro-empresarial no resultará simplemente en una conducta abusiva o en beneficios para las compañías?
Son buenas preguntas que aún no tienen buenas respuestas. 

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