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ESTO QUE PASA | ANÁLISIS POLÍTICO DE LA SEMANA

Una decisión ideológica que marca el rumbo

El macizo alineamiento del gobierno de Cristina Kirchner con el régimen dominante en Venezuela se ha dado esta semana de manera tal que no ya no tiene retorno. Es una decisión ideológica y política que coloca a la Argentina en la espinosa coyuntura de posicionarse como aval principal de los herederos de Hugo Chávez.
El texto oficial que divulgó Héctor Timerman no admite matices. Si por una parte se podría alegar que la comunicación de la Argentina a Caracas tiene mucho de diplomática simpatía táctica, en verdad la decisión adoptada por la Casa Rosada patentiza una alianza en sentido muy estricto.
“Ante los recientes sucesos en la República Bolivariana de Venezuela, el Gobierno argentino reitera su firme respaldo al gobierno constitucional elegido por los ciudadanos de dicho país” comienza diciendo el texto argentino. Podría decirse que, dentro de ciertos parámetros y hasta ahí, es sólo un saludo a la bandera. Pero de inmediato, Cristina avanza varios pasos. La Argentina se mete sin reparos en el conflicto doméstico de esa nación extranjera, cuando “alerta sobre los evidentes intentos de desestabilización que enfrenta el orden institucional en el país hermano”. ¿Son tan evidentes? ¿Corresponde que un país abra juicio sobre dolorosos y arduos conflictos domésticos de otra nación extranjera, descalificando a una parte y alineándose con la otra?
Las palabras de los actuales gobernantes argentinos ingresan en un galimatías explosivo cuando aluden al “legado de represión, masivas violaciones a los derechos humanos y profundización de la pobreza que dejaron las feroces dictaduras que asolaron América Latina”.

Legado inexistente

En verdad, la República de Venezuela ha vivido en democracia desde 1959 hasta la llegada de Chávez al poder en 1999. Fueron cuarenta años de estado de derecho.
 La dictadura cívico-militar del general Marcos Pérez Jiménez se extendió desde el 19 de abril de 1953 hasta el 23 de enero de 1958, cuando fue derrocado por una sublevación popular que restauró la democracia civil.
En 1953, al igual que Chávez décadas más tarde, Pérez Jiménez promulgó una nueva Constitución Nacional para cambiarle el nombre al país, pasando de Estados Unidos de Venezuela (su nombre desde 1864) a República de Venezuela, pero aprovechando para suprimir derechos sociales establecidos en la constitución democrática de 1946.
Al igual que sucedía con otros regímenes latinoamericanas de la época, el de Pérez Jiménez en Venezuela fue apoyado por el gobierno de Estados Unidos como parte de la guerra fría contra el comunismo.
Régimen de derecha, conservador y militarista, la de Pérez Jiménez fue la última dictadura criolla hasta fines del siglo XX.
Venezuela retornó de inmediato al estado de derecho. El 9 de febrero de 1959 regresó al país el líder socialdemócrata Rómulo Betancourt que el 7 de diciembre de ese año fue elegido Presidente de la República para el período constitucional 1959-1964.
La normalidad democrática se prolongó a partir de ese momento en Venezuela, con los gobiernos de Raúl Leoni (1964-1969), Rafael Caldera (1969-1974 y 1994–1999), Carlos Andrés Pérez (1974–1979 y 1989–1993), Luis Herrera Campins (1979-1984), Jaime Lusinchi (1984–1989), Octavio Lepage (mayo-junio 1993) y Ramón J. Velásquez (1993–1994). Chávez asumió el 2 de febrero de 1999 y (salvo un breve interregno de 24 horas, durante el golpe del 12 al 13 de abril de 2002), se mantuvo durante catorce años en el poder hasta su muerte, el 5 de marzo de 2013.

Peripecia dictatorial

¿Con qué feroces dictaduras alucina ahora el ministro Timerman? ¿Ignora, tal vez, que el dictador de Venezuela, general Pérez Jiménez, le dio refugio a Juan Perón en Caracas el 8 de agosto de 1956, cuando el argentino salió de la Nicaragua del también dictador pronorteamericano Anastasio Somoza, a la que había llegado procedente del Paraguay del sátrapa Alfredo Stroessner?
Perón permanecería protegido en Venezuela hasta enero de 1958, semanas antes del derrocamiento de Pérez Jiménez, en febrero de ese año, tras lo cual su última escala, antes de radicarse en la España de Franco, fue la República Dominicana del dictador Rafael Leónidas Trujillo, a la que llegó junto a John William Cooke.
Entre 1955 y 1961, los países en los que Perón buscó y consiguió asilo fueron dictaduras de derecha: Paraguay, Venezuela, República Dominicana y España. Jamás una democracia.
La Argentina de Cristina Kirchner alega ahora reafirmar “como deber prioritario de las democracias de nuestra región, una solidaridad activa y de defensa común frente al accionar de grupos autoritarios, las corporaciones y aquellos ligados a la especulación financiera y productiva”. De esa manera, la Presidenta cierra filas junto a una parte de Venezuela y desautoriza a la otra, acusándola de que “que pretende gobernar de hecho, imponer sus intereses sectoriales y suplantar gobiernos legítimos surgidos de la voluntad popular”.
Párrafo aparte merece la cínica expresión final de Timerman, en la que se enuncia que “la República Argentina lamenta que estos incidentes hayan provocado varios muertos y heridos y espera una investigación que determine las responsabilidades sobre los mismos”.
¿Los incidentes provocaron varios muertos? La gélida expresión hizo recordar cuando, tras los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki en junio de 2002, un medio argentino aseguró que “la crisis causó dos nuevas muertes” en Avellaneda.
Pero hay una diferencia entre un diario propiedad de sus editores y un gobierno nacional.
La Argentina se marginó deliberadamente de su pregonada declamación a favor de los derechos humanos y evitó al menos puntualizar la criminalidad de una represión oficial que en Venezuela fue ejecutada por grupos de tareas al servicio del chavismo en el poder.

Coherencia evidente

En este punto, el kirchnerismo ha sido coherente consigo mismo, porque desde 2003 la alianza explícita con Venezuela se ha mantenido imperturbable.
Tal vez la diferencia es que el híper pragmático Néstor Kirchner veía en Chávez a un banquero con disponibilidad infinita de recursos, mientras que el actual grupo gobernante enfatiza mucho más identidades ideológicas.
El Timerman que hace diez años calificaba a Cuba de dictadura, ahora metió a la Argentina en el laberinto de un pacto imposible y tóxico con el régimen de Irán.
Caracas y Teherán mantienen una alianza concreta y abigarrada, ¿por qué la Argentina que se regocija con el chavismo no habría de dejarse seducir por el Irán de los ayatolás que en Caracas es considerado como un amigo privilegiado?
Los paralelismos y las convergencias entre ambos gobiernos son demasiado elocuentes como para pasarlas por alto.
Si bien los chavistas se proclaman explícitamente marxistas y reconocen a Cuba como padrino moral y caudillo político de ese espacio, algo que el peronismo kirchnerista no asume, ambos sistemas preservan identidades muy llamativas y la menor de ellas no es, por cierto, que se trata de las economías más virulentamente inflacionarias del mundo. El gobierno de Cristina Kirchner se manifiesta como fervoroso partidario de un capitalismo de Estado, mientras que el régimen chavista manifiesta ostensiblemente su proyecto de construir una “patria socialista”.
Pero, ¿acaso el peronismo no pregonaba ya a comienzos de la década de 1970 su “socialismo nacional”?
Ya en 1973 desde unas “formaciones especiales” amamantadas por Perón se planteó de modo frontal esa “patria socialista” de la que en 1975 el recién graduado  subteniente Hugo Chávez, de apenas 21 años, ignoraba todo.
El actual gobierno de Venezuela tiene una configuración y una espina dorsal eminentemente militar.
Como el Perón de 1945, Chávez armó desde el Estado un movimiento de arriba hacia abajo y nunca dejó de ser lo que fue siempre, un oficial de las Fuerzas Armadas aquejado de sensibilidad social.
El Chávez de 1999 veneraba al Perón de los años ’40 y seguramente a la patria socialista de los Montoneros de 1973.
Las razones de estas relaciones carnales de la Argentina de Cristina Kirchner con la Venezuela de Nicolás Maduro se encuentran en las viejas peripecias de lo que algunos llaman nacionalismo popular, un movimiento antiliberal de fuerte impronta militar.
El desfile que Maduro presidió el miércoles 12 de febrero con la excusa del “Día de la Juventud”, le permitió al régimen bifronte (Maduro no se sostiene sin el anudamiento estrecho con el aparato militar encabezado por Diosdado Cabello, de fuerte impronta cubana) poner en la calle a decenas de miles de “combatientes” que marchaban al trote o haciendo el prusiano paso de ganso, gritando en coro vivas a la revolución y a la patria socialista.
Eso no ocurre en la Argentina, aunque tal vez no le disgustaría estar en esa situación al general cristinista César Milani. Pero lo cierto es que con este nuevo encadenamiento del Gobierno a la Venezuela volátil del chavismo, la Argentina se sigue martillando los clavos que configuran su auto encierro mundial. 

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