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MIRADA ECONÓMICA: FÚTBOL Y TRANSPORTE

Una contradicción que no es sólo argentina

A la Copa del Mundo renuncio, quiero más dinero en salud y educación”, coreaba un millón de manifestantes horas después de la apertura de la Copa FIFA Confederaciones en Brasilia; un evento que apuntaba a promocionar el próximo mundial de fútbol en tierras cariocas en el 2014.
La chispa que encendió la bomba fue, sin embargo, la decisión del Gobierno de subir las tarifas de colectivos de 3 reales (unos $7,80) a 3,20 unidades de la moneda brasileña.
El aumento puede parecer poco significativo, pero lo cierto es que parten de valores relativamente muy altos en comparación a los niveles salariales de la población.
De acuerdo a una investigación titulada “Desarrollo urbano y movilidad en América Latina”, recientemente publicada por la Corporación Andina de Fomento (CAF), el costo de 50 pasajes representa el 30% del salario mínimo brasileño, mientras que en nuestro país, según la misma fuente, sólo asciende a 4,6%.
Los aumentos buscaban reducir el impacto fiscal de los subsidios que son necesarios para financiar todos los costos asociados al transporte, puesto que según el intendente de San Pablo, Fernando Haddad, el boleto sin subsidios tendría que costar 3,40 reales ($8,85).

Tarifa y servicio

Igual que como sucede por estas latitudes, el problema no es tanto el aumento de la tarifa como el pésimo servicio, puesto que la gente siente que paga tarifas del primer mundo por un transporte del tercero.
Parece que las aguas se mantienen calmas mientras la gente paga por lo que recibe (poco, por mala calidad), pero generan indignación cuando la ecuación se desbalancea.
El deterioro de la calidad, allí como acá, es el resultado de las bajas inversiones en infraestructura que en todo caso priorizan el transporte privado. Lo dice el propio informe de la CAF: “La infraestructura de transporte público (metro, ferrovía y carril exclusivo para autobús) por habitante crece menos que aquella relacionada a las grandes vías (expresas y arteriales)”.
La gente, entonces, como sugería un famoso modelo matemático desarrollado por el economista y geógrafo Charles Mills Tiebout, termina “votando con los pies” y abandonando los servicios de mala calidad. Lo hace con la escuela pública, lo hace con los hospitales y la seguridad también.
Así, mientras que en 1977 el transporte público absorbía el 45,6% de los viajes del área metropolitana de San Pablo, veinte años después sólo contiene al 36,4% de la demanda.
En Buenos Aires el voto con los pies fue incluso más drástico. En 1972 sólo el 15,2% de los viajes del área metropolitana se hacían en autos particulares, mientras que ahora el 50% de la gente elige las 4 ruedas. En ese mismo lapso, los viajes en colectivo cayeron de representar el 54,3% al 29,5% de la demanda.
Para colmo de males, el sustituto privado, que en Argentina han sido los autos, en Brasil fueron las motos; entre 1997 y 2007, la flota de motocicletas en San Pablo pasó de 140.000 a 456.000, lo que generó un lamentable aumento en el número de muertes del 110% para el mismo período.

El costo del mundial

En este contexto, la gente no tolera que el gobierno gaste 13.000 millones de dólares en la organización del mundial de fútbol del 2014. Un aumento de apariencia poco significativa dispara una protesta que no sólo logró que el gobierno diera marcha atrás con el tarifazo, sino que amenaza con seguir creciendo y expandirse hacia otros reclamos, como el que ilustra el cántico con el que abrimos esta columna.
Las autoridades argumentan que se trata de una extraordinaria inversión y enarbolan un estudio de la prestigiosa consultora internacional Ernst & Young, que estima un impacto total (directo e indirecto) de 70.000 millones de dólares. Sostienen además que muchas de las obras servirán también para los Juegos Olímpicos del 2016, lo que aumentará aún más los beneficios.
Las ganancias vendrían presuntamente de una masiva afluencia turística y una revalorización de la marca Brasil, sumadas a las mejoras de productividad que la economía tendría una vez que los partidos hayan terminado y queden las ciudades sede con una notable mejora de infraestructura (buena parte de la cual sería en transporte público)
Muchos sospechan, en cambio, que esas estimaciones son muy optimistas. Por ejemplo, un reciente estudio de la Universidad de San Pablo, la más prestigiosa de Latinoamérica, calculó que el gasto total por ser anfitriones del mundial, será de 18.000 millones, un 38% más de lo que prevé el Gobierno.

Fútbol y desarrollo

Los economistas han estudiado en numerosas oportunidades el impacto económico de la organización de mundiales. Por ejemplo, Wolfgang Maennig, de la Hamburg University, no encontró ningún impacto significativo, en materia de crecimiento, de Alemania 2006, al tiempo que Robert Baade and Victor Matheson llegaron a la conclusión de que las ciudades norteamericanas que habían sido sede del mundial de 1994 llegaron incluso a experimentar caídas en el ingreso de sus habitantes.
Similares conclusiones obtuvo Matt Bolduc, de la publicación Equity Theme, respecto de los Juegos Olímpicos del 2012 en Londres; una vez más, los gastos fueron subestimados y terminaron pasando de 3.900 millones de libras esterlinas, a 24.000.
Queda entonces una lección de los indignados cariocas. El gobierno no puede pensar en el fútbol cuando no ha resuelto aún los principales problemas que hacen a la calidad de vida diaria.
La gente puede votar con los pies, y resolver privadamente lo que el Estado no le provee.
Pero así y todo, un día se cansan.

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