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LA COLUMNA DE LA SEMANA

De tarifas, corruptos y neocolonialismo

Todo el Gobierno se fue de vacaciones. No quedó nadie. O casi nadie. Siempre aparece alguna excepción que cambia todo. De la noche a la mañana.
No hace mucho, la actual administración estudiaba modificar el viejo esquema de la feria judicial que se repite en enero, semana santa y una semana de julio porque “no es posible que los tribunales funcionen de esa manera”.
Caía bien. Salvo a los eventuales afectados, claro ¿Por qué los judiciales gozan de dichos privilegios, además del horario reducido de 7 a 13 con el que atienden al público? Casi igual que los maestros que cuentan con dos meses de vacaciones estivales y quince días invernales. O las legislaturas que trabajan casi al mismo ritmo que el magisterio.
Obvio que la razón radica en que quien solventa los salarios de dichos privilegiados es el Estado. Es decir, los administradores de turno. Dinero público con el que, siempre, se es mucho más “liberal” que con el propio.
Pues bien, el Gobierno criticó en su momento, pero ahora copió. Seamos justos, no por el tamaño de las vacaciones. Salvo en las Legislaturas, nadie “vacaciona” más de quince días, a lo sumo tres semanas.
Precisamente, el presidente Mauricio Macri acaba de decidir que permanecerá siete días más en la residencia neuquina donde se hospeda con su mujer y su hija pequeña.
El problema no es, entonces, la duración, sino la simultaneidad. No quedó nadie… bueno, tanto como nadie…
Al ministro de Transporte, Guillermo Dietrich, se le ocurrió ignorar el jubileo y permaneció trabajando en su oficina.
Y trabajó tanto que, en el interín, modificó el esquema tarifario del transporte urbano y suburbano de la ciudad de Buenos Aires y su área metropolitana.
Lo hizo bien. Muy bien. Solo que antes se lo contó a alguien, y ese alguien a otro alguien, y así se enteró medio mundo que, con la velocidad que caracteriza a la interpretación que los argentinos hacemos de cualquier rumor, especie o trascendido, se convirtió en un “despiadado” aumento del transporte público, que afecta a los bolsillos de los que menos tienen.
La mañana del anuncio oficial, 48 horas después del trascendido, el ministro fue lo suficientemente claro como para explicar que el incremento era tal para quienes, durante el lapso de dos horas, solo utilizan un medio de transporte público con la tarjeta plástica “Sube”.
Para quienes frecuentan dos medios, durante dicho lapso, el costo resultará el mismo. Y para quienes deben utilizar tres, el gasto se reduce.
A “grosso modo”, quienes gastaban 6 pesos por pasaje, ahora gastarán 8 si viajan una sola vez en dos horas; 12 –igual que antes- si viajan dos veces; y 14 –cuatro pesos menos que antes- si viajan tres veces.
La decisión y su contenido no pueden sino ser tachadas de excelentes. Favorece a los que más viajan que son, por lo general, quienes menos ingresos perciben. A los que vienen de las barriadas más alejadas y más pobres. A los del segundo cordón del Gran Buenos Aires.
Se trata de un cambio sensible que bien puede inscribirse en el sentido tantas veces declamado por el kirchnerismo y la izquierda –vale aclarar que nunca lo hicieron- en el sentido de la redistribución de la riqueza. Sí, con el gobierno macrista.

Errores
Así contada, la modificación tarifaria parece un “cuento de hadas”. Y debió haberlo sido, si al Gobierno –a todo el resto del Gobierno, con la excepción ya mencionada de Dietrich-, se le hubiese ocurrido estar presente, acompañar el anuncio, explicarlo mediante videos, audios y gráficos, etcétera, etcétera.
Pero no. Se fueron de vacaciones. Alguien dirá porque ninguno de ellos es usuario de uno, mucho menos dos o tres medios de transporte público para concurrir al trabajo. Es posible, pero no es necesario estar enfermo para entender de salud pública o estar preso para resolver sobre política penitenciaria.
El resultado del “ausentismo” gubernamental fue el festival de “opinología” que, como hacen habitualmente, señales informativas de televisión por cable, radios AM y portales de diarios y de páginas web, amén de las consabidas redes sociales, pasaron dos días hablando solo del aumento de las tarifas de transporte.
Y ya se sabe. Cuando la pregunta es “qué piensa usted del aumento del transporte”, la respuesta nunca es técnica, ni compleja. Va desde “una barbaridad” hasta “estamos acostumbrados”. Por televisión se vieron entrevistas a taxistas, conduciendo su taxi, gente que, por razones obvias, difícilmente viaje en colectivo.
Claro que la culpa no es del cartero. Y en este caso, tampoco de la carta cuyo contenido fue bueno. Sino de los emisores que dejaron al pobre Dietrich para que se arreglara solo ¿O fue Dietrich que se cortó y no se lo informó a nadie? Esto último difícil, con la férrea vigilancia que exhiben Marcos Peña, y sus adláteres Mario Quintana y Gustavo Lopetegui.
¡Ah! Las vacaciones. 
Digan que vino Balcedo y solucionó todo. Ya hablaremos.
Antes dos cuestiones. La primera, el incremento de las tarifas de transporte no cubre más allá de la mitad del costo del viaje. Por tanto, el Gobierno nacional continuará con los subsidios a las empresas, aún por largo tiempo.
El problema es que subsidiar a las empresas, como quedó por demás demostrado, es una fuente de corrupción permanente. Existen, al respecto, causas abiertas contra Julio De Vido y sus cómplices por desvíos de fondos y pagos sospechosos.
Va siendo hora que el Gobierno estudie subsidiar directamente a los usuarios, y que estos paguen, al subir a un bus urbano, la tarifa completa. Para evitar tentaciones ¿Vio?
La segunda cuestión es la federal, dividida en dos partes. 
¿Cuál es la razón para que el Gobierno nacional se ocupe del transporte metropolitano y no del resto del país? No vale eso de la doble jurisdicción –Ciudad y Provincia de Buenos Aires-. Se soluciona con el Área Metropolitana. Que el Gobierno nacional se ocupe de la defensa, la seguridad, la justicia, las relaciones exteriores y que deje el transporte ya que no se trata de una facultad delegada.
Es que va siendo hora –y esta es la segunda parte- que los ciudadanos del resto del país no resulten discriminados. 
Parece mentira que se subsidien, por parte de los fondos nacionales, a empresas transportistas de la Ciudad de Buenos Aires, mientras el gobierno de la ciudad gasta a troche y moche en cambiar veredas que no estaban rotas, en achicar calles o en remodelar plazas que ya fueron remodeladas, mientras que a treinta cuadras, en el Gran Buenos Aires, no existen cloacas, ni agua corriente.

Salvaciones
Cuando todo parecía perdido, pese a los esfuerzos sobrehumanos de Guillermo Dietrich, apareció Marcelo Balcedo y puso las cosas en su lugar.
Su detención por parte de Interpol, en su lujosísima chacra cercana al mar, de 90 hectáreas en Piriápolis, Uruguay, resolvió los problemas de comunicación o, mejor dicho, de “vacancia” comunicacional del Gobierno. Algo que ni Dietrich, ni el resto –dorándose al sol- habían previsto ¿O sí?
Balcedo es un sindicalista exitoso. De esos que se vuelven ultra millonarios, producto de su “afanoso” trabajo cotidiano en aras de mejorar la calidad de vida de los afiliados a su gremio.
¿Qué en cuánto se calcula, la vivienda estival del sindicalista? En algo más de cinco millones de dólares ¿Quién no los tiene?
¿Qué había puertas adentro de la chacra que cuenta con tres viviendas? Lo mismo que tiene cualquiera. Dólares -500 mil-, joyas, autos de altísima gama y armas de grueso calibre. Lo dicho, casi lo mismo que posee cualquier trabajador del SOEME, el Sindicato de Obreros y Empleados de Minoridad y Educación.
Por supuesto, que para sus traslados, sus más de cuatrocientos viajes al exterior en los últimos 22 años, -lo normal en el gremio, claro- Balcedo contaba –eufemismo que quiere decir que es propietario-de un lujoso avión Gulfstream, disimulado como “leasing” con un costo mensual de 60 mil dólares. Lo que gana cualquier afiliado al SOEME. 
¿Qué se les imputa? Simplemente administración infiel. Cada vez que necesitaban hacer algún “gastito”, como viajes al exterior o alguna comprita, retiraban dinero del sindicato y, casualmente, no recordaban devolverlo. Así, por ahora, faltan 80 millones de pesos. Una bagatela.
Las malas lenguas, las muy malas lenguas, atribuyen además una relación estrecha con la banda narcotraficante rosarina “Los Monos” al secretario de Balcedo y presunto testaferro, Mauricio Yebra.
Lo de Yebra y Los Monos es nada más que una sospecha. Solo que, también casualmente, 14 autos de altísima gama de la banda rosarina figuran a nombre del propio Yebra. Otra casualidad, por cierto.
Bueno, lo de Balcedo, zafó al Gobierno de la mal manejada cuestión de las tarifas de transporte. Fue providencial. Y si no lo fue, hay que sacarse el sombrero. Justo a tiempo.
Claro que lo de Balcedo es solo un caso más de los últimos que se destapan todo el tiempo. Porque, aunque más lejano, en la provincia de Jujuy, el ejemplo de Josecito López, el lanzador de bolsos con millones de dólares por encima de las paredes de un convento, cunde.
No se llama López, se llama Diego Matus e intentaba fugar con un bolso lleno de billetes norteamericanos, desde la casa de Guillermo Fiad, un empresario sospechado de lavar el dinero que recaudaba y se apropiaba, la “detenida política” Milagro Sala.
Vale recordar alguno de los milagros de Milagro. Con los casi 1.400 millones de pesos que, vaya a saber con qué excusa, le giró el gobierno anterior, Milagro debió construir –a precio vil- 8.532 rudimentarias viviendas.
El dinero desapareció todo, pero quedaron 524 unidades sin terminar, en tanto que otras 1836 ni se empezaron. 
Fiad, el socio ahora repudiado, incrementó su patrimonio varias veces, desde que se juntó con la Sala en el 2009. Dueño tardío de una verdadera flota con más de veinte vehículos –entre ellos camiones y automóviles de alta gama- Fiad fue otro producto, junto con Sala, de la “década ganada” kirchnerista.
Balcedo, Fiad y Matus, los nuevo héroes del pasado que todos los días muestra un nuevo elemento a tener en cuenta. Aunque, claro, por supuesto, todos son inocentes. Y padecen la persecución del macrismo.

Neocolonialismo
Por estos días, las noticias sobre Venezuela hablan del más de 2.700 por ciento de inflación anual. De la imposibilidad, ya no de adquirir mercaderías de primera necesidad, sino de conseguir billetes para adquirirlas. De carencias de todo hasta, valga paradoja, de combustible.
Otro tanto ocurre en Irán, donde las personas salieron a las calles en distintas ciudades del país para reclamar por la carestía de vida y la falta de trabajo.
¿Qué une a Venezuela con Irán?
Por supuesto su difusa fraseología pseudo revolucionaria, las características autoritarias de ambos gobiernos, el desprecio por el derecho y las libertades públicas, la intolerancia frente a toda oposición, la consecuente encarcelación de los opositores, la vinculación estrecha con otros gobiernos autoritarios.
Pero los une, además, un elemento que durante mucho tiempo endilgaron a los países centrales: el neocolonialismo.
Ambos países, pretenden o pretendieron exportar sus modelos pseudo revolucionarios, sobre la base del empleo de sus recursos. 
A no olvidar que ambos asientan sus territorios sobre reservas más que significativas de petróleo.
Todo anduvo más o menos bien mientras el valor del crudo se situaba por encima de los 120 dólares estadounidenses el barril.
Claro que, como las alegrías no duran para siempre, el precio del petróleo, por diversas razones, se desplomó, y ambos gobiernos “revolucionarios” se quedaron sin recursos para exportar su revolución.
Así Venezuela se encontró con dificultades para subsidiar el petróleo que envía a Cuba, al Caribe y a Nicaragua. Así, Irán debe enfrentar problemas para mantener sus tropas en Irak, en Siria, para ayudar a los guerrilleros Hutis que ocupan gran parte del Yemen y para sostener a su aliado estratégico, el Hezbollah libanés, probable autor del atentado contra la AMIA en Buenos Aires, por encargo iraní.
Las movilizaciones ciudadanas de estos días en Irán reclamaban el retorno de los Pahlevi, la depuesta dinastía real iraní, barrida por la revolución islámica, y el cese de las aventuras internacionales, en particular el financiamiento del Hezbollah libanés.
Los gobiernos iraní y venezolano ensayaron durante años, dinero del petróleo de por medio, su versión tercermundista de un neocolonialismo religioso o ideológico.
Ahora, sus respectivos pueblos reclaman por sus condiciones de vida. Pero, el dinero ya no está. Corrupción y aventuras internacionales, se lo llevaron. Que sirva de ejemplo.

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Canilla