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Vladimir Putin busca gobernar de manera vitalicia a Rusia sin ningún tipo de oposición.
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En Rusia crece el poder vitalicio de Putin

Pese a los aires de gran potencia que el presidente Vladimir Putin intenta materializar para Rusia, son las cuestiones casi domésticas las que ciñen la repercusión de la política rusa. El opositor Alexei Navalny y la relación con Ucrania, sin dudas, se llevan las palmas.
Recientemente, haciendo gala de su “clásica virilidad sobreactuada”, Putin amenazó con romper los dientes a todos aquellos que intentan “morder” a Rusia. Se cuidó muy bien de identificar quienes son aquellos “mordedores”. La bravata, la llevó a cabo ante “organizaciones patrióticas” que no son otra cosa que grupos agresivos frente a todo lo foráneo, cuyos integrantes suelen ataviarse con el traje tradicional cosaco.
Este “ultra nacionalismo” ruso es alentado desde el poder, desde buena parte de la jerarquía de la iglesia ortodoxa rusa y desde los oligarcas que rodean al presidente Putin, entre los que sobresale Yevgueni Viktorovich Prigozhin.
En Rusia, a Prigozhin se lo conoce como el “chef de Putin”. Propietario de restaurantes y de empresas de catering, su avance “social y económico” lo llevó a controlar empresas hoy acusadas en Occidente, de ciber espionaje, particularmente en las dos últimas elecciones presidenciales en los Estados Unidos.
Sus acciones informáticas fueron múltiples. Desde “trolear” para influenciar en las elecciones norteamericanas, hasta desarrollar campañas contra la oposición en la propia Rusia. Pero el gran salto de Prigozhin fue el grupo Wagner. Se trata de un grupo paramilitar “privado” que permite al gobierno ruso desarrollar operaciones en distintos rincones del mundo, sin reconocer su participación.
En dos años, 2016 y 2017, Wagner pasó de mil empleados a seis mil. Con sospechas de registro en Argentina y con oficinas Hongkong y San Petersburgo, el grupo Wagner opera en una clandestinidad avalada por el régimen. 
Desde 2017, Wagner actúa en distintos escenarios. Repartidos en más de 50 países, en actividades de seguridad, generalmente de protección para autócratas “tercermundistas” africanos o americanos como el venezolano Nicolás Maduro,  las participaciones combatientes están localizadas en Ucrania, Siria, Sudán, Libia, y la República Centroafricana.

Kiev en la mira
Ucrania no es el único caso. En las otrora repúblicas soviéticas de Georgia y de Moldavia, el presidente Putin sostiene movimientos separatistas como los de Osetia del Sur y Abjasia en Georgia o el de Transnistria en Moldavia.
Ucrania es el frente de la disputa con Occidente por excelencia. Ante la pasividad occidental, el autócrata ruso avanzó cuanto pudo. Separó y anexionó tras un plebiscito de escasísimo valor jurídico la península ucraniana de Crimea y creó dos repúblicas pro rusas en el Dombás, el oeste ucraniano, la de Luhansk y la de Donetsk.
Ya pasaron casi ocho años de la guerra del Dombás que enfrentó al ejército ucraniano con los separatistas de ambas repúblicas ayudados por los mercenarios del Grupo Wagner. Es decir, un período suficiente para pensar que las “conquistas” ya no corren peligro. Que ya están consolidadas. Que Luhansk, Donetsk y Crimea nunca volverán a ser ucranianas.
Entonces, ¿por qué no avanzar? El 1 de abril de 2021, el presidente ucraniano Volodimir Zelenski alertó al mundo sobre la concentración de tropas y equipamiento ruso en la frontera entre ambos países. Sí, claro, todo el mundo occidental se solidarizó con Ucrania. Estados Unidos, la Unión Europea, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) apoyaron a Zelenski y advirtieron a Putin. De palabra y punto.
Como siempre hace, el presidente Putin subió la apuesta. Prohibió la navegación por el Mar de Azov. Prohibición que afecta a todos los puertos del este ucraniano. Finalmente, el 22 de abril, Putin retiró sus tropas de la frontera –solo parcialmente- y habló sobre su predisposición para reunirse con Zelenski. A la fecha, la concentración de militares rusos en la frontera con Ucrania supera los 90 mil efectivos.
El objetivo inmediato del presidente ruso en la cuestión ucraniana consiste en impedir la adhesión de Ucrania a la OTAN, la alianza militar ofensiva-defensiva creada en 1949 para detener el avance comunista.

¿Freno o simulacro?
El 16 de junio de 2021, los presidentes de Estados Unidos y Rusia, Joseph “Joe” Biden y Vladimir Putin, respectivamente, se reunirán en Ginebra, Suiza. Las expectativas radican en cuál será la actitud del nuevo presidente norteamericano. Es que de Putin solo puede aguardarse poco más que una “mascarada”. Pondrá cara seria, saludará educadamente, hablará generalidades, responderá con generalidades aún mayores y retornará a Moscú con la reafirmación de la certeza de un Occidente que no va más allá de las palabras.
Salvo que… Biden se muestre firme ¿Firme en qué? Temas sobran: Ucrania, Siria, Bielorrusia, Libia, Corea del Norte, la cuestión nuclear iraní, el grupo Wagner, el ciber espionaje, el caso Navalny y el control sobre las armas nucleares. Pero ¿Qué significa firme? Significa diferenciar los temas a negociar de aquellos que deben ser innegociables. 
O el ingreso de Ucrania a la OTAN; o la cabeza del dictador bielorruso Aleksandr Lukachenko; o la libertad del opositor Alexei Navalny. Si no logra nada, Biden habrá ingresado a la calificación de timoratos que suele caracterizar a los dirigentes occidentales frente a los autoritarios del mundo.
Hasta los pacifistas más acérrimos deben comprender que el encuentro Biden-Putin poco y nada tiene que ver con el que protagonizaron en 1985, los entonces gobernantes Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov. Aquella fue una reunión para la paz, a partir del reconocimiento de la entonces Unión Soviética que abandonaba la carrera armamentista. La actual tarea de Occidente, y en particular de los Estados Unidos, es frenar y revertir las pretensiones expansionistas rusas y las de dominación, chinas.
Es que otra vez, como en las décadas de 1920 y 1930 del siglo pasado, la democracia liberal se encuentra amenazada. Como entonces, no es el sistema capitalista –como después sí lo fue- el cuestionado. Es la libertad, pública e individual, y el sistema de gobierno fundamentado en el estado de derecho el objetivo al que apunta el autoritarismo ruso y la dictadura china.

Fronteras adentro
Vyacheslav Volodin es un político oficialista ruso, presidente de la Duma –el Congreso- de la Federación. Se trata de un hombre dual. Alguien que durante el día equipara a Rusia con Vladimir Putin, pero por la noche dice que, algún día, será presidente del país. Pero, además de dual, el jefe del poder legislativo es alguien que jamás sonroja. Ni siquiera cuando para justificar el peor retroceso democrático de la historia del país desde que dejó de llamarse Unión Soviética afirma, muy suelto de cuerpo, que “somos el último islote de democracia y libertad”. Volodin formulaba estas afirmaciones en su discurso ante la Duma, en defensa de la flamante legislación que impide ser candidato a toda persona implicada en una organización “extremista”.
Traducido al momento, un mecanismo autoritario para negar la participación en las elecciones de cualquier allegado al opositor Alexei Navalny, ahora encarcelado, antes envenenado con el agente químico nervioso Novichok.
Como para no dejar dudas del carácter dictatorial de la decisión legislativa, no se trata solo de quienes participen de la Fundación Anticorrupción, la ONG de Navalny, también de quienes resulten simples admiradores. Por ejemplo, quienes hayan retweetiado mensajes del opositor o quienes se hayan interesado por su salud en las redes.
El presidente Putin ya no se conforma con ampliar constitucionalmente sus posibilidades de gobernar de manera vitalicia a Rusia. Pretende llevarlo a cabo sin ningún tipo de oposición.  Además de su partido, Rusia Unida, solo dos organizaciones son toleradas, el Partido Comunista y el ultra nacionalista Partido Liberal-Democrático. Ambos son financiados desde el poder para prestarse a un juego de simulacro democrático.
En la mira, las elecciones a la Duma previstas para setiembre de 2021. Unas elecciones que no se presentan demasiado favorables. Al cansancio de una era Putin interminable, se agrega una floja ´”perfomance” económica y una situación sanitaria, cuando menos deficiente.
Desde lo primero, más allá de la esperable caída del Producto Bruto Interno en 2020 (-3,1 por ciento), hay que agregar una cuasi recesión que obliga a remontarse hasta el 2012 para encontrar un resultado productivo alentador cuando el país creció un 4 por ciento anual. A partir de allí, los indicadores si bien no son negativos –sí en 2015- muestran escasa vocación al crecimiento.
En lo sanitario, pese a fabricar y exportar vacunas, a la fecha, Rusia solo vacunó al 11,12 por ciento de su población con la primera dosis de la vacuna Sputnik V. Con este presidente Putin se las verá, el 16 de junio del 2021, el presidente Biden.

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