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LA COLUMNA INTERNACIONAL

Cuba y el narcotráfico

No son pocos los analistas que señalan que las cumbres presidenciales suelen servir de poco y nada.

No son pocos los analistas que señalan que las cumbres presidenciales suelen servir de poco y nada. Están en lo cierto cuando la pretensión es un resultado inmediato que cambie instantáneamente reglas de juego. Se equivocan cuando pretenden ignorar que las cumbres marcan tendencias cuyos resultados sí producen cambios en el mediano plazo.
Cierto, la reciente cumbre de las Américas que se llevó a cabo en Cartagena de Indias, Colombia, terminó mal. No hubo consenso. A tal punto, que no emitió comunicado final.
Suele ocurrir habitualmente que los desacuerdos se maquillan con una declaración proporcionalmente lavada en virtud del tenor de dichos desacuerdos. No fue el caso de Cartagena. Ni lavada, ni sin lavar, cada presidente se marchó hacia su respectivo país sin firmar nada.
Algunos no fueron como el venezolano Hugo Chávez y sus aliados, el nicaragüense Daniel Ortega y el ecuatoriano Rafael Correa. Otros se marcharon apresuradamente, como la argentina Cristina Kirchner y el boliviano Evo Morales. Algunos hasta suprimieron encuentros bilaterales agendados como la brasileña Dilma Roussef que, prácticamente, dejó plantado al anfitrión Juan Manuel Santos.
No obstante, y como cualquier cumbre con o sin declaración final, sirvió para colocar sobre el tapete los temas que preocupan a la región como tales.
En este caso fueron dos: la reinserción cubana, al menos desde la invitación a su gobierno para la participación en futuras cumbres, en particular, la próxima, que se llevará a cabo en Panamá dentro de tres años. Y, sobre todo, la discusión sobre la legalización del consumo de drogas como mecanismo de combate el narcotráfico.
La Argentina intentó, hasta último momento, la inclusión del tema Malvinas. No prosperó, aún si contaba con el apoyo entusiasta de Evo Morales y los gradualmente menos cálidos del resto de los países, con la excepción y la negativa de Estados Unidos y Canadá.
Con todo, y aún cuando marcan tendencias, el desacuerdo fue lo suficientemente fuerte como para dar validez a la duda acerca de si Cartagena no fue la última reunión multilateral al máximo nivel.
Quienes lo afirman practican una futurología de improbable cumplimiento. Algo no obstante es seguro, la intransigencia de Estados Unidos y de Canadá deberá mitigarse para que Panamá 2015 se lleve a cabo.

El caso cubano

Con mayor o menor simpatía por el “cuasi” eterno régimen de los hermanos Castro, el continente – con la excepción de Estados Unidos y Canadá – considera que el aislacionismo – y en particular, el bloqueo – contra Cuba ya no tiene razón de ser.
Las dos características que avalaban el aislamiento y la exclusión de la Organización de Estados Americanos (OEA) desde 1962, ya no están presentes.
Ni existe un peligro de avance del comunismo internacional sobre las democracias, ni Cuba está en condiciones de emprender nuevas aventuras militares en ningún lugar del mundo.
Lo primero quedó zanjado con el derrumbe de la Unión Soviética a partir de la caída del Muro de Berlin en 1989 y de la transformación de China en una potencia capitalista, aún si el Partido Comunista sigue gobernando el país asiático como único legal y admitido.
Cuba sufrió más que ninguno dicho derrumbe. Mientras los regímenes comunistas europeos rápidamente cambiaban de bando, aún cuando en algunos casos hubo guerras, como en la ex Yugoslavia, aunque su origen haya que buscarlo en los nacionalismos y no en la ideología, y los asiáticos pasaban al capitalismo con la sola excepción de Corea del Norte, el régimen castrista persistió en su experimento marxista y debió enfrentar dificultas económicas de las que aún no termina de salir.
El comunismo quedó pues circunscripto a solo dos países, Cuba y Corea del Norte que lejos, muy lejos, están de lograr, ni siquiera de intentar, una recuperación de la ideología a nivel internacional.
En cuanto a la exportación militar de la revolución, las aventuras cubanas de otrora en el Congo, en Bolivia, en Angola y en Etiopía no cuentan ni con la más mínima chance de reproducirse. Sencillamente, porque la economía cubana no da para mantener tropas fuera de los límites de la isla.
En todo caso, y aunque es harina de otro costal, es el armamentismo norcoreano quien motiva preocupación. Hoy por hoy, Cuba abandonó cualquier veleidad de intervencionismo militar.
En el seno de las Américas, por tanto, la situación es completamente diferente de aquella que se verificaba en las tres décadas que transcurrieron entre 1960 y 1990. Hoy solo queda retórica. Ni los aliados más próximos de los cubanos como Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Bolivia y, en bastante menor medida, la Argentina, representan una copia de aquel modelo.
¿Cómo comprender entonces la intransigencia norteamericana? La respuesta debe buscarse en la fuerte incidencia del voto conservador en las elecciones presidenciales de aquel país y en el lobby que lleva a cabo la diáspora anticastrista radicada, fundamentalmente, en el estado de Florida pero dispersa en otras regiones de Estados Unidos.
Y claro, este año, en noviembre, Estados Unidos elige nuevo presidente. Tanto el demócrata Barack Obama, como el conservador moderado Mitt Romney, no están dispuestos a perder dicho voto conservador. Un paso en falso, en tal sentido, de Obama le puede hacer perder una elección que se presenta, desde el vamos, como reñida.
Pero otro puede ser el cantar en Panamá 2015. Primero, porque la próxima cumbre se llevará poco tiempo después de la mitad de mandato, no en período electoral.
Segundo, porque las tibias reformas que el régimen cubano introduce pueden avanzar lo suficiente para aquel entonces.
Esta última es la otra cara de la moneda. Si por un lado la intransigencia norteamericana constituye una rémora del pasado, la continuidad de la dictadura castrista no le va en zaga.
Hoy, ya nada justifica al régimen cubano. Los incuestionables logros de la Revolución en materia de educación y de salud, no son objeto de discusión para nadie. Los también incuestionables fracasos en materia de libertades públicas y de la economía, tampoco.
Nada puede ofrecer de nuevo la Revolución. Todo es más de lo mismo. Las razones para su aislamiento desaparecieron. Las razones para su subsistencia, también.

Las drogas

Si en el capítulo cubano no se lograron avances, en la cuestión de la despenalización de las drogas, aún sin comunicado final, sí.
En primer término, porque no se repite el corte “ideológico”. Así, países con gobierno situados bien a la derecha como Guatemala o con gobiernos aliados a Estados Unidos como Colombia, pusieron en evidencia su predisposición a tratar el tema y hasta dejaron entrever su posición favorable a la despenalización.
El presidente Otto Pérez de Guatemala, un general retirado de indudable sesgo derechista, dijo que junto a otras medidas para combatir el narcotráfico había que estudiar la despenalización. Y, Juan Manuel Santos de Colombia, se mostró favorable a la despenalización inmediata del consumo de marihuana e inclusive de la cocaína, si esta decisión es aceptada por la comunidad internacional.
Y pese a su oposición a la despenalización – no olvidar, nuevamente, el año electoral – Estados Unidos se mostró de acuerdo con discutir la cuestión e, inclusive, formar un comité especial dentro de la OEA para que se pronuncie en los próximos dos años.
Es que también aquí, la cuestión no da para más.  Una cosa es intentar luchar contra el consumo como algo perjudicial para las poblaciones y otra muy distinta, penalizarlo.
Esto último, lo único que logró fue la fortuna inmensa del narcotráfico que cuenta con inagotables recursos como para infiltrarse con éxito en los gobiernos y mantener una guerra favorable contra quienes lo combaten. Sin contar con las guerras internas dentro del propio narcotráfico por el dominio de territorios que produce miles de muertes al año.
Tal vez llegó la hora para que los Estados Unidos rememoren que el “gangsterismo” de la década del 20 solo fue neutralizado cuando quedó derogada la denominada “Ley Seca” que prohibía el consumo de alcohol en aquel país.
Con todo, si para algo sirvió la Cumbre de Cartagena, aún sin comunicado final, fue para introducir la discusión sobre el tema.
No es poca cosa.

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