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ANÁLISIS

Razones para un deshielo en aguas cálidas

Hay tres mensajes insistentes a los costados de las poceadas rutas cubanas: el más clásico evoca al Che Guevara con barba y boina, otro suplica el regreso de los “héroes” atrapados en Estados Unidos y el restante se compone de una foto de Hugo Chávez anclada en el texto “nuestro mejor amigo”.
Las imágenes son actuales porque este columnista estuvo recorriendo la isla hace apenas dos semanas. Cuba sigue siendo un país suspendido en el tiempo, en sepia, y cuyas ciudades, aun pintorescas, sufren un deterioro impactante.
Guevara es el símbolo de la revolución que está a punto de cumplir 56 años -desde que triunfó el 1° de enero de 1959- y quedará por siempre en el corazón del país.
Las otras gigantografías, las de los héroes y las de Chávez, están íntimamente ligadas porque perdieron vigencia y esa desactualización es lo que precisamente abre paso a una nueva etapa en Cuba y a su relación con Estados Unidos.
La muerte de Chávez y la crisis venezolana volvieron a dejar al régimen sin su principal sostén económico, como ocurrió con la caída de la Unión Soviética en 1990. Este nuevo colapso, sin reemplazo en China, influyó para que Raúl Castro distendiera un poco en los últimos tiempos el rígido socialismo cubano.
Dentro de este contexto hay que entender que el retorno de los tres acusados de espionaje por Estados Unidos -originalmente eran cinco-, a cambio de presuntos espías estadounidenses, se trató de una excusa para justificar el histórico deshielo en las relaciones entre Washington y La Habana. Ese acercamiento auspiciado por otro argentino como el Che, el Papa Francisco, está basado en razones más profundas a un lado y otro del Estrecho de Florida.
Si bien el poder de los Castro no parece amenazado, muchísimos cubanos sienten que ya es hora de que el denominado Período Especial surgido tras la caída de la URSS concluya.
Ya hay más de una generación que creció sufriendo por los salarios bajísimos y las restricciones económicas y políticas. Pese a que están orgullosos de su dignidad, de su educación de calidad gratuita y de su servicio de salud, están obligados a vivir del “invento” (rebusque) y las propinas. Esperan un cambio.

¿Hacia dónde va Cuba?

El gran debate de los analistas internacionales pasa por aventurar si el eventual levantamiento del bloqueo económico de Estados Unidos a Cuba -gran contribuyente de las penurias isleñas- permitirá que la mayor de las Antillas avance hacia una democracia o fortalecerá al régimen.
El modelo a seguir para Raúl Castro, de 83 años, puede ser Vietnam o China, donde rigen sistemas políticos de partido único -también comunista- pero con una economía de libre mercado dirigida por el Estado con resultados exitosos.
De su lado, Estados Unidos también recoge algunos réditos: dio un paso significativo para mejorar sus relaciones con la región, pese a que internamente Barack Obama enfrenta un gran reto ante la resistencia republicana a mejorar la relación con La Habana.
El bloqueo a Cuba es condenado insistentemente por Naciones Unidas y alumbró la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) -una OEA sin Estados Unidos ni Canadá y con Cuba. En ese marco, la Cumbre de las Américas del año próximo, a la que irá por primera vez Cuba, amenazaba con convertirse en una interpelación a viva voz para el presidente estadounidense.
Así como debilitó a Cuba, la muerte de Chávez y el declive geopolítico venezolano por la caída del petróleo parecen haber aguachentado el sentimiento antiestadounidense en Latinoamérica. Un giro hacia Cuba agilizará este proceso.
Es cierto que los gobiernos con sesgo progresista siguen siendo mayoría en la región e incluso lograron conservar el poder este año en Brasil, Bolivia y Uruguay, pero los foros ya no tienen picante ni resultados concretos que alienten el espíritu latinoamericanista de hace algunos años.
La cumbre del Mercosur celebrada la semana pasada en Paraná dejó pocas nueces. La integración económica sigue siendo una cuenta pendiente.

Reciclaje local

La política argentina también vive una transición en la que como mínimo, el kirchnerismo aspira a quedar como núcleo de resistencia a partir de diciembre de 2015.
Esa tensión se ve reflejada especialmente en la relación entre el Gobierno y el Poder Judicial, que la semana pasada arrojó nuevos capítulos y cambios en el gabinete presidencial.
El principal fue el descabezamiento de la Secretaría de Inteligencia (SI). Héctor Icazuriaga y Francisco Larcher, ambos de buena relación con Néstor Kirchner hasta su muerte, fueron reemplazados por los leales Oscar Parrilli y Juan Martín Mena, este último uno de los operadores judiciales del kirchnerismo.
El traslado de Parrilli dio lugar al regreso de Aníbal Fernández al elenco de colaboradores como secretario general de la Presidencia, con lo que el Gobierno suma un vocero más vivaz a la homilía matinal de Jorge Capitanich.
La primera decisión de Parrilli fue remover al jefe operativo de los espías, Antonio Stiuso. Fue una reacción defensiva:
Cristina Kirchner vio en los últimos meses cómo los jueces federales acumulaban fallos en contra del Gobierno y apuntó hacia la SI, siempre muy “vinculada” a esos tribunales.
Esa pulseada se da en todos los planos. También en la designación de jueces. El nombramiento de Laureano Durán al frente de un juzgado clave como el federal de La Plata, con competencia electoral, es otra muestra. En esa oficina se define buena parte de las reglas del juego para el voto del 40 por ciento del electorado nacional que vive en Buenos Aires.
Durán es un hombre cercano al ministro de Justicia, Julio Alak, y sustituye al fallecido juez Manuel Blanco, quien condujo ese juzgado durante treinta años. En ese lapso, tuvo que tomar infinidad de decisiones complejas y polémicas como el aval a las candidaturas testimoniales del 2009 de Daniel Scioli y Sergio Massa o la doble lista justicialista de 2005 que enfrentó a Cristina Kirchner con Chiche Duhalde y dio tres senadores al PJ.

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