La sociedad japonesa demuestra virtudes que desaparecen en otras latitudes.
La sociedad japonesa demuestra virtudes que desaparecen en otras latitudes.
ANÁLISIS 031

Japón y el largo debate entre la apatía del envejecimiento y las urgencias de la geopolítica

Razones de salud fueron las invocadas, el 28 de agosto de 2020, por el primer ministro de Japón, Shinzo Abe (66 años), para presentar su renuncia al cargo. Diecisiete días después, fue reemplazado por su jefe de Gabinete, Yoshihide Suga (72 años).
Una dolencia intestinal, arrastrada desde la juventud y empeorada durante el curso de 2020, fue la causa señalada para justificar la resignación del cargo de primer ministro por parte de Shinzo Abe.
Abe fue el primer ministro japonés que más tiempo duró en el cargo. Lo ocupó durante un año entre setiembre del 2006 e igual mes del 2007, y durante casi ocho entre diciembre del 2012 y setiembre del 2020. Superó así a su propio tío-abuelo Eisaku Sato, primer ministro entre 1964 y 1972.
Si bien la enfermedad del ex primer ministro no es puesta en duda, la situación política japonesa daba muestras del deterioro de su imagen y de disensos marcados en el seno de su propio gobierno.
Por un lado, acusaciones no comprobadas de corrupción. Por el otro, un mal manejo de la gestión sobre la pandemia del coronavirus como producto de las idas y vueltas alrededor de la realización, o no, de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020.

Deflacíón y democracia estática
El Japón de la década de 1980 vivió una bola de nieve especulativa que dejó secuelas imborrables en la población. Secuelas que no quedaron limitadas a las generaciones jóvenes de aquel entonces, sino que se trasladaron a quienes hoy forman parte de la juventud del país.
Nadie imagina actualmente, como ocurrió en aquel entonces, un socorro del estado frente a una debacle como aquella. Resultado: la juventud actual privilegia el ahorro por sobre el consumo. 
Así, las ventas anuales de vehículos –comenzado el nuevo milenio- descendieron en promedio un 20 por ciento. De su lado, los viajes al exterior cayeron, en la franja de los 20 a 30 años, en un 30 por ciento.
No es difícil imaginar, en un contexto semejante, una carrera casi desenfrenada por ofrecer productos y servicios a menor precio. La reacción, a su vez, consiste en comprar menos para que los precios continúen en descenso.
Las “Abenomics”, con tasa de interés negativa incluida, fueron un incentivo para el consumo, pero el muy débil o nulo incremento salarial pusieron freno a la intención consumista.
Y el dato demográfico. Ante la incertidumbre, los jóvenes no forman pareja y mucho menos familia. El resultado es un envejecimiento de la población que suele no consumir demasiado y, por el contrario, ejerce una fuerte influencia sobre el gasto público.
A la vista, un estado de situación que, en principio, requiere cambios. De los comportamientos sociales y de las decisiones políticas. La asunción del primer ministro Suga no parece, de momento, tener en cuenta dichas necesidades.
Japón es hoy una democracia, sin dudas respetuosa de la ley, pero inmóvil, con un partido dominante –PLD, Partido Liberal Demócrata- que gobierna desde 1955 con el solo paréntesis de un corto período entre 1992 y 1993 y otro, un poco más largo, entre 2009 y 2012.
La reacción social es la apatía. Por un lado, la población que envejece suele girar hacia el conservadurismo. Por el otro, la desconfianza juvenil hacia la política queda de manifiesto, no solo en la falta de compromiso, sino en la abstención electoral.
Aun así, la sociedad japonesa demuestra virtudes que desaparecen en otras latitudes. En primer término, no existe espacio para el populismo. En segundo lugar, la criminalidad es baja y la violencia en las calles inexistente. No es poca cosa.

La mirada geopolítica
Ideología, por un lado, incertidumbre, por el otro, desembocan en la formulación de una política de defensa activa. O mejor dicho, dejar atrás la política militar estrictamente defensiva para pasar a una estrategia activa.
Tanto el primer ministro Abe como su sucesor Suga topan contra la reticencia popular sobre la materia. Una reticencia que se debilitó en la medida que acciones propias y ajenas demostraban cierta ingenuidad en la materia.
Al respecto, conviene mencionar las presiones del ex presidente, Donald Trump, para que Japón gaste más en defensa y se haga cargo del tema a fin de liberar las responsabilidades de Estados Unidos en su defensa, adquiridas como producto de la Constitución de 1947 que prohíbe al Imperio del Sol Naciente llevar a cabo acciones de guerra.
Con el nuevo presidente Joe Biden es factible que los Estados Unidos renueven sus compromisos defensivos, aunque la semilla de la desconfianza está plantada.
Semilla de la desconfianza a la que abonan la voracidad china, el belicismo norcoreano y, en mucho menor medida, la irresuelta cuestión de la soberanía sobre las islas Kuriles del sur que detenta Rusia desde la ocupación del archipiélago por el Ejército Rojo en 1945.
Las anunciadas intenciones chinas de dominación del orden mundial motivaron la formación del Quad, integrado por el Japón, Australia, Estados Unidos e India, como embrión de una alianza militar estratégica con el objetivo de cercar y detener el avance chino.
Las relaciones entre Japón y China reconocen antecedentes de difícil asimilación. La ocupación de gran parte de China por el Ejército Imperial japonés, la brutalidad, la violación sistemática de los derechos humanos y la explotación por parte de los ocupantes resultan difíciles de olvidar aun cuando ya transcurrieron 75 años del fin de aquella ocupación.
A la fecha la situación es la opuesta. No se trata de una ocupación militar china sobre Japón, ni mucho menos. Pero sí de contener la agresividad del gobierno comunista chino que se manifiesta en la región del Mar de la China y que, puntualmente, para Japón incluye la soberanía sobre las islas Senkaku, ubicadas inmediatamente al norte de Taiwan. 
Las islas, deshabitadas, fueron ocupadas por los Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial y traspasadas a Japón en 1972. Forman parte del acuerdo de defensa estadounidense-japonés, de allí su importancia estratégica. 
El todo suma para China pero, aparentemente, suma más para Japón. Sobre todo porque las inversiones japonesas en la región son mayores que las chinas y porque Japón aparece rodeado de países que no mantienen buenas relaciones con China.
En cuanto a Corea, la situación es harto difícil. Los del Norte resultan una amenaza militar de consideración a partir de su desarrollo de misiles capaces de alcanzar Tokio y todas las ciudades japonesas con carga de ojivas nucleares.
Además, no está resuelto el contencioso por los secuestros de diecisiete ciudadanos japoneses por parte de la dictadura norcoreana entre 1977 y 1983. De esos diecisiete solo cinco regresaron a Japón para una corta visita y no fueron reenviados a Corea del Norte como preveía el acuerdo respectivo.
Y por último queda Corea del Sur con una controversia sobre las llamadas “mujeres de placer”, verdaderas esclavas sexuales coreanas para satisfacción del Ejército Imperial que ocupó la península desde principios del siglo XX hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Recientemente, una sentencia de un tribunal surcoreano obliga al gobierno japonés a indemnizar con 75.000 euros a cada una de doce de aquellas mujeres –algunas fallecidas durante el proceso- surcoreanas obligadas a prostituirse durante la ocupación.
Japón se niega a reconocer la validez de la demanda y arguye que la cuestión quedó resuelta tras un acuerdo bilateral “ad hoc” en 2015. Pero, para el tribunal, un acuerdo entre países no implica la pérdida del derecho individual al reclamo de compensaciones. 
Más aún mientras los políticos –primeros ministros incluidos- continúen sus homenajes ante el santuario sintoísta –religión nativa japonesa- de Yasukuni donde es venerada la memoria y son albergados los espíritus de los 2.466.532 soldados japoneses y coloniales –coreanos y taiwaneses- caídos en conflictos bélicos, según un listado oficial.
Ocurre que entre esos casi 2,5 millones de fallecidos figuran catorce criminales de guerra “Clase A” declarados como tales por el Tribunal Internacional para el Lejano Oriente, varios de ellos ejecutados en la horca. El  principal: el general Hideki Tojo, el belicista primer ministro de Japón entre los años 1941 y1944.

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