ADOLFO DAVID IMIZCOZ, VETERANO DE MALVINAS

"Después de la guerra de Malvinas la reinserción social fue muy difícil"

A los 20 años estuvo a bordo del destructor Hércules. Contó que mientras estaban navegando le informaron que iba a participar de la guerra. A partir de ese momento, la sucesión de hechos incluyó el miedo y la muerte. 35 años después, los recuerdos viven.

Adolfo David Imizcoz tiene 54 años, es de Junín y participó en la Guerra de Malvinas. Estuvo en el Hércules, uno de los buques que tuvo una intervención relevante en el conflicto bélico contra Gran Bretaña, desatado el 2 de abril de 1982.  
En Junín, Adolfo fue a la Escuela Nº 22 y después al Industrial. Al respecto, recordó que ya siendo adolescente lo seducían mucho las carreras militares. Por eso cuando cumplió los 16 decidió anotarte en la Armada. Lo hizo sin pensar que quedaría en la historia. 
En la entrevista con Democracia, no tuvo reparos en confesar lo duro que fue todo. La juventud en la guerra, las bombas, los disparos, la muerte, el después. Todo lo marcó fuerte y para siempre. Pero está de pie y se muestra orgullo en contar su historia.

- ¿Cómo se dio su intervención en la guerra?
- Yo estaba estudiando en la Armada desde los 16 y a los 20 nos mandan a navegar, en el destructor Hércules. En principio, entendimos que sería algo sencillo, justamente íbamos a navegar, como un ejercicio. Eso fue el 28 de marzo de 1982. Y en el medio del mar, mientras navegábamos, nos informaron de que íbamos a participar de la guerra. En el transcurso de ese viaje había un ambiente raro, presentíamos que algo podía pasar y pasó. El almirante nos reunió a todos, nos dijo que íbamos a la guerra, que podíamos morir y que íbamos a tener la posibilidad de quedar en la historia por defender la patria. Nos dijo que estábamos preparados para eso. 

- ¿Y, 35 años después, cree que estaban preparados? 
- Sí, nosotros sí. Algunos soldados, en algunas compañías, a lo mejor no lo estaban pero nosotros sí. Éramos profesionales de la Armada, sabíamos tirar con muchas armas y habíamos hecho cursos de supervivencia. Estábamos preparados. 

- ¿Cómo fue su reacción cuando le informaron que iba a la guerra?
- Fue una mezcla muy rara de sensaciones. Tuve miedo, alegría, una mezcla muy rara. En el barco había una gran efervescencia, había chicos de 16 años, de todas las edades. En ese momento era algarabía y para nosotros fue una oportunidad de quedar en la historia, porque el tema de las Malvinas ya se venía hablando desde hacía mucho. Eran argentinas y las íbamos a recuperar. Pero el miedo siempre estuvo. La sensación de que caiga un misil y nos mate estuvo todo el tiempo, hasta que se te hace como un callo. 

- ¿Cómo fue la guerra desde el buque?
- Con mucho miedo, pero ese miedo es el que te ayuda a estar alerta. Después cuando detectábamos algún submarino o avión que nos venía a atacar lo que hacíamos era escondernos en el mar o en alguna isla. Hasta que el 2 de abril ya directamente nos tiraban desde el aire. Estábamos a 300 metros de la isla, a las diez de la noche. Cada uno en sus puestos de combate. En ese momento teníamos la orden de atacar, de estar alerta y recuerdo claramente cuando se bajó la bandera inglesa y se subió la argentina. 

- ¿Cómo siguió su historia?
- Regresamos al continente, con toda la algarabía. Tuvimos dos o tres días en el puerto y volvimos a salir. Después de eso estuvimos unos cincuenta días en el mar, custodiando la isla, esperando órdenes. Después de esos cincuenta días nos dijeron que teníamos que volver. En la vuelta nos empezamos a enterar de todo lo que había pasado. Había chicos que habían participado de la guerra y hacía dos meses que se estaban preparando. Evidentemente no estaban listos, en ningún sentido. La mayoría tenía 16 años.

- ¿Cómo fue su vida después?
- Complicada, muy complicada. Firmamos un documento que nos prohibía contar lo que había pasado. En nuestro caso no habíamos pasado hambre, pero sabíamos que en otros sectores sí. Los que habían sufrido eso fueron alimentados bien y después los dejaron ir. Y a nosotros nos mandaron a Ushuaia, para que nos relajemos un poco. Cuando regresé me sentía perdido y finalmente renuncié al contrato que tenía con la Armada. Quería hacer otra cosa.

- ¿Y cómo le fue en ese intento, en esa reinserción?
- Al principio difícil, porque habíamos estado en la guerra y para muchos éramos los locos de la guerra. Éramos peligrosos. Eso fue en 1985. Por eso muchos compañeros se fueron a Europa o a otro lado. Yo probé estudiar en Buenos Aires, no me sentí bien y me vine a Junín. Por suerte conseguí trabajo y también pude estudiar. Hoy estoy bien, tengo hijos grandes, que están estudiando y la vida me fue dando tranquilidad.

- ¿Cómo es su vida hoy?
- Tengo una familia que me bancó siempre. Mi señora y mis hijos han tenido que soportar mis problemas, insomnios, el mal humor. Pero por suerte pude salir al frente. Fueron muchas miserias las que se viven en una guerra. Pero con el apoyo de ellos, con mis ganas de estar bien y con mucha ayuda psicológica pude salir. Tengo muchos compañeros que no han podido y han terminado de la peor manera, algunos suicidándose. 

- ¿Siente que hay más reconocimiento social?
- Cambió mucho, sí. Bastante. Sobre todo desde los gobiernos. Nos están pagando pensiones. Hay monumentos y hubo muchos cambios. Creo que se fue escribiendo otra historia, más real creo y en eso tuvimos que ver nosotros, desde los centros de veteranos. La plata no hace la felicidad, eso está claro, más con lo que vivimos nosotros, pero ese dinero en este caso genera un reconocimiento. De todas maneras seguimos teniendo compañeros que sufren muchos problemas, hay muchos suicidios todavía. 

- ¿Ha pensado en esa posibilidad, de quitarse la vida?
- Sí. Hay momentos en los que uno se siente muy mal. Yo, gracias a Dios, tuve una familia que me ayudó. La contención de ellos fue lo más importante. Luchamos mucho. Los centros de veteranos también sirven mucho, porque cuando nos enteramos de que uno anda mal lo vamos a visitar y lo tratamos de ayudar.

- A los 20 años usted estuvo en Malvinas, ¿cómo ve a los adolescentes de hoy?
- El problema más grande somos nosotros, los adultos. Considero que estamos haciendo las cosas mal, que no estamos capacitados para transmitir valores. Hablo de responsabilidad, de soberanía, de querer a nuestra patria. Yo trabajo en una escuela y escucho como cantan el himno (si lo saben) y me pone mal, sinceramente. Creo que estamos equivocados y que nos va a costar mucho cambiar esta realidad. Ojalá me equivoque. Tampoco quiero decir que toda la juventud está perdida, porque hay chicos muy despiertos, con padres responsables. Pero en general creo que tenemos que cambiar, como sociedad tenemos que cambiar. Tenemos que recuperar la identidad.

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