Burkina Faso: el dilema entre negociar o combatir contra el terrorismo yihadista
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Burkina Faso: el dilema entre negociar o combatir contra el terrorismo yihadista

Conocidos son los vaivenes de la política. Aquello que es bueno hoy deja de serlo mañana y viceversa. Hubo una época, reciente, donde el intervencionismo militar fuera de las fronteras estaba a la orden del día. Y otra, actual, donde los ejércitos que se desplazaron retornan con poco más que las manos vacías.
Estados Unidos no está solo en esto de abandonar las zonas que, primero invade en nombre de la libertad y la democracia para luego dejar el escenario, sin libertad ni democracia, como lo hizo parcialmente en Corea, totalmente en Vietnam, está a punto de concretarlo en Afganistán y se prepara para hacerlo en Irak.
Francia sigue sus pasos. La finalización de la Operación Barkhane dispuesta por el presidente Emannuel Macron deja a los países de la zona del Sahel librados a su suerte frente al embate yihadista, narcotraficante y de bandas armadas que operan en la región.
De los cinco países que forman la región, la supervivencia de tres de ellos está en peligro. Mauritania, de momento, no sufre ataques. El Chad sí, pero cuenta con una de las mejores Fuerzas Armadas del África y no parece correr peligro. Pero, Níger –no confundir con Nigeria-, Burkina Faso y Mali, viven una pesadilla constante.
De los tres, la existencia de Níger, de momento, no está en duda. Es alerta naranja. Rojo, en cambio, es el que corresponde a Burkina Faso. De su lado, Mali cada día se parece más a un estado fallido del tipo Somalia o Sudán del Sur.
En Faso –como denominan a su país los burkinabés- operan dos grupos terroristas enemigos entre sí. Por un lado, el Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes (GSIM), encuadrado dentro de Al Qaeda. Por el otro, Estado Islámico en el Gran Sahara (EIGS) que, tal como su nombre los indica, responde a la internacional Estado Islámico.
Entre ambos, lograron la muerte de más de 1.600 ciudadanos y el desplazamiento de aproximadamente 1 millón de personas, solo en Burkina Faso.

¿Qué hacer?
Los franceses se van. Desde el 2013 a la fecha patrullan el Sahel. Primero con la Operación Serval, lanzada con el visto bueno de las Naciones Unidas (ONU), que combinaba las tropas francesas con las de Mali, para enfrentar a los secesionistas Tuareg del norte del país y a los grupos terroristas que llegaron a separar el norte del resto del país.
Serval fue reemplazada por la UNISOM, la fuerza de intervención de Naciones Unidas en Mali, y Francia lanzó, en 2014, la Operación Barkhane que abarcaba a su Ejército y a las Fuerzas Armadas de los cinco países del Sahel, junto a un contingente español, otro británico y uno más pequeño estonio. 
En setiembre de 2021 Barkhane termina. El grueso de la lucha recaerá sobre los mal preparados ejércitos nacionales, entre ellos el burkinabé. Y el futuro aparece, por demás, incierto.
Inclusive para los grupos yihadistas. En primer término, porque con el apoyo de la inteligencia militar y los transportes norteamericanos, Francia desarrolló con bastante éxito la táctica de perseguir y atacar a los responsables de dichos grupos. En segundo lugar, porque la diferenciación entre yihad y bandidaje es, cuando menos, tenue.
Es un dilema que deberán resolver. Continuar con el pillaje, los secuestros –en la medida de lo posible de extranjeros-, el tráfico de drogas y de personas, etcétera u ocupar territorio más allá de imponer el terror como ocurrió con Estado Islámico en Irak.

El fracaso
La lucha contra el terrorismo fue el eje central de la campaña que consagró en los comicios del 22 de noviembre del 2020 a Roch Kaboré como presidente reelecto de Burkina Faso. Las encuestas previas señalaban al terrorismo como la preocupación principal para el 93% de los burkinabés.
Varios candidatos imaginaron que el cansancio de la población tras años de atentados, secuestros y muertes, era por demás propicio para hablar de paz negociada. Incluso hubo quien llegó a proponer una amnistía para los yihadistas que no hayan cometido delitos de gravedad.
El hasta entonces prudente jefe de la oposición, Zéphirin Diabré, postulaba, cambio de 180 grados mediante, un diálogo con algunos grupos que “quizás exhiban reivindicaciones políticas”. Frente a ellos, el presidente-candidato Kaboré mostraba firmeza e intransigencia. Nada de negociación “con quienes quieren desmantelar a Burkina Faso”.
Con 57,87% de votos a favor, Kaboré resultó electo en primera vuelta, lejos del candidato que llega en segundo lugar que juntó solo el 15,48% de los votos y el jefe de la oposición, Diabré, dejó de serlo, tras su retraso a un tercer lugar con el 12,46%.
El país votó y votó a favor de la mano dura contra el terrorismo. Solo que dicho voto implica una necesaria eficacia en esa lucha. Implica reducir la amenaza. Implica golpear sin tregua a los yihadistas y a los delincuentes metamorfoseados en “autodefensas comunitarias”. Para ello, solo se puede contar parcialmente con las tropas extranjeras. El combate debe ser llevado a cabo por las fuerzas propias. Con un liderazgo claro que disciplina y que vence.
Sin ese liderazgo claro, no solo los yihadistas ganan terreno, sino que el tejido social se agrieta y se rompe. Pasó. Ganaderos contra agricultores por la posesión de las tierras. La etnia dominante Mossi contra los Peul. La violencia se adueñó del país y Kaboré no parece estar en condiciones de contenerla.
No se trata, pues, de posiciones pacifistas o bélicas. Se trata de resultados. Si lo militar no funciona y, en las actuales condiciones, no puede funcionar, hay que dar paso a la negociación. Parece lógico. Solo que en frente está Al Qaeda y Estado Islámico.

Un momento de gloria
Independizada de Francia en 1960 bajo el nombre de República del Alto Volta –por el río homónimo- y tras décadas de inestabilidad política, el país tomó el nombre de Burkina Faso.  Fue una iniciativa del capitán presidente Thomas Sankara quién veía en el nombre geográfico un apelativo colonialista. Burkina en idioma mossi significa “hombres íntegros”. Faso, en lengua diula, quiere decir patria. Burkina Faso es, entonces, Patria de Hombres Íntegros.
Pero el capitán Sankara no es recordado solo por un cambio de nombre. Llegó al poder en 1983, tras un golpe de Estado, y después de cambiar el nombre del país, la bandera, el himno y el escudo nacional, inició grandes transformaciones políticas y sociales que le valieron el apelativo del Che Guevara africano.
El capitán presidente se convirtió, por aquellos años, de “guerra fría” en un referente para la juventud africana y en un “campeón del anti colonialismo”. Pero no duró mucho en el poder. Fue derrocado mediante un golpe de Estado comandado por su “amigo” Blaise Campaoré. Sankara fue asesinado junto a varios colaboradores y enterrado clandestinamente.
Campaoré, también militar, gobernó el país durante 27 años, desde 1987 hasta 2014, cuando fue depuesto mediante otro golpe de Estado. Actualmente vive asilado en Costa de Marfil. Recién en 2014, el país recuperó la democracia plena que había perdido desde 1966. Solo un presidente, el primero, Maurice Yaméogo había sido elegido por voto popular. Fue poco más de medio siglo de conducción militar golpista.
Precisamente, con el actual presidente Kaboré fue que los civiles retornaron al poder, elecciones libres mediante. Kaboré, “compañero de ruta” del dictador Campaoré hasta el 2014, tomó distancia y fundó un nuevo partido político, el Movimiento del Pueblo para el Progreso (MPP), mediante el cual resultó electo. Es economista, egresado de la Universidad de Dijon de Francia, y varias veces condujo ministerios durante el gobierno de Campaoré.
Burkina Faso cuenta actualmente con poco más de 20,3 millones de habitantes que pertenecen a distintas etnias, cuya convivencia fue relativamente pacífica hasta hace pocos años. Por volumen del Producto Bruto Interno (PBI), Burkina Faso se ubica en el puesto 123, entre los estados independientes del mundo. Transformado en per cápita, el valor es de 703 euros anuales y cae al puesto 176. Por ende, con un ingreso bajísimo, no es de extrañar que la calidad de vida de sus habitantes deje mucho que desear. Por el contrario, el gasto en defensa es muy alto. No es para menos, en un país asediado, por el terrorismo yihadista. Alcanza al 9,01 por ciento del gasto público total.
La pandemia del Covid, al menos como surge de los datos conocidos, no afectó seriamente al país. Solo contabiliza 13.520 casos de contagio con 168 muertos que equivalen a 8,27 fallecidos por millón de habitantes. Pero la vacunación es muy baja. Solo el 0,15% de la población recibió una dosis y el 0,02 está completamente vacunada.

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