El vuelo sin motor, que también es conocido como vuelo a vela o vuelo en planeador, es un deporte aéreo que en Junín no necesita presentación, ya que cuenta con una larga historia. Inclusive, este mes se celebraron 62 años del primer mundial realizado en Argentina, que tuvo lugar en nuestra ciudad.
Juan Martín Bagnis tiene 18 años y acaba de terminar sus estudios secundarios como muchos jóvenes de su edad. Pero cuenta con algunas historias de vida muy particulares que lo diferencian del resto. Y a su corta edad, ya sabe lo que quiere para el resto de su vida: volar.
A los 15 años y 9 meses se convirtió en piloto de planeador y hasta la fecha, sigue siendo el de menor edad en todo Junín. Juan sabe muy bien lo que es pilotear el velero, recorrer distancias y elevarse sin más ayuda que los movimientos de las masas de aire en el seno de la atmósfera.
De chico mamó la aviación y hoy sueña con ser piloto de aerolínea. “Mi papá me cuenta que a los seis meses ya me llevaban a volar. Y cada vez que veíamos una aeronave, era una parada obligada para sacarnos una foto”, contó a Democracia.
Mario, su padre, también es piloto y en épocas pasadas volaba por trabajo. Por lo que puede decirse que toda la familia lleva el mundo de los aviones en la sangre. Y el que no, se termina recibiendo una especie de transfusión que genera ese no sé qué.
Volar con la abuela
Y ese es el caso de Martha, la abuela materna de Juan que nada sabía de aviones. Y hasta sus 85 años, jamás había volado. Hasta que su nieto la subió a su planeador y la llevó a recorrer los cielos de la Región. “Fue el vuelo más especial de mi vida. Ver su cara llena de paz y felicidad me llenó el corazón. Cuando aterrizamos me preguntó cuándo íbamos a repetir la aventura. Es algo que nunca me voy a olvidar”, admitió el joven piloto.
El vuelo con Martha, surgió sin pensarse, un domingo en familia de sobremesa. Juan admitió que nunca pensó que se iba a animar y cuando le dijo que quería hacerlo el aviador se sorprendió. “¿Cómo no voy a volar con mi nieto?, me dijo. Y con sus 85 años la llevamos a volar. La fuimos a buscar a Rojas, ella vive allá, la trajimos para Junín y le dije: abuela, acá arranca todo, no hay vuelta atrás (risas). Fue un vuelo muy tranquilo, muy leve porque era a última hora del día, la mejor hora para volar”.
El Club de Planeadores
A los 12, casi de casualidad, pisó por primera vez el Club de Planeadores de Junín y se convirtió automáticamente en su segundo hogar. El resto de los pilotos lo adoptaron en “la gran familia” e inclusive, entre todos le pagaron el curso de piloto de planeador. “Cuando vi por primera vez los hangares abiertos casi me volví loco. Como mi viejo era bastante conocido en el Club, porque había remontado, cuando entramos me presentaron a todos los pilotos. Había una señora que nos invitó a ir cuando queramos y eso lo tomamos muy en serio (risas)”, destacó el planeador.
Ya inmerso en el Club de Planeadores, Juan hizo de todo. Al ser tan jovencito en su llegada, comenzó mirando y estudiando sigilosamente todos los movimientos del lugar. Los adultos que practicaban ese deporte no podían entender cómo un pequeñín tenía esa pasión por los veleros y el lugar en sí. “De a poco me fui involucrando. Primero arranqué corriendo un ala en el planeador, después enganchando, fui jefe de pista, planillero, usaba las radios y así, de a poco los más grandes me iban enseñando”, explicó.
También abría los hangares y sacaba los planeadores; luego los guardaba y los dejaba acomodados en el lugar correspondiente. Hizo de todo. “Lo que podía hacer con mi conocimiento lo hacía. Y lo que no sabía me lo enseñaban. Y así hasta hacer el curso”, sumó.
Y ese momento llegó. La hora de estudiar para volar ya era posible por su edad. Y el Club de Planeadores, como se contara, se involucró de lleno y los pilotos le regalaron el curso. “Ahí pude ver que el laburo que fui haciendo dio sus frutos. Siempre voy a estar agradecido por ese enorme gesto”, sintetizó.
Locuras por volar
Ya a sus casi 16, recibido de piloto, aún iba al Colegio Padre Respuela. Cada falta que le permitía realizar el sistema educativo, Juan la usaba para escaparse a volar con complicidad de su papá Mario. “Me recibí un 20 de agosto y cuatro días después, recuerdo que estaba en la escuela, era miércoles y el día estaba especial para volar. Entonces le pedí a mi vieja queme invite a volar, yo no tenía dinero para hacerlo, y le prometí que no faltaba nunca más. Y esas fueron mis primeras tres horas voladas”, recordó.
La escuela fue testigo de cada escapada de Juan. “Mi viejo siempre me pasaba a buscar a las 10 de la mañana por el colegio Y de ahí me iba a volar”, anexó.
La aeronave
El planeador, al no tener hélice o motor, vuela a través de las alas que cuentan con un ángulo de ataque específico que le permite la sustentación y hace que flote en el aire. “El aire es muy importante. Cuando sus partículas chocan con las alas se genera la sustentación. El aire sale como roto al final, como que se va cortando y cuando eso sucede el cañón arranca a volar”, explicó.
Juan contó que “las famosas corrientes se llaman térmicas o termales” y que “son creadas a partir del calor y la masa de aire”. Y anexó: “Cuando tenemos una masa de aire fría y caliente, cuando el sol pega contra el piso en una chapa se crea una burbuja de aire caliente que hace que subas. Siempre tiene que tener un obstáculo, un árbol, una casa o un campo seco sobre todo. Eso genera calor y cuando el viento choca con la corriente de aire caliente genera una burbuja que hace que subas hasta una cierta inversión”.
Cuando se rompe la inversión, explota la burbuja y se forma la térmica, que siempre suele darse del lado más caliente que atrapa al viento. “Es como un mini tornadito pero sin la tormenta. Un día ideal para volar es un día con cúmulos, siempre son de verano, sobre todo en diciembre”, admitió.
El aterrizaje se arranca a través de un circuito de tránsito. Igual depende mucho del viento, que siempre tiene que estar o enfrentado a la pista o de costado. Nunca de cola. “En el aterrizaje se arranca haciendo como una forma de U. Se inicia vertical a la pista y después hacemos un viraje. Cuando tenemos la cabecera hacemos un viraje. El planeador es igual que un avioncito de papel, y va a seguir planeando hasta que algo impida. Entonces para eso tenemos los aerofrenos, que es como el freno del auto, pero para el planeador.
Entonces se desprende de las alas, salen los frenos y el planeador empieza a descender más rápido. Cuando desciende más rápido, hay una maniobra que vos venís cerca del piso y cuando estás a 10 centímetros de tocar se eleva la nariz del planeador tocás suelo”, detalló.
Lo que se viene
Su norte es claro. Juan tiene pensado estudiar piloto de aerolínea. “Es el más grande sueño que tengo y pienso luchar para lograrlo. Por suerte pertenezco al Club de Planeadores y eso te abre muchas puertas. Sobre todo, en Junín, porque te brinda la posibilidad de hacer los cursos de piloto de planeador, privado y también podés hacer de manera virtual el curso de instructor y vas haciendo los vuelos en el club como instructor de planeador”, explicó.
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