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Correr o morir

Habíamos dicho que Matteo Renzi es un artista político. Esto significa que para él la política reside en los contenidos, pero también en los gestos que los comunican y en el liderazgo. Es lo que ha ocurrido, de forma plástica, con el plan económico.
No ha sido un anuncio, sino una representación, la prueba de un nuevo ejercicio de liderazgo, en el que el premier fija un objetivo; lo comunica antes de que el Consejo de Ministros escriba en los decretos las coberturas financieras y se garantice el visto bueno de la UE; lo transforma en un eslogan eficaz (10.000 millones en la nómina de 10 millones de italianos); y establece incluso la fecha de caducidad de la operación, poniendo en juego su propia credibilidad: si el bonus no llega el 27 de mayo, llamadme bufón.
En esta forma de actuar hay algo distinto del eterno anuncio italiano. Es el atrevimiento de ligar su propia fortuna política a la rapidez en el hacer, y la necesidad de cortocircuitar tiempos y formas del mecanismo de toma de decisiones del Gobierno, del Parlamento, del sistema. Renzi corre porque si se para está muerto. Su futuro político depende de sus promesas de cambio, donde está también el apoyo popular y donde residen sus contradicciones.
Detrás de las sonrisas y de los chistes de una política pop, se está desarrollando una prueba de fuerza. Renzi se presenta como el abrelatas posible de un sistema bloqueado. Esto es el partido. Si gana, Renzi abre un mecanismo que parecía irreformable. Si no funciona, el sistema se oxida y también el abrelatas es inútil. 

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