La felicidad también puede ser lograr el objetivo propuesto o rehuir una desgracia que amenaza.
La felicidad también puede ser lograr el objetivo propuesto o rehuir una desgracia que amenaza.
VIDA COTIDIANA

¿Qué es ser feliz?, el gran interrogante

Estar contento, satisfecho, sereno, sentirse bien, equilibrado orgánicamente y respirar el aire con amplitud, disfrutando de una placidez gozosa. Spinoza decía que la felicidad consiste en que el hombre pueda conservar su ser. Sin embargo, esta tranquilidad benéfica y salud corporal no nos hacen completamente felices, porque percibimos que nada hemos hecho para serlo. 'Entonces, la felicidad espontánea e inmerecida crea una desazón, una inquietud'.

La lengua alemana establece una diferencia entre la felicidad sencilla humana (glücklchkeit) y la bienaventuranza (seligkeit), un sentimiento arrebatador que inunda de felicidad, endiosándonos. Pero este goce feliz corporal es un estado efímero que engendra una búsqueda de la felicidad misma.

Por ello, tenemos que abandonar el estado de bienhechora indiferencia y contentamiento plácido, y salir al encuentro de los otros seres y cosas del mundo. No podemos limitarnos a disfrutar de nuestros estados íntimos, por más gozosos que sean, porque la felicidad supone una lucha, el esfuerzo spinozista, la tentativa permanente de alcanzarla. Para sentir realmente felicidad hay que conquistarla.

Sin duda, la vida feliz exige una atmósfera de calma y serenidad íntima. Pero esta paz produce, a la larga, hastío de su monotonía, y nace la angustia de sentirse feliz, una de las desdichas más graves que sufren los hombres. Por ello la inquietud peregrina, buscadora, ya es una dicha al obligamos a salir de nuestro yo cerrado en sí mismo.

Y pronto descubrimos que hay dos clases de felicidad: la que vivimos como un don y la que creamos con nuestra tensión esforzada, que nos obliga a prodigar nuestra atención. "El secreto de la felicidad es este: que tus intereses sean lo más amplios posible y que tus reacciones hacia cosas y personas sean amistosas en vez de hostiles" (Bertrand Russell). 

Entonces, si ser felices nos hace infelices, la congoja que crea se puede cambiar en un entusiasmo creciente por el mundo real. Del yo ensimismado, dichoso, autosuficiente y autónomo, el Dios moral kantiano, salimos con exaltado contento a descubrir el ser que está ahí, para sentir la felicidad de entregarse olvidado de sí mismo. Pero de este estado feliz surge otra contradicción: darse implica el sacrificio propio de toda ofrenda.

En este sentido, decía Rilke: "El verdadero sentimiento amoroso es Opfer", palabra que expresa donación y extravío peligroso en ella. De aquí, el introvertido difícilmente puede llegar a ser feliz, aunque a veces experimente satisfacción y equilibrio estático. 

Por el contrario, cuanto más se abra el hombre a los seres y a las cosas, mayores posibilidades tiene de sentir entusiasmo arrebatado que, en su trayectoria, puede llegar a la exaltación, verdadera felicidad que "solo por un instante puede hacernos sentir dioses". Pero es justo señalar lo peligroso de la exaltación, esa desesperada búsqueda de radiante felicidad que puede llevar a la desintegración física y a la ruina mental.

Hóiderlin vivió prodigiosos momentos de plenitud poética, que más tarde le sumieron en la locura; Van Gogh, de tanto perseguir el absoluto de sí mismo en el sol de mediodía, se cortó una oreja y ensombreció su vida feliz de artista y creador. Ante el temor a la disolución personal o a la desdicha de la mente enajenada, ¿diremos adiós al entusiasmo por la vida, para volver al estado de sentirnos pobremente felices? No, de ninguna manera.

Claro está, podemos adaptarnos a las circunstancias de nuestro entorno y permanecer contentos en ellas. Ortega y Gasset dijo que cuando nuestro yo coincide con la realidad sentimos un bienestar que está más allá de todos los placeres particulares, una delicia tan amplia que no tiene figura, y es lo que denominamos felicidad. Esta aceptación resignada a lo que es y circunscribe, este conformismo sutil, ¿puede hacernos realmente felices? En este sentido, en Verdad y poesía, Goethe ofrece el ejemplo de una existencia plena, mediante el disfrute de amores sucesivos que, sin desgarrarle por su brevedad y finitud, le proporcionan una felicidad intensa y, a la vez, serena.

Ahora bien, si ser felices hace sentirnos infelices, y la felicidad exaltada hunde en la tragedia, nos preguntamos: ¿existe realmente la felicidad o es solamente un sueño más del hombre? En la vida cotidiana podemos constatar que hay muchos seres verdaderamente felices: buscaban un trabajo y lo encontraron; habían soñado con una moza rubia alta y se casaron con ella; querían ser millonarios y amasaron una gran fortuna; sufrían una gravísima enfermedad y se curaron.

Estos seres son felices, porque la felicidad también puede ser lograr el objetivo propuesto o rehuir una desgracia que amenaza: "La tendencia constitutiva del hombre a la felicidad considerada así, en concreto, consiste nada más y nada menos que en la aspiración a salir de cada situación de la mejor manera posible, es decir, a la perfección de cada situación", afirma el profesor Aranguren en su obra Ética.

Pero si las situaciones felices o enojosas que describe son estados emotivos y fugaces de la felicidad, no su realidad definitiva, ¿es posible alcanzar la felicidad total y absoluta?

Cada hombre experimenta una dicha diferente a la de su compañero de celda en la vida. Para unos es serenidad espléndida, a través de la cual adquiere conciencia de ser; para otros es la renovación del entusiasmo; y para los más es vivir goces continuos sin arrebatamientos, al borde de un mar plácido.

Hemos podido observar que la felicidad es doble: física y espiritual, tensa e intensa, dulce y amarga, natural voluptuosa e, imaginativa creadora. Según Spinoza, es sentirse ser definitivamente y, al mismo tiempo, contemplación del Absoluto por el amor intelectual. Lo primero exige una lucha afanosa, y la segunda, una beatitud excelsa, una bienaventuranza divinizada. En consecuencia, es posible una felicidad asequible necesaria y otra ilusoria, fantasmagórica. Sin embargo, ambas formas de felicidad están unidas por la idea del Bien, del bienestar, de la esperanza de encontrar la dicha permanente. Este es el secreto de la verdadera felicidad y exige una realización progresiva e histórica del

Bien, lo que significa que podremos ser felices si lo somos todos. La felicidad es el bienestar para nosotros, no tan solo para algunos privilegiados por su situación de nacimiento o el azar. Por ello, Hegel afirma: "La felicidad es encontrarse a sí mismo en el Ser, el absoluto fin del mundo". Pero si resulta que en el Otro descubrimos nuestro yo, esta identidad perfecta causa infelicidad, porque nada hay más desdichado que el diálogo continuo del yo consigo mismo. La creación de un mundo diferente del que vivimos, ¿podrá darnos a todos la felicidad que seguimos buscando?

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