Ubica sus raíces en Junín, siendo un motivo de orgullo. Y, aunque ese sentimiento sea conocido por un puñado de allegados o familiares, Julián José Rimoli es un ciudadano juninense que, a base de esfuerzo, perseverancia y trabajo arduo, emigró hacia Estados Unidos y trabaja de manera mancomunada con la NASA y distintos organismos de primer nivel mundial. Para llegar a este presente, transitó distintos momentos como fue la formación universitaria en Argentina y vivió dificultades para insertarse laboralmente y generarse sus propias oportunidades.
En diálogo con Democracia, Rimoli recordó su infancia; abordó la formación vivenciada en la Universidad Nacional de La Plata; contó cómo fue la idea de trasladarse a Estados Unidos hace 20 años; y brindó detalles de lo que es su trabajo en la actualidad entre laboratorios, aulas y naves espaciales.
Comenzando con su relato, en lo que hace a sus raíces juninenses, introdujo: “Me crié en Sarmiento y Pellegrini. Vivía al lado del almacén de lorio que era como un abuelo de todos nosotros. Fui a la escuela Marianista y tuve una infancia muy relajada en la que andábamos en bicicleta y jugábamos con las ramas cuando podaban”.
Acerca de la figura de sus padres, expresó: “Mi papá es médico diabetólogo y siempre tuvo su trabajo principal en el Hospital Interzonal y tenía consultorio en casa. Por su lado, mi mamá ha ejercido docencia desempeñándose a nivel local y en Viamonte”.
Inquietud por el descubrimiento
Curiosidad, crecimiento e innovación son tres aspectos que han ido de la mano en la vida de Rimoli para llegar a ser quien es en el presente. Para ello, hay que remontarse a 1986, cuando tenía 10 años y se produjo un hecho que lo marcó para siempre.
“Mis padres decidieron que sería bueno tener una computadora en casa, algo que iba a insertarse en el futuro. Mi padre compró una usada de alguien de Buenos Aires que era como un teclado que se conectaba al televisor. Lo que pasaba era que no existían los sistemas operativos, es decir, era como un intérprete de un programa de programación”, recordó.
Y siguió: “En un kiosco de revistas encontré una que venía de España, la miré y vi tenía un código de computadora para hacer jueguitos, por lo que, la compré y empecé a tipear los jueguitos sin saber lo que estaba haciendo. Por ensayo y error aprendí a programar y, eventualmente, a hacer mis propios juegos”.
“De tal forma, empecé a hacer mis juegos buscando que se vean más realistas, es decir, seguir las leyes de la física y que no se viera tan pixelado. Allí matemática, computación y física se combinaban”, describió.
Asimismo, enfatizó: “Fue todo un proceso de años entre la infancia y adolescencia. Sucede que yo era muy autodidacta y aprendí de una forma no convencional. Jugaba al básquet en Los Indios y al vóley con Cari Moller. Era algo raro en alguien tan nerd como yo combinar estudio y deporte. De hecho, llegué a salir campeón nacional en la posta de atletismo 4x100. Corría con Nilo Arriarán”.
Sumado a ese interés se conjugó su afinidad por la formación. Por eso, contó: “Fui a aeromodelismo y empecé a hacer avioncitos. Me daba miedo ser ingeniero aeronáutico porque pensaba que no iba a tener trabajo. Con los años, me inscribí por una corazonada y seguí ahí”.
Formación universitaria
A los 18 años, al finalizar el colegio secundario en el Marianista, Rimoli se trasladó a La Plata para continuar con su formación académica. “Me fui con amigos de la escuela a estudiar juntos. Tener buenos amigos hace todo más fácil. Me gustaba y estaba en mi salsa. Llegué a la universidad y estaban las cosas que me gustaban hacer. Disfruté mucho la transición”, manifestó.
La pasión por la ingeniería aeronáutica se combinó con su facilidad para la adquisición de conocimientos, por lo que, rápidamente, lo invitaron a formar parte de la vida institucional. Al respecto, señaló: “En mi segundo año, un docente me pidió que sea ayudante en dibujo técnico. Ahí me di cuenta que me gustaba enseñar. Al mismo tiempo, en tercer año, me metí en un grupo de investigación y empecé a ayudar con pequeñas cosas”.
“Ahí fue cuando me enteré que se podía hacer un doctorado en otro país. Conocí el caso de un chico que se había ido becado y al volver nos mostró las cosas que vio allá. Una de esas cosas era una simulación en una computadora y dije ‘quiero hacer eso’”, describió.
Ese bagaje formativo, el hecho de graduarse y la complejidad para insertarse en el mercado laboral hicieron que Rimoli tuviera que decidir qué hacer con su destino. “Salí a buscar trabajo y no conseguía. Había terminado con el mejor promedio de mi camada. Trabajé en un súper y arreglando computadoras para tener un ingreso”, relató.
Y añadió: “Me quedé en la Facultad trabajando como jefe de trabajos prácticos de matemática, asistiendo a trabajos de investigación, tomando clases y, a partir de eso, decidí que quería irme a hacer el doctorado a Estados Unidos”.
Estados Unidos: presente y futuro
En el 2004, Rimoli junto a su esposa, decidieron emigrar y continuar con sus vidas en el norte del continente. California fue el punto elegido para hacerlo. “Es un lugar muy abierto porque hay gente de todo el mundo. De hecho, la mayor parte de gente ahí es nacida en otra parte del mundo”, explicó.
En torno a lo que implicó tal acontecimiento consideró que “fue un proceso de descubrimiento muy lindo. Fui con mucho miedo en la parte académica. Los americanos se venden muy bien cuando hablan de ellos mismos y nosotros acá somos bastantes reservados pese a esa mala prensa de que somos agrandados”.
“En el doctorado éramos diez por año. Los escuchaba hablar y decía ´me metieron por equivocación´. Me agarró el síndrome del impostor que me duró hasta el primer examen. Ahí fue cuando me di cuenta que venía con una buena preparación y tenía que tener más confianza. La matemática es un lenguaje universal más allá de que me faltaba inglés”, contó.
Siguiendo con su experiencia narró: “Terminé mi doctorado en el laboratorio JPL de la NASA que fue el que mandó las naves a Marte. Terminé mi doctorado e hice un pos doctorado en el MIT en Boston. Viví un año y medio ahí, mi mujer trabajó en el hospital de niños de Boston y nos fuimos a vivir a Atlanta donde trabajé en Georgia Tech donde fui docente por 12 años”.
Sin embargo, ninguno de las dos ciudades mencionadas serían los lugares elegidos para asentarse. Por eso, explicó que de “Boston me gusta todo, pero el invierno es muy frío, nieva y se hace oscuro temprano. Atlanta es muy bonita, que es donde está la CNN, pero está bastante lejos del océano”.
“California me permite tener a diez minutos la playa, centros de ski en invierno, estás cerca de San Diego y del centro y una temperatura agradable todo el año. Además, a mí que me gusta el básquet, voy a ver los Lakers y los Clippers”, opinó.
Y agregó: “También para mi hija de siete años es muy enriquecedor. Para ella todos hablan más de un idioma y no es así. Nació en Estados Unidos, pero se cree argentina. Va a la escuela con la remera de Messi y se pelea con quienes dicen que Cristiano Ronaldo es mejor”.
Retomando su parte profesional, en lo que hace a su labor docente, Rimoli explicó que “los profesores en Estados Unidos tienen dos trabajos a la vez: dar clases a estudiantes de la carrera de grado, algo más técnico; y de posgrado, como es el doctorado. También, y lo que lleva más tiempo, es el laboratorio donde acompaño el trabajo de muchos investigadores y dirijo los proyectos”.
Algunos de esos trabajos son para la NASA, Fuerza Aérea o de Energía de Estados Unidos. Actualmente está dirigiendo un interesante proyecto que cambiará el futuro de la tecnología: “En agosto nos dieron un proyecto para la NASA que consiste en diseñar robots que se va a poder en otros planetas y explorar. Es como una bola robótica y usamos algoritmos de inteligencia artificial para saltar y moverse. Estamos en el proceso de construir el prototipo y lo vamos a probar. Si anda bien, lo llevamos a un desierto para probarlo”.
Cierre
Junín, además de ser la localidad de la que es oriundo Rimoli, es el lugar al que siempre regresa por sus afectos, recuerdos y vínculos. Al ser consultado por el lugar que encuentra cada vez que vuelve manifestó: “Siempre digo que cuando uno se va, se queda en el país del año en qué se fue. Cada uno tiene una percepción distinta del país porque se quedó estancado en el tiempo. Uno lo mira con los ojos de la nostalgia y el afecto”.
“Hace mucho que estamos fuera del país y cuando pasa tanto tiempo queda la fantasía de regresar. Alguien me dijo que uno es del lugar donde están sus hijos y, hoy, mi hija está en Estados Unidos. Por eso, la idea de volver es más remota. Cuando nos jubilemos, quizás, se podría pensar en hacer seis meses acá y seis meses allá”, compartió.
Finalmente, expuso: “Siempre he sido una persona agradecida de las oportunidades. Hay gente que se cree que merece y quiere siempre más, ya sea fama, dinero o prestigio. Yo no pertenezco a ese grupo. Soy un agradecido, voy caminando al trabajo mirando las palmeras y el cielo y doy gracias”.
Con visitas esporádicas a nuestra ciudad, Rimoli disfruta de un presente en plenitud en California, aportando al valor estadounidense que se ve reflejado a nivel internacional con los logros de los que forma parte. Todo ello junto a su crecimiento como padre configuran su día a día en la actualidad.
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