El Ejército israelí, a través de la Fuerza Aérea, declara haber alcanzado más de 1.500 blancos en Gaza, con un saldo de 232 muertos, entre ellos 66 niños.
El Ejército israelí, a través de la Fuerza Aérea, declara haber alcanzado más de 1.500 blancos en Gaza, con un saldo de 232 muertos, entre ellos 66 niños.
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Palestina: la identidad como un elemento clave en una definición central para la paz

El apoyo al nuevo gobierno israelí, encabezado por el primer ministro, Naftali Bennett, calificado como derechista y representante de los colonos israelíes en la Cisjordania ocupada, por parte del partido islamista del dirigente árabe israelí Mansur Abbas, recupera el debate sobre la identidad palestina. 
Es que no siempre los palestinos de los territorios ocupados fueron opositores al Estado de Israel. La primera desavenencia se produjo durante la guerra de los Seis Días de 1967. Fue cuando los Hermanos Musulmanes de la Franja de Gaza, partido político de origen egipcio, se negaron a formar parte del Frente Unido antiisraelí.
Los Hermanos Musulmanes se vengaban así del autoritario presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, quién primero los atrajo como aliados y después los persiguió como enemigos. Para su dirigente, el jeque Ahmed Yassine, la humillación que Israel propinó a Nasser fue casi una revancha.
En la década del 70, las buenas relaciones entre los gobiernos israelíes y los islámicos Hermanos Musulmanes contrasta con la persecución de la que es objeto la Organización Para la Liberación Palestina (OLP). En otras palabras, multi confesionalismo contra nacionalismo. 
Cuando estalla la Intifada –resistencia palestina- en 1987, el jeque Yassine comprende que semejante ola era capaz de arrastrarlo. Entonces, crea el “Movimiento de la Resistencia Islámica”, cuyo acrónimo es… Hamas.
La transformación completa de Hamas en enemigo de Israel en la Franja de Gaza ocurre recién en 1991. Pero la corriente islámica fronteras adentro del Estado judío no solo no rompe los lazos, sino que encuentra puntos en común con los partidos de ultra derecha israelíes. Por ejemplo, en la cuestión de la homosexualidad. Es así que el ahora aliado Mansur Abbas declara reconocer “preocupaciones comunes con los partidos religiosos judíos y con la derecha conservadora israelí”.
A hoy, casi 6 millones de árabes viven dentro de las fronteras del entonces mandato británico que incluye tres entidades estatales de distinto valor jurídico. Por un lado, el Estado de Israel, un Estado en plenitud. Por el otro, el territorio de Cisjordania administrado por la Autoridad Nacional Palestina (ANP), con la excepción de las colonias judías establecidas dentro de sus límites. Por el tercero, la Franja de Gaza, rodeada por Egipto e Israel, que gobierna el Hamas.
Es así que cuando se habla de palestinos, se habla de categorías muy diferentes de ciudadanía y nacionalidad. Están los árabes palestinos propiamente dichos que son ciudadanos administrados por la Autoridad Nacional Palestina y que viven en la Cisjordania no ocupada. Pero son ciudadanos administrados por Hamas si, en cambio, viven en la Franja de Gaza.
Están los refugiados, descendientes de quienes abandonaron sus casas y sus tierras en ocasión de la independencia israelí en 1948, que viven en campamentos administrados por Naciones Unidas.
Están, con status especial, los residentes árabes de Jerusalén Este bajo ocupación y anexión israelí. Y están los árabes israelíes, herederos de quienes no abandonaron sus propiedades en 1948 y que hoy cuentan con ciudadanía de Israel.

Situación actual
Acaba de concluir el gobierno del primer ministro que más tiempo se mantuvo en el poder en la joven historia del Estado de Israel. Se fue Benjamin Netanyahu, reemplazado por una coalición variopinta con ultraderechistas, derechistas, centristas, izquierdistas y, como se vio, islamistas. 
Deja una situación casi similar a la que encontró con la sola diferencia del Plan de Paz del ex presidente Donald Trump cuyo destino es por demás incierto. Y deja una muy frágil tregua que suspende, a medias, el fuego entre el Ejército israelí y las brigadas de Hamás y de su aliado, no siempre consecuente, Yihad Islámica en la muy sufrida Franja de Gaza. Cierto es que el último enfrentamiento de mayo de 2021 duró pocos días aunque con mucho fuego cruzado entre ambos bandos. 
Entre la brigada Ezzeldin Al-Qassam, la fuerza militar de Hamás, y la Al-Quds de Yihad Islámica, reivindican el lanzamiento de más de 4.300 cohetes sobre territorio israelí. Buena parte de ellos resultaron neutralizados por la escudo anti misiles israelí pero 12 israelíes fallecieron como consecuencia de dichos disparos.
Del otro lado, el cálculo es demasiado superior. El Ejército israelí, a través de la Fuerza Aérea declara haber alcanzado más de 1.500 blancos en Gaza. El saldo fue de 232 muertos, entre ellos 66 niños.
Después de semejante violencia el resultado es… neutro. Ni el Hamás está vencido. Ni Israel configuró un escenario de paz. Ni la Autoridad Nacional Palestina mejoró su deshilachada imagen. Ni Egipto puede pretender dejar de mediar, único interlocutor que las partes reconocen como válido, más allá de las reservas de Hamás al respecto.
El último episodio del conflicto israelo-palestino comenzó en Jerusalén y continuó en las llamadas ciudades mixtas del territorio israelí. Es más, los ataques con cohetes del Hamás fueron de casi puro oportunismo, ante cuanto acontecía fronteras adentro del Estado hebreo.


Es que dada la pasividad de la Autoridad Nacional Palestina, el Hamás intentó ganar simpatías entre los árabes israelíes mediante el empleo de su cohetería. Pero se trata un punto relativamente flojo. No es una, sino varias las razones que hacen a la desconfianza de los árabes israelíes frente al Hamás. Sin dudas está la cuestión ética. Para el Hamás, arriesgar vidas y haciendas de los civiles gazauíes en aras de su impronta guerrera no es un dilema moral.
Arriesgar civiles en Gaza por parte de Hamás, o atacarlos como “daño colateral” para el gobierno israelí, son dos caras de una misma moneda sangrienta. Para los árabes israelíes que gozan de una buena situación económica y disfrutan de libertades que ni, remotamente, sueñan sus pares que viven fuera de las fronteras de Israel, en los territorios circundantes, los enojos –casi sin antecedentes- nada tienen que ver con identificaciones yihadistas.
Cuánto discute la minoría árabe israelí no es su pertenencia a una eventual Palestina independiente, sino la ampliación de sus derechos como minoría en el propio seno de Israel, en aras de alcanzar un status de igualdad. Es en dicho sentido que conviene leer la incorporación  a la mayoría legislativa actual de los 4 diputados del Raam, el partido islamista. 

Las divisiones palestinas
Si un cambio conceptual se impone dentro de Israel, una transformación radical debería operar desde el lado palestino si la pretensión es una paz duradera con un estado laico que abarque a todos.
Y es que mientras Israel, aun con las reservas del caso, es un estado democrático y pluripartidista, tanto la Autoridad Nacional Palestina que gobierna Cisjordania, como el Hamás que gobierna Gaza, no promueven ni lo uno, ni lo otro.
Luego de 15 años sin votar, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) convocó, en enero 2021, a elecciones legislativas. Tres meses después, en abril, la Comisión Electoral aprobó las 36 listas que se presentaron para los comicios cuya fecha fue fijada para el 22 de mayo de 2021. Pero todo duró muy poco. Solo unos días después, el 30 de abril de 2021, el presidente de la ANP, Mahmud Abbas, suspendió sin fecha el acto electoral.
Por supuesto, como ocurre en estos casos, la culpa –de la suspensión- fue de los otros. Fue de Israel que impide votar en el sector “anexionado” de Jerusalén oriental. La culpa fue de los Estados Unidos que amparan a Israel. Y la culpa fue de la Unión Europea por no presionar al Estado judío.
Así “justificó” el eternizado Abbas a la suspensión electoral. Pero, la verdad no está en las manipulaciones de un “presidente” de 85 años, cada vez más impopular. Está en las revelaciones de las encuestas que dan ganador al Hamás, aunque sin mayoría absoluta.
Suspendidas –mejor dicho, enterradas- las legislativas, las presidenciales previstas para julio de 2021, pasan a mejor vida. Para la ANP y el presidente Abbas, la suspensión significa el descrédito y la pérdida de la poca legitimidad restante. Para el Hamás, fue una oportunidad perdida de convertirse en razonable y digno de confianza en Occidente.
El nombre que aparece como sinónimo de futuro es el del jefe del Hamás, Yahya Sinwar. Nacido en la misma Franja de Gaza hace 59 años, conduce el aparato político del Hamás desde el 2017. Estuvo preso durante 22 años de condena en una cárcel israelí, tras lo cual fue liberado en 2011.
Sinwar exhibe una política pendular. Por un lado, pretende construir para la paz. Por el otro, defender a cualquier costo los “objetivos” palestinos. Hoy, es seguido con atención en Cisjordania y en Israel. 
Paradojas del destino, no así en Gaza, donde la lógica guerrera del Hamás produjo, tras cuatro guerras, el hartazgo de ver que nada mejora y que la vida cotidiana se desarrolla en medio de la destrucción generalizada.

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