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LA COLUMNA INTERNACIONAL

¿La hora de la extrema derecha?

En el continente europeo, más aún que en otras regiones del mundo, son las crisis económicas quienes determinan la supervivencia de los gobiernos y los resultados electorales.

En el continente europeo, más aún que en otras regiones del mundo, son las crisis económicas quienes determinan la supervivencia de los gobiernos y los resultados electorales. La fórmula parece sencilla. Cuando la realidad actual y las perspectivas económicas son buenas, los gobiernos continúan y reeligen. En caso contrario, caen si se trata de democracias parlamentarias y suelen perder las elecciones inmediatas.
Así, la alternancia entre corrientes, a grandes rasgos, conservadoras o socialistas parece asegurada. No obstante, dicha alternancia se apresta a sufrir vaivenes a manos de quienes han decidido postular cambios radicales.
Es que, más allá de retóricas y de personalidades, las diferencias entre conservadores y socialistas, no resultan muy significativas. Sólo los oponen matices en cuanto al tratamiento de la crisis económica que recorre el Viejo Continente. Y, además, dichos matices tampoco quedan contemplados en virtud de la pertenencia política, sino  más bien, en las características del país que se trate.
Así, la disciplina fiscal sostenida a rajatabla por la canciller –conservadora- alemana Angela Merkel, recibe escasas críticas por parte de la oposición socialdemócrata. Mientras que en el vecino francés, el exceso de gasto público no suele ser condenado, al menos con virulencia, ni por unos, ni por otros.
Con sus más y con sus menos, gran parte de los gobiernos europeos –siempre con la excepción alemana- tienen cuentas públicas que no cierran y una escasa predisposición al ajuste, salvo claro en aquellos países donde la soga llegó al cuello como España, Grecia, Irlanda, Italia y Portugal.
Es que nadie está convencido de la virtud del remedio. Y tampoco nadie resulta muy afecto a lo contrario. Dicho en otras palabras, el ajuste lleva necesariamente a la recesión. Y, el no ajuste, desemboca inevitablemente en la inflación. Ambos términos, recesión o inflación, conducen a derrotas electorales.
Mientras conservadores y socialistas se debaten en el qué hacer, desde la extrema derecha surgen voces que intentan cambiar el eje de la cuestión. No desconocen el problema, pero lo atribuyen a razones diferentes.
Para esa extrema derecha, son el euro y la inmigración, las razones de la crisis. Y, hasta cierto punto, convencen.

El caso francés

La reciente primera vuelta de las presidenciales francesas arrojó un resultado previsible, pero no tanto. Aunque no a la velocidad de sus vecinos, España e Italia, menos aún a la de Grecia, el país galo atraviesa dificultades económicas de importancia.
El cerrado cabeza a cabeza entre el presidente saliente Nicolas Sarkozy, conservador, y el socialista Francois Hollande, ambos a segunda vuelta el próximo 6 de mayo, no alcanza para disimular el avance de la extrema derecha y el resurgimiento moderado de la extrema izquierda.
En efecto, el 28 por ciento de Hollande y el 27 por ciento de Sarkozy, empalidecen ante el 18 por ciento de la nacional-populista Marine Le Pen y el 11 por ciento del izquierdista radical Jean-Luc Melenchon.
A tal punto, que la campaña electoral ahora se basa en atraer los votos que fueron a parar al Frente Nacional de Le Pen. De momento, las encuestas arrojan un diferencial apreciable a favor del socialista con una segunda vuelta que lo favorece por 54 a 46.
Indudablemente, Francia debe buscar una salida para su crisis económica. Sarkozy plantea una no muy creíble disciplina fiscal acordada con su colega alemana Merkel. Hollande insiste en un crecimiento económico fundamentado en una mayor distribución de la riqueza, a través de impuestos a los más ricos y la introducción de un pacto de crecimiento que acompañe al elemento fiscal ya acordado.
Ni lo uno, ni lo otro cuentan con un apoyo sustantivo de los franceses, como se vio tras el resultado electoral. La cuestión económica parece entonces conducir, casi inevitablemente, a un problema político.
A primera vista, Sarkozy debería recaudar mayor cantidad de votos en la extrema derecha que su rival. Pero, a poco de profundizar, dicho aserto se desdibuja. No sólo porque los populistas del Frente Nacional no quieren ni escuchar hablar de disciplina fiscal, sino porque mucho menos les cae simpático que provenga de una decisión europea y no francesa.
Ya lo señalamos, Europa, o mejor dicho la Unión Europea, representa el opuesto a las aspiraciones nacionalistas. Es que dicha unión se fundamenta en el abandono progresivo de muchas atribuciones para los gobiernos nacionales a favor de las proporcionalmente crecientes jurisdicciones de la “burocracia” instalada en Bruselas. La última y más significativa de las cuales es el euro.
Por el lado de Hollande, sus promesas de crecimiento y de menor ajuste, puede sonar mejor a los oídos de los nacionalistas, pero el mote “socialista” de por sí genera desconfianzas que se agravan cuando de inmigración se habla. Algo en lo que, difícilmente, socialistas y nacionalistas coincidan.
Cuesta reconocerlo pero el 18 por ciento que Marine Le Pen obtuvo en las elecciones, será determinante en el futuro inmediato de Francia. Sencillamente, porque dictamina la agenda política. Algo que no resuelve la segunda vuelta de la presidencial.
La euforia que, por estos días, vive el Frente Nacional es tal que cualquiera creería que forma parte de la disputa del próximo 6 de mayo. Obviamente, no es así. Pero dicha euforia radica en la siguiente elección que solo acontecerá 45 días después.
En efecto, el 10 de junio, Francia vuelve a votar, en este caso en legislativas y la ambición de la ultra derecha es alzarse con un importante número de diputados que condicione al ganador de las presidenciales.
Y, en ese orden de cosas, un triunfo electoral de la izquierda moderada, resulta más conveniente. Si se da, es posible pensar en una oposición de derecha con prevalencia de los extremistas a partir de una polarización en la legislativa donde la derecha moderada de Sarkozy cargue con la cruz de una derrota electoral reciente.

El caso holandés

También en Holanda, la crisis económica trae consecuencias políticas de envergadura. Los tres partidos tradicionales –socialdemócratas, conservadores y liberales- no parecen estar en condiciones de formar una mayoría  en las elecciones anticipadas que se llevarán a cabo en setiembre próximo.
El actual primer ministro Mark Rutte, liberal, acaba de presentar su dimisión. Hace un año y medio formó gobierno minoritario con los conservadores, tras la salida de los socialistas de la gran coalición en virtud de la oposición de estos últimos a las políticas de disciplina fiscal pregonadas por Rutte.
Dicho gobierno minoritario contó con el aval –no la participación- del partido de extrema derecha de Geert Wilders, que proclama una cruzada contra el Islam y que resultó, en aquella elección, beneficiado con un salto de 9 a 24 diputados.
Con criterio táctico, Wilders retiró ahora su apoyo externo al gobierno minoritario y lo dejó sin otra salida que la renuncia y el llamado a elecciones anticipadas.
Pero Wilders, además, vislumbró un cambio táctico que lo ubica en la ola anti Unión Europea que recorre al Viejo Continente. Dejó de ser el cruzado contra el Islam y se convirtió en un antieuropeo decidido.
Como en el caso francés, es hoy mucho más rentable en términos electorales movilizarse contra la Europa de Bruselas que contra los islámicos. Y Wilders hace gala de un discurso capaz de juntar a los disconformes de todos los colores.
Por un lado, sostiene un discurso de extrema derecha sobre las cuestiones sociales, en particular la inmigración no solo islámica sino dentro de la propia Europa, algo que necesariamente debe defender como su nombre lo indica la Unión Europea. Ya no ataca –o lo hace cada vez menos- a los marroquíes e indonesios, muy numerosos en Holanda, sino que combate a polacos, búlgaros, rumanos y los restantes inmigrantes de la región balcánica.
Por el otro, defiende al estado-benefactor –y rechaza, por ende, el ajuste- y lo hace desde la perspectiva de que resulta inviable si la inmigración continúa y genera enormes gastos para su asimilación.
Así, Wilders parece en condiciones de recabar votos en la derecha y en la izquierda. Así, junto con Marine Le Pen, parecen ser los políticos de la hora.
De momento, el futuro parece promisorio para estos anti sistema. Ya gobiernan en Hungría con el primer ministro Viktor Orban quién se dio el lujo de cambiar la constitución del país para trocarla no solo en un instrumento de mayor autoritarismo, sino en un cuerpo legal con profundas contradicciones con la normativa europea. Y todo indica que lograrán un fuerte avance en Grecia, cuando también el próximo 6 de mayo resulte elegido un nuevo parlamento.

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