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UNA MIRADA SOBRE LA VIDA

Vivir en tiempo real

El 4 de enero de 1960 en Villeblerin, Francia, en un accidente automovilístico, moría un hombre cuya conducta moral y cuya coherencia entre actitudes y pensamiento, se agigantan en el tiempo. Albert Camus, autor de obras que indagan con dolorosa lucidez en temas como el sentido de la existencia (“El extranjero”), la relación entre ideales y fanatismo (“Los justos”), la rebelión ante los absurdos de la vida (“El hombre rebelde” y “El mito de Sísifo”), el valor de la solidaridad y el encuentro con el otro cuando asoma el infortunio (“La peste”). Hay más títulos (“Calígula”, “La caída”, “El malentendido”, “El exilio y el reino”, “El último hombre”), todos ineludibles. Camus, que había ganado el premio Nobel de Literatura en 1957, tenía solo 46 años cuando murió. Como periodista alumbró indicadores éticos que todo ejercitante de esta profesión debiera convertir en credo. Fue, además, ensayista, dramaturgo, novelista.
Acaso porque intuía que su vida sería breve, Camus dijo alguna vez: “La verdadera generosidad para con el futuro consiste en entregarlo todo al presente”. Y vivió con intensidad y entereza su tiempo, que fue uno de los más oscuros de la historia humana. Quien se compromete con el presente en el que existe está dándole forma al futuro. Posiblemente sea esta la más escueta interpretación de aquellas palabras. Y se podría agregar que ese compromiso da sentido a lo que muchos otros hicieron en el pasado y, por lo tanto, los honra.

Los días del presente

Todo final de año significa, y así se vive, como el final de un ciclo. Otro año ha pasado, otro año se inicia y aquí estamos, con nuestro presente a cuestas. El ritual de la celebración, de la despedida y de la bienvenida (todo eso se da en el curso de la semana póstuma del año) marca hitos. Lo que ya ocurrió, lo que esperamos que ocurra. Entre uno y otro mojón se ubica el espacio llamado presente.
El presente es un tramo de la vida. El único tramo cierto, sobre el que tenemos evidencia, porque, según señala un antiguo proverbio árabe, “lo pasado ha huido, lo que esperas está ausente, pero el presente es tuyo”. Se puede entender esto como una invitación a la responsabilidad, a hacerse cargo de la propia vida en el tiempo real en que transcurre. No cargarle culpas al pasado, no saturar de exigencias al porvenir. Tomar decisiones, hacer elecciones y responder por ellas y por sus consecuencias aquí y ahora.
Aquí y ahora. Una fórmula repetida hasta el hartazgo. “Vivir en el aquí y ahora” es una consigna que se dice, se escucha, se escribe, se lee como si fuera un mantra, un juramento, un acto terapéutico, un borrón y cuenta nueva, una receta para alivianar la tarea existencial. La invocación termina por parecerse a lo que Edward De Bono, precursor en el estudio de los mecanismos del pensamiento (“El pensamiento lateral” y “Seis sombreros para pensar”, son títulos emblemáticos entre sus obras), llama “ideas mazamorra”. Cuando se los examina de cerca, dice De Bono, esos términos, carecen, como la mazamorra, de forma y de figura. Pero permiten unir otras ideas, y, sobre todo, llevar adelante una conversación.
Como término mazamorra, “aquí y ahora” puede significar muchas cosas o ninguna. Pero no necesariamente define con precisión al presente. A menudo se usa como una vía de escape para no hacerse cargo de hechos del pasado o para no tomar compromisos hacia el futuro. También para desalentar expectativas de otras personas acerca de uno (sobre todo expectativas sentimentales, económicas o laborales). A veces el aquí y ahora parece un eslabón suelto, que se desprendió de una cadena (la del tiempo), otras un limbo, y otras tantas una esfera que flota en el espacio infinito sin contacto con nada. El “aquí y ahora” impulsa la idea de vivir en el presente. “Yo vivo en el presente” es una frase que se suele poner como valla infranqueable para no revisar tiempos y hechos pretéritos (otra forma de evadir responsabilidades) o de eludir la participación en una continuidad o en un próximo comienzo.

El árbol de la vida
Es muy aconsejable vivir en el presente en cuanto esto signifique estar atento al mundo en que se vive y a aquellos que coexisten en ese mundo. El presente es la torre de control de nuestro vuelo existencial. Pero hay un problema cuando se confunde vivir en él con inmovilizar el tiempo. ¿Qué es el presente en esta época de prisas, de fugacidad, de velocidad extrema y disfuncional? El presente requiere pausa, calma, atención, reflexión. Y todo esto debido a que no se lo puede detener ni congelar, por lo tanto, es fundamental estar “presente” mientras transcurre. Pero, como señala el filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han en su bello tratado “El aroma del tiempo”, cuando vivimos al ritmo del “click”, cuando nuestra atención se dispersa en tantas pantallas y por tan breve tiempo, solo rozamos superficialmente múltiples presentes sin estar en ninguno.
Tengo mi celular en la mano, paso de una pantalla a otra visteando un mensaje, un video, un muro de Facebook, los titulares (solo los titulares) de un diario, correos; casi en simultáneo respondo o inicio a mi vez una “conversación”, pero resulta que todo esto ocurre mientras estoy reunido de cuerpo presente con otras personas, o mi pareja, o mi familia, a las que no presto atención. ¿Cuál es el presente en el que estoy? Sólo hay segundos breves que se suceden sin dejar huella. El presente es un intervalo temporal entre dos situaciones o acontecimientos, dice Han, uno que marca el pasado, otro que inicia el futuro. Pero ese intervalo, y sus coordenadas, se evaporan cuando se acumulan micropresentes fugaces e indefinidos. Esto genera, advierte el filósofo, un sentimiento de inquietud y angustia. Han imagina el presente como una peregrinación, que parte de un lugar y marcha hacia otro: el punto de partida y la marcha misma dan forma y sentido a la meta.
Tomemos otra imagen al respecto. Imaginemos el tiempo como un árbol. Las raíces son el pasado, el tronco es el presente, el follaje es el futuro. El árbol se comienza a constituir desde las raíces, sin ellas el tronco caería ante la primera brisa. El follaje no nace de las raíces, brota del tronco. Si quitamos las raíces no hay arraigo, si quitamos el tronco no hay árbol, sin follaje tendremos un árbol inconcluso, talado, muerto en pie. “Aunque somos mortales y nuestro tiempo es finito, cada uno tiene dentro de sí lo que puede trascender al tiempo”. Esto expresa el filósofo Jacob Needelman en su libro “El tiempo y el alma”.
Quizás es tiempo de volver al presente, a un presente consistente y firme como un tronco, bien asentado en sus raíces, vigoroso para alimentar su follaje, hecho de experiencias vividas con atención, con empatía, con presencia, con prójimos reales y no virtuales. Dejar de vivir en el instante para empezar a vivir en el momento. No son sinónimos. El momento nos acoge por completo, nos envuelve. El instante apenas nos roza y desaparece. Cuando vivimos en el momento vemos las huellas de los presentes que nos precedieron y dejamos huellas en otros presentes, propios o ajenos, que vendrán.


(*) El autor es escritor y periodista. Sus últimos libros son "Inteligencia y amor" y "Pensar".

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