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China, por su alta capacidad industrial, es el país con mayor producto bruto interno del planeta.
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China, entre la dictadura y el capitalismo

El presidente Xi Jinping, de 67 años de edad y 7 años en el cargo, imaginó para sí mismo un futuro de gloria como consecuencia de una primacía de su país a nivel mundial, alcanzada a través de su guía y de su conducción.
No son pocos dentro del Partido Comunista Chino (PCCh), partido único, quienes consideran a Xi como un nuevo padre de la patria a la altura de un Mao Tsetung, el otrora líder de una revolución china de la que no queda casi nada salvo la dictadura del partido y sus líderes, con Xi a la cabeza.
Xi, a quien dicha comparación, de momento, lo halaga, presenta dos características distintas del dictador Mao y coincide en otras dos.
Coincide, claro, en el férreo control sobre el país y sobre el aparato partidario con tolerancia cero para cualquier disidencia por menor que sea y en la subordinación de los derechos humanos a las razones de Estado, equivalentes a sus propias razones y las del PCCh.
Características distintas son, en cambio, la interpretación del marxismo y la orientación nacionalista que caracteriza la actual política exterior china.
Por interpretación del marxismo debe entenderse la contradictoria incorporación del capitalismo en la economía y en la sociedad, que no deja en pie prácticamente nada de cuanto predicaba el fallecido presidente Mao en la materia, ni Karl Marx, Friedrich Engels o la versión leninista del propio Vladimir Ulianov.
Por orientación nacionalista en política exterior, debe interpretarse la agresividad, inclusive militar, en sus fronteras y mares ribereños, y en la penetración en terceros países, inclusive de otros continentes, a través del empleo de todo tipo de recursos. 
Dos iniciativas dieron forma a esta orientación nacionalista. Una, de fondo, imaginada como una herramienta geopolítica. La otra, de coyuntura, improvisada ante la pandemia que afectó y afecta al mundo. La primera, la de fondo, es la “Nueva Ruta de la Seda”. La segunda, la coyuntural, es la “Diplomacia de la Máscara”.

El nacionalismo 
Poco después de asumir como presidente, Xi dio a conocer su plan estratégico “Nueva Ruta de la Seda”, consistente en el desarrollo de infraestructuras limitadas, al principio, a los países vecinos. Incluía el tendido de ferrocarriles, gasoductos y oleoductos; la construcción de puertos marítimos; y el desarrollo de un corredor económico que comenzaba en Xi’an, la ciudad desde la que partían las caravanas que recorrían la Ruta de la Seda en la antigüedad y que debía atravesar el Asia central para ingresar a Europa a través de Turquía y Rusia.
Después la iniciativa fue ampliada hasta alcanzar más de 100 países con ramificaciones en África y hasta América Latina. No quedó limitada a infraestructuras, sino que incluyó normas y estándares comerciales,  aduanas, tribunales, comercio electrónico, comunicaciones, etcétera.
En su momento la “Nueva Ruta de la Seda” abarcó 41 oleoductos y gasoductos; 199 centrales energéticas de distinto tipo y 203 obras de carreteras, puertos, puentes y líneas de ferrocarril. En términos de comprensión geopolítica, la “Nueva Ruta de la Seda” representaba la lucha por la hegemonía frente al también nacionalismo, pero de característica opuestas –interiores- de los Estados Unidos del presidente Donald Trump.
Tal vez por aquello de “el que mucho abarca poco aprieta” comenzaron a surgir problemas que fueron mermando el entusiasmo inicial. 
Por razones económicas, financieras, políticas o de gestión, la desconfianza se fue adueñando de distintos actores. Al principio calificado de nuevo “Plan Marshall” por aquel de los Estados Unidos que ayudó a reconstruir la Europa de posguerra, los estados receptores se fueron alejando a medida que sus respectivas deudas con China iban incrementándose.

Pérdida de velocidad
Desde aquel lanzamiento del 2013 y desde la cumbre del 2018 que reunió a 29 jefes de Estado y de Gobierno y a 110 delegaciones, la iniciativa fue perdiendo peso. Dificultades de distinta índole en Malasia, Sri Lanka y Pakistán pusieron de manifiesto aquello de que no todo cuanto reluce es oro.
El muy reciente intercambio, por video conferencia, entre el presidente del Consejo Europeo, el exprimer ministro belga Charles Michel (44 años) y la presidenta de la Comisión Europea, la exministra de Defensa de Alemania, Ursula von der Leyden (61 años) con el primer ministro chino Li Keqiang (64 años), primero, y con el propio presidente Xi, después, dejó en claro que “dialogan pero no se convencen”. Todo bien hasta que hay que la conversación gira a los derechos humanos, la deslealtad comercial o la desinformación.
Y en nada ayuda, la agresividad marítima china que enmarca los conflictos en el Mar de la China con Indonesia, Vietnam y las Filipinas, donde las marinas de guerra quedan demasiadas veces frente a frente.
Sin contar las manipulaciones con el coronavirus, China resulta sospechosa ante los ojos de buena parte del mundo. Es que día a día, su “original buena voluntad” se ve reemplazada por su imposición o por su intolerancia. Sobran ejemplos.

La diplomacia de la máscara
La respuesta del gobierno frente al deterioro de la credibilidad internacional de China fue la respuesta coyuntural de “la máscara”. Primero, ante el problema local del coronavirus, pero luego ante la carencia de mascarillas faciales en Europa y en el Resto del Mundo, sucesivamente, China se lanzó a fabricar máscaras para evitar contagios y a exportarlas a todos los destinos posibles.
Fue algo así como un “vieron, nosotros combatimos exitosamente al coronavirus y ahora vamos al socorro de todos los demás que nos necesitan: China es el futuro”. No salió bien. Es que la desconfianza por el ocultamiento de la pandemia, al principio, y de sus orígenes después, no resulta fácil de olvidar, menos aun cuando el mundo suma ya medio millón de muertos frente a los poco más de 4.600 que contabiliza China.
De momento, nadie acusa a China de “crear” el virus ex profeso. Sí, en cambio, las sospechas se acumulan respecto de un accidente con motivo de la manipulación genética relacionada con el SIDA.
La cuestión está lejos de ser inocua. Si China es responsable, aun no voluntaria, de la manipulación viral y, más aún, del ocultamiento inicial, las demandas de particulares lloverán y los gobiernos de los países afectados –en la práctica, todos- deberán hacer causa común con sus ciudadanos. Serán muchos miles de millones de dólares los que estarán en juego.

Derechos humanos, libertades públicas 
La denuncia de la organización no gubernamental “Human Right Watch” de enero del corriente año, extremadamente documentada en 650 páginas, resulta elocuente sobre las violaciones a los derechos humanos en toda China, en general, y en el Sinkiang, en particular.
Considera a la ofensiva contra los derechos humanos como la más intensa desde los genocidios de la Segunda Guerra Mundial. Habla de un “Estado policial high tech” y de un “sistema sofisticado en Internet para suprimir las críticas”. Denuncia el empleo de la “influencia económica” para acallar las críticas en el mundo.
Precisamente, en Hong Kong, la excolonia británica traspasada a China en 1997 como un territorio autónomo basado en el principio de “un país, dos sistemas” –en este caso, liberal y democrático- que también rige para la excolonia portuguesa de Macao y que el gobierno chino pretende aplicar en Taiwan.
Solo que, de aquí en más, ya nadie puede creer en la viabilidad genuina de dicha fórmula tras la votación por el Congreso chino de una ley de seguridad para Hong Kong que liquida en la práctica todo vestigio de pluralismo y libertad en la excolonia británica. A lo que se debe agregar el proyecto de ley, al borde de la aprobación, para crear un “órgano de seguridad nacional” en Hong Kong. 
Ni la “Nueva Ruta de la Seda” ni la “Diplomacia de la máscara” pueden disimular el carácter dictatorial y arbitrario del régimen chino, ni su desdén por el Estado de Derecho, las libertades públicas y las garantías individuales. Menos aún ahora, con una pandemia que representó una caída del 6,8 por ciento del Producto Bruto Interno para el primer trimestre del año y que obligó al salvataje de empresas en peligro de quiebra.
Ya no sobra tanto el dinero para comprar silencios.

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