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VIAJAR DE A DOS

Compañeros de aventuras

>Hay compañeros de estudio, de trabajo, compañeros de teatro, de danza, del gimnasio, compañeros de promoción, pero nada se compara con los compañeros de viaje. Distancias y coincidencias, gustos, intereses y aventuras de quienes llevan varios viajes juntos sin ser pareja ni parientes.

Gilda Selis -29 años, periodista- viajaba sola por Río de Janeiro cuando conoció a la que define como su compañera de viaje. María Emilia Zeida -32 años, administrativa- se acercó a Gilda en medio de un “free walking tour” lleno de extranjeros sobre la playa de Copacabana y le preguntó muy segura: ¿Argentina o uruguaya? Se quedaron charlando, compartieron el mate y cuando terminó el recorrido cayeron en la cuenta de que estaban hospedadas en el mismo hostel. Nada es casual pero, en ese instante, ninguna imaginó lo que vendría después.
Ese, podría decirse, fue el primer viaje que hicieron juntas. Era octubre de 2015 cuando caminando las calles de Río se fueron conociendo. “Entre charlas y risas las dos sentimos como si nos conociéramos de toda la vida”, dice Gilda y describe los cinco días que pasaron juntas como espectaculares. Aún recuerda las noches que iban en busca de brigadeiros -algo así como unas trufas de chocolate y leche condensada brasileras- que probó gracias a la uruguaya y se volvió adicta. De ese viaje se despidieron con la certeza de que se volverían a ver en algún lugar del mundo. Y así fue.  
Un año después, a poco de reunirse en Buenos Aires, a María Emilia le  regalaron en su trabajo dos pasajes a Europa. Y sin pensarlo la invitó a Gilda, para cumplir con ella el sueño de recorrer el viejo continente. “Me llamó y me dijo que aunque parecía una locura porque sólo nos habíamos visto un par de veces, nos conocimos viajando y confiaba en que nos íbamos a llevar muy bien”, cuenta Gilda, que casi se desmaya cuando contestó la llamada. 
Planearon el viaje a distancia, a través de audios de whatsapp y cadenas de mails. A Gilda le encanta organizar e investigar sobre los destinos así que se encargó de eso y le iba consultando hasta que un fin de semana, un mes antes de viajar, María Emilia vino a la Argentina y ahí con dos computadoras y varias tarjetas de crédito liquidaron casi todo: los pasajes internos en avión, micros, trenes y hospedajes. “Yo sugerí ir a Praga y a Budapest y, a María Emilia le gustó la idea. Ella propuso Croacia, lo intentamos pero no nos daban los días ni el presupuesto. Y los últimos días de viajes coincidimos en dejarlos librados al azar, sin planear nada: terminamos en Pisa y en una playa de Italia que no sabíamos que existía”, recuerda Gilda. Este verano Gilda viajó a Punta del este y por supuesto visitó a su entrañable compañera de viajes, con la que comparte el amor por los mercados callejeros y el gusto por el mate.  
Con una pila de anécdotas compartidas, Gilda no tarda en asegurar que le encanta viajar con la uruguaya porque es flexible, siempre de buen humor y abierta a conocer gente. Viajar de a dos -dicen ellas- es una mezcla de organización y espontaneidad. Curiosas e inquietas, aunque estén muertas de cansancio, si a alguna se le ocurre un plan la otra la sigue sin chistar. Gilda la suele acompañar a las milongas aunque no baile tango y María Emilia a las muestras de fotografía. 
“Es algo difícil de explicar con palabras”, dice Gilda cuando intenta describir el vínculo que armaron. No tienen la cotidianeidad ni las noticias del día a día porque viven en países distintos pero cada vez que se vuelven a ver -aunque pasen meses- es como si el tiempo no hubiera pasado. Para acortar la distancia no tienen nada planeado. El próximo destino puede ser Machu Picchu, Croacia o Grecia. Lo único cierto es que María Emilia le insistió a Gilda para que vaya de visita a Uruguay en Semana Santa. 

Un vínculo eterno
“Con Esteban nos conocimos en Cuzco, vivíamos en un hostel en el que éramos voluntarios. Él viajaba con su novia y cuando decidimos recorrer otros lugares compartimos dos meses más de viaje los tres juntos”, cuenta Roger Amodio, un fotógrafo de 30 años que hace cinco años recorre Latinoamérica. Este platense, que cada tanto vuelve a su ciudad natal y completó el cono Latinoamericano visitando 19 países, vive en México, más precisamente en Tulum, a donde llegó  hace dos meses, como no podía ser de otra manera, con su compañero de viaje.
Roger todavía se acuerda una de las más lindas experiencias que vivieron con Esteban Cavallieri -30 años, ingeniero electromecánico oriundo de San Isidro- recorriendo la ciudad de Huaraz. Conocieron un couchsurfing que los hospedó y entre trekking, montañas y charlas pasaron tres semanas en uno de los puntos más altos de Perú.
Un compañero de viaje no sólo es un apoyo fundamental para el que está por viajar. “Saber que hay otra persona, muy cercana a vos, que está viviendo lo mismo es un alivio”, asegura Roger y aclara: “Cuando planeás con otro no te podés bajar”.
Entre ellos, en la previa al viaje, se juega una negociación. Cada uno dice los lugares que quiere conocer y en ese ida y vuelta queda claro lo que ninguno de los dos está dispuesto a resignar. 
Cocinan siempre, para sobrevivir y mantener una buena alimentación. Coinciden en los gustos y no tienen problemas en adaptarse en el menú según el presupuesto y la compañía, ya que muchas veces comparten tramos de viajes con otros viajeros. El dinero lo manejan como casi todos los testimonios de esta nota: en un fondo común. “Por fuera quedan los vicios personales”, aclaran.
Estos compañeros de viaje comparten las ganas y la pasión por viajar, como así también el gusto por la fotografía, la música, la idea de ser libres, de ser felices con poco, de gastar lo menos posible. La idea de ser emprendedores, de generar su propio trabajo, de buscar lo que les hace bien y no lo primero que encuentran. “Compartimos gustos y filosofía -dice Roger-; eso es lo más importante”.
Pero no vaya a creer que estos tipos son tal para cual, se diferencian rotundamente en la manera de tomar las cosas. “Yo soy ansioso”, dice Roger al tiempo que describe a Esteban como “paciente y relajado”. 
Están aquellos que no tienen hijos ni pareja, y ahorran para viajar, y están los que comparten sus viajes porque coinciden en los sueños y en el deseo de querer hacerlo. “Yo voy a elegir siempre una persona que tenga sus sueños bien determinados, porque lo mejor que puede tener un compañero de viaje es el deseo de viajar, de moverse, y de hacer lo que haga falta para lograrlo”, señala Roger y asegura: “El vínculo se va configurando como una hermandad. Esteban es toda la familia que tengo cerca y este vínculo es inquebrantable, incorruptible, eterno”. 

El viaje siempre espera
Milagros García y Soledad Díaz, treintañeras y abogadas ambas, se cruzaron hace tres años y medio, por alguna conjunción astral, en una clase de danza afro. Pero no fue hasta un sábado a la tarde en la casa de Soledad cuando, tiradas en una reposera tomando sol, Milagros le contó que podía frustrarse el proyecto de un viaje que había planeado con una amiga. Entonces Soledad la miró y le dijo: me encantaría viajar con vos. Milagros, con total naturalidad, se enganchó.  
En marzo de 2015, Milagros y Soledad compartieron auto, carpa y muchas ganas de viajar en un encuentro afro en la localidad de Mar Azul. “Descubrimos que tenemos la misma energía para hacer las cosas; coincidimos desde el horario en el que nos despertamos hasta en el que nos queremos acostar”, dice Milagros.
Algo que estas dos viajeras siempre rescatan es que cuando se dieron situaciones difíciles se miraron en espejo. Las cosas que a una le cuestan, a la otra le salen con naturalidad. Se dieron cuenta de eso y de que las diferencias las enriquecían. Diversión, introspección y profundas charlas las llevaron más tarde por España, Croacia y Europa del Este. Ahora mismo deben andar por Tailandia para seguir rumbo a Vietnam y Camboya. Su segundo gran viaje. 
“Somos un cuelgue total”, asegura Soledad, que de lo único que se encarga con anticipación es de tener la seguridad de saber dónde van a dormir. En el viaje ella es la que lleva el mapa y habla inglés, reclama si algo le parece injusto, pelea los precios y hasta pide cigarrillos si Mili quiere fumar, porque no tiene vergüenza. Milagros, por su lado, es una genia con la plata, tiene buena memoria para acordarse de todo y la habilidad para manejar las finanzas del viaje. Una rica comida y un buen vino -como el que se tomaron en un barcito de Croacia- es la mejor opción –para ellas- en cualquier lugar del mundo. 
Desde el primer viaje se reeligieron, y desde ese momento cada una pasó a formar parte de la vida de la otra. “Nos conocemos, queremos y respetamos mucho” ó “con ella sé que va a estar todo bien” son frases que suenan naturales en ambas. Para ellas el viaje es el momento de encontrarse bailando en cualquier bar del mundo, charlando, marcándose lo que a veces una no quiere escuchar de sí misma. Cuando vuelven de viaje, según cuentan, se extrañan tanto que al otro día ya se mandan mensajes.
Soledad es impulsiva y Milagros piensa todo antes de hacerlo. Soledad es pura sensibilidad  y la manifiesta; Milagros es sensible pero no lo muestra. Soledad se expone y Milagros se esconde. Las dos se adaptan, son flexibles y comparten los códigos. Cuando una dice vamos a tal lado, la otra acompaña.  
“Viajando con Sole me siento libre y creo que ella también conmigo”, dice Milagros y asegura: “cada vez que vuelve de un viaje se siente otra, me paro en otro lugar. Siento que nos vemos crecer en cada viaje, y no es menor, elegir quien querés que te acompañe”.
Dicen que el próximo destino nunca se sabe, pero los sueños siempre nos llevan hacia un nuevo puerto. Si es con un compañero de viaje, mejor.

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