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LA COLUMNA INTERNACIONAL

El pacifismo armado de Japón

El ministro de Defensa de Japón declaró que las incursiones de buques de guerra chinos alrededor de las islas Senkaku constituye “una zona gris entre tiempo de paz y situación de urgencia”. Y agregó “esta zona gris va a ser discutida en el seno del Consejo Nacional de Seguridad que va a ser puesto en funciones”.
Dos días antes, el 26 de octubre pasado, Japón desplegó, durante 48 horas, aviones de combate como respuesta al sobrevuelo de cuatro aparatos militares chinos sobre las islas Senkaku. A su vez, el primer ministro japonés, Shinzo Abe, declaraba que las fuerzas armadas de su país “no tolerarán el empleo de la fuerza para cambiar el statu quo”.
La cuestión agrega un conflicto más en una región donde conviven desarrollo económico con peligrosas situaciones no resueltas como la cuestión coreana, los separatismos en China y el status de Taiwán
Desde septiembre del 2012, las relaciones entre China y Japón se tensaron en razón del diferendo territorial sobre un pequeño conjunto de islotes situados entre Okinawa –un  sur de Japón- y Taiwán. De momento, el archipiélago es administrado por Japón bajo el nombre de Senkaku y reclamado por China que lo denomina Diaoyu.
Islotes deshabitados, las Senkaku presentan interés desde los puntos de vista económico y estratégico. Desde lo económico, por su riqueza ictícola y por su proximidad con yacimientos de hidrocarburos. Desde lo estratégico, son consideradas de importancia tanto por la marina china como por la de Estados Unidos.
El conflicto por las Senkaku registra como antecedentes la anexión por parte de Japón del Reino de Ryukyu –actual Okinawa- y la guerra sino-japonesa de 1894 que determinó la soberanía sobre las islas entre 1895 y 1940. Japón entregó las islas en propiedad a una empresa pesquera que mantuvo actividad hasta 1940.
Con la ocupación norteamericana tras la rendición japonesa, el archipiélago es administrado por Estados Unidos hasta 1972 cuando se produjo la devolución a Japón de Okinawa y con ello, de las Senkaku.
Desde entonces numerosos incidentes se producen, todos ellos llevados a cabos por nacionalistas de los tres países involucrados –Japón, China y Taiwán- y veladamente alentados por sus gobiernos, hasta que en septiembre de 2012 el gobierno japonés decide adquirir el archipiélago a sus propietarios privados, lo que motivó la escalada del conflicto con China y con Taiwán.
Taiwán reclama la soberanía de las Senkaku porque considera que debieron ser devueltas a China –bajo el régimen nacionalista- cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial y Japón debió ceder todas sus conquistas y China porque considera a Taiwan como una provincia, parte integrante de su territorio.

La Esfera

Ningún vecino de Japón guarda buenos recuerdos de la política expansionista que concluyó en ocasión de su derrota en 1945.
El “relato” del expansionismo y militarismo japonés hablaba, allá por 1938, de la “Esfera de Coprosperidad de la Gran Asia Oriental”. En rigor se trataba de la ocupación militar de la mayor parte de territorio posible y de la explotación de los recursos naturales de los que Japón carece.
Consistía en la creación de regímenes títeres en los territorios ocupados, respaldados por el ejército y la marina japonesa. Política similar a la emprendida por el Reich alemán de Adolfo Hitler en algunos países ocupados como Croacia, Francia, Noruega, Eslovaquia y Serbia.
El momento culminante fue la conferencia en 1943 de los gobiernos copartícipes de la Esfera, todos ellos basados en la ocupación de sus países por tropas japonesas. Así, participaron del encuentro, además del Imperio de Japón, el Imperio de Manchukuo, el Gobierno Chino Nacionalista con sede en Nankin, el Gobierno de Birmania, el Gobierno Provisional para una India Libre y la Segunda República Filipina. Sin estar ocupado su territorio por los japoneses participó el Reino de Tailandia. Por su parte, Corea y Taiwan no lo hicieron porque fueron directamente anexionadas al Imperio del Japón.
Las secuelas de aquella ocupación, con miles de muertos, trabajo esclavo, prostitución forzosa de mujeres para ser usadas por las tropas japonesas, violaciones de los derechos humanos son las causas de la desconfianza que aún el actual Japón depara.    
Tras la capitulación, en 1945, la guerra quedó prohibida por la constitución japonesa. Es así que el país no posee actualmente fuerzas armadas propiamente dichas, sino fuerzas de autodefensa.

Un santuario
    
No obstante, la desconfianza persiste. Y se ahonda con cada visita que miembros del gobierno japonés llevan a cabo al santuario de Yasukuni.
Ubicado en el centro de Tokio, el santuario rinde homenaje a los 2,5 millones de soldados japoneses caídos en las guerras del siglo XX y la última parte del XIX.
Hasta 1978, nadie se preocupó por Yasukuni, pero en aquel año, fue incorporada a la nómina del santuario, una lista de 14 nombres, todos condenados como criminales de guerra, salvo dos que fallecieron antes del fallo judicial. Entre ellos, figura el general Hideki Tojo, el jefe de gobierno durante la mayor parte de la Segunda Guerra Mundial.
Desde entonces, los emperadores de Japón dejaron de asistir al santuario, pero no así algunos primeros ministros. Y cada asistencia, levantó las protestas de China y de Corea que ven en dichas visitas, una exaltación al sentimiento militarista japonés.
El actual primer ministro japonés, Shinzo Abe, no visitó Yasukuni, pero varios de sus ministros sí lo hicieron. Y Abe rompió la tradición del 15 de agosto, fecha de la capitulación japonesa, al no expresar sus lamentos por los daños y sufrimientos causados por Japón en Asia.
Abe solo rindió homenaje a las víctimas del conflicto y se limitó a asegurar que Japón hará “lo mejor para aportar su contribución a la paz mundial”.

Sintoísmo

Es la religión original del Japón que incluye la adoración de los “kami” o espíritus de la naturaleza. Entre ellos, los antepasados. El número de practicantes oscila entre quienes la practican regularmente y se identifican con ella -4 por ciento de la población- y quienes llevan a cabo algunos de sus ritos -80 por ciento-.
El sintoísmo fue utilizado como religión de Estado durante la fase militarista de la historia japonesa, hasta 1945. Su empleo determinaba la divinidad y superioridad del pueblo japonés.
Así, el emperador era divino, descendiente directo de la diosa solar Amaterasu Omikami. Es un dios revelado entre los hombres, una deidad manifiesta. Por eso, todas sus proclamas tenían carácter religioso.
Alrededor del Shinto –el sintoísmo- fueron creadas algunas de las principales tradiciones guerreras japonesas.
El “Hachiman” es la deidad de la guerra. Los militares le rendían culto.
El kamikaze, o unidades de ataque suicida, con su ceremonia previa del vino de arroz -sake-, la portación de las banderas simbólicas y de la cinta que ata la cabeza.
El banzai, o las hurras al emperador, luego grito de guerra.
A partir de los primeros años del siglo XX, el sintoísmo fue determinante en la organización de la sociedad japonesa.
Así, la clase dirigente se compuso de tres sectores: la nobleza –Mombatsu-, los industriales –Zaibatsu- y los militares –Gumbatsu-. Con una figura central, el emperador divino.
La conducción conjunta del país por estos sectores y el emperador, bajo una interpretación militarista del sintoísmo y la necesidad de materias primas para la producción, fueron las causas del expansionismo y posterior derrota del Imperio del Japón.

Hoy

   
Japón abandonó su militarismo de otrora. El emperador ya no es divino. La Constitución establece la renuncia voluntaria a la guerra y a la conformación de fuerzas armadas.
Japón no debería ser peligroso para nadie. Y, sin embargo, lo es.
Desde su retorno al poder, Abe aumentó significativamente los gastos de autodefensa y anunció que quiere enmendar la Constitución pacifista de 1946.
Seguramente en él influyen varios factores como las pretensiones rusas sobre las islas Kuriles, las chinas sobre las Senkaku y los disparos de misiles norcoreanos, uno de los cuales pasó por encima de Tokio.
Para Abe, Japón debe continuar con el pacifismo pero, desde ahora, un pacifismo armado. Una visión que no recibe grandes reparos de los Estados Unidos.

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