Evita, un símbolo de lucha

La más querida y la más odiada, la más venerada y la más profanada, la abanderada de los humildes y la combativa, Evita es un ícono cultural e histórico de la Argentina, que ha traspasado la identificación partidaria para transformarse en un símbolo de la lucha política. 

En momentos en que la disputa por el sentido parece darse no entre las distintas fuerzas de la escena partidaria, sino entre el plano de la política y los poderes corporativos, la figura de Evita aparece como una referencia ineludible en la actualización de dicho debate. Evita representa el enfrentamiento contra los poderes instituidos a favor de los derechos de las mayorías, legitimando la política como herramienta de transformación social y personificando al Estado como garante de derechos. 

La pasión con que encabezó la lucha por la igualdad y la justicia social es el factor constitutivo de su dimensión mítica, la cual representa un desafío constante para aquellos que pretenden reducir la práctica política a la mera administración racional. 

Ponerse del lado de los humildes, transformar la cultura política, romper esquemas hegemónicos y estructuras establecidas, resignificar sentidos, ampliar derechos para los sectores populares e incorporar a la mujer en la escena política la convirtieron en uno de los personajes más influyentes de la historia del siglo XX. 

Evita es enarbolada como una de las banderas más significativas del campo nacional y popular al mismo tiempo que el odio hacia su figura alimentó lo más reaccionario del pensamiento antiperonista. En el medio de esta dicotomía, podrá ser discutida, pero no negada. Evita forma parte de la memoria colectiva e identidad cultural de todos los argentinos, siendo un símbolo de democratización, igualación social y lucha por transformar la realidad.

COMENTARIOS