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LA COLUMNA INTERNACIONAL

Ganó Obama pero hay revancha

Todo parece haber terminado, pero no es así. El presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, venció sin hacer concesiones a los republicanos. No cedió un ápice en su reforma del sistema de salud –“Obamacare”- y logró que el Senado desbloqueara la situación fiscal al votar un financiamiento del gobierno hasta el 15 de enero próximo y de incremento del máximo de deuda hasta el 7 de febrero del 2014. Pero…
Los plazos son muy cortos. El financiamiento, en consecuencia, es solo una prórroga por un trimestre. La batalla, entonces, recomenzará salvo que alguna negociación previa se lleve a cabo.
No se trata de una batalla fiscal. Es una lucha ideológica. Una pelea entre los demócratas, encabezados por Obama, que buscan ampliar una cobertura de salud para la población de ingresos bajos mediante el gasto público, y los republicanos, particularmente los más conservadores, que no aceptan ninguna injerencia del Estado en la vida de los ciudadanos.
De aquí a enero próximo, solo falta un trimestre, tal vez existan negociaciones que eviten una nueva pulseada. Es probable, que los republicanos moderados recuperen terreno frente a los extremistas.
Si es así, la guerra ideológica dará paso a la clásica danza de avances y retrocesos propia de la alternancia democrática. En caso contrario, el trimestre por venir será solo un tiempo de tregua para la batalla de principios del año próximo.

Extremismo

Hace ya varias décadas que la alternancia en la gran mayoría de los países que adhieren y respetan plenamente las reglas de la democracia no representa rupturas, sino continuidad entre pasado, presente y futuro.
No significa necesariamente un abandono de posiciones ideológicas. Sí, en cambio, de una militancia cerrada que no admite otra verdad que la propia.
La ahora pospuesta batalla ideológica en los Estados Unidos, es una clásica demostración de extremismo que, sin vulnerar límites legales, no repara en límites políticos.
El presidente Barack Obama ganó dos elecciones presidenciales, aunque no cuenta con mayoría demócrata en la Cámara de Representantes desde el 2011.
La fecha es importante, porque antes de dicho cambio de mayoría, exactamente el 23 de marzo del 2010, Obama promulgó, tras el voto afirmativo de ambas cámaras legislativas, la “PatientProtection and AfordableCareAct” –la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible- más conocida como Obamacare.
La Obamacare promueve un sistema de salud obligatorio para todos aquellos que no están cubiertos por planes provistos por empleadores privados o por el Estado. Quienes perciben ingresos anuales inferiores al cuádruple de la línea de pobreza recibirán créditos fiscales –subsidios- para afrontar los gastos de adhesión. La línea de pobreza en Estados Unidos, para una familia tipo, se ubica en los 2.000 dólares de ingreso mensual.
Este “rol del Estado” en la cuestión de la cobertura y financiamiento sanitario es un elemento central para la oposición republicana. Cuando la ley fue aprobada, no recibió ningún voto republicano, ni en el Senado, ni en la Cámara de Representantes.
Por supuesto que una ley siempre es pasible de ser modificada o derogada por otra ley. Con una mayoría se aprobó y con otra mayoría se deroga o se modifica. Solo que para ello hace falta una mayoría en ambas cámaras legislativas y, actualmente, los republicanos no cuentan con el número suficiente de senadores. Si así ocurriese, nadie puede hablar de extremismo.
Distinto es cuando para derogar o modificar una ley –en este caso, la Obamacare- se busca paralizar la administración pública. No es ilegal, pero es lo más parecido a un chantaje. “Si querés que no te paralice el gobierno, tenés que ceder en Obamacare”. Propio de un extremismo ideológico.

El “Tea Party”
    

No es un partido pese a lo que indica su nombre –Partido del Té-, sino un movimiento interno dentro del Partido Republicano. Mejor dicho, un conjunto sin mayor coordinación de distintos grupos.
Se trata, pues, de un colectivo heterogéneo al que se suele identificar en la derecha norteamericana. Sin embargo, junto a los conservadores conviven liberales extremistas, nacionalistas, e individualistas libertarios.
En rigor los une, el odio al gobierno central, la reducción del Estado al mínimo indispensable, el repudio a la clase política tradicional de ambos partidos mayoritarios y la lucha contra el endeudamiento público.
Algunos de sus miembros prominentes son la ex precandidato a presidente Michele Bachman, representante por Minnesota; Scott Brown, senador por Massachusetts; Rafael “Ted” Cruz, senador por Texas; Newt Gingrich, ex presidente de la Cámara de Representantes y ex precandidato presidencial; Susana Martínez, gobernadora del estado de Nuevo Méjico; Sarah Palin, ex gobernadora de Alaska y ex candidata a la vicepresidencia; Rand Paul, senador por Kentucky, y su padre, Ron Paul, ex representante por Texas y mentor ideológico del Tea Party; y, finalmente, Marco Rubio, senador por Florida y posible próximo precandidato a presidente.
Pero, no todos los republicanos simpatizan con el Tea Party. En la larga historia del  Gran Old Party, no siempre prevalecieron las posiciones conservadoras. No fue así, cuando solo seis años después de su fundación, en 1860 llegó a la presidencia del brazo de Abraham Lincoln. O cuando Theodore Roosevelt, a principios del siglo XX, luchó para reducir el poder de monopolios y oligopolios y obligarlos a la libre competencia.
Quien le dio una impronta francamente conservadora fue Ronald Reagan a partir de su presidencia en 1980. Se trataba del regreso al espíritu individualista de los padres pioneros. Desde entonces, las diferencias internas son metodológicas.
Algo que se puede observar claramente en el reciente episodio del “shutdown”. Mientras el Tea Party forzó la mano al extremo de la paralización del gobierno, los moderados –tan enemigos del Obamacare como los primeros- no estaban de acuerdo con el extremismo. Para ellos, igual que para Obama, para derogar Obamacare hace falta ganar las elecciones y tener mayoría en ambas cámaras. Es lo que piensa el ex candidato presidencial John McCain.
De allí, la diferencia metodológica. Para unos, reglas de juego. Para otros, aunque dentro de la ley, todo vale. Al final, los moderados se impusieron sobre los extremistas.

Por afuera

Dos cuestiones concitan, por estos días, la atención de la política exterior de los Estados Unidos. Superado, por el momento, el conflicto interno del shutdown, la política exterior retoma su importancia. Y esas cuestiones centrales son Irán y Siria.
En ambas, la opción militar pasó a segundo plano. En la cuestión siria, porque Estados Unidos aceptó –con alivio, por cierto- la propuesta rusa con acuerdo del régimen dictatorial sirio de destruir las armas químicas acumuladas. En el caso iraní, porque el cambio de gobierno en Irán representa un avance de la moderación y ello posibilitó la apertura de un diálogo preparatorio entre ambos países, luego de 34 años de silencio absoluto, que se lleva a cabo en Ginebra, Suiza.
Con buena voluntad y mejores intenciones, el problema entre Irán y Estados Unidos no deja de ser objetivo. Irán ya no solo quiere, sino que necesita producir energía. De allí su programa nuclear, según la explicación del gobierno iraní.
Para los Estados Unidos, para Israel, para Arabia Saudita y para muchos más, el programa nuclear iraní es una excusa para dotarse de armas atómicas.
Si se pretende evitar una “solución” militar, como preconiza Israel, alguien deberá ceder. O Irán abandona el programa. O Estados Unidos no lo considera letal. En el medio, el uso pacífico de la energía nuclear. Pero, en el caso iraní, ¿Quién lo garantiza? De eso, están hablando.
El asunto sirio también tiene a Ginebra en la brújula. Porque Ginebra representa la vía de solución política frente al estancamiento militar que no ahorra víctimas, pero no decide vencedores.
El problema de la discusión en Ginebra es previo a la propia discusión. Es quien va y quien, en consecuencia, no va. Los rebeldes aceptan ir bajo la condición de la salida de Bashar al-Assad del gobierno. El gobierno de al-Assad concurre solo si dicha condición no es previa. Difícil de acordar. 

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