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ENTRE EL DEBER Y LA REALIDAD

Los clubes de barrio, bálsamos sociales que cada vez sufren más para subsistir

Junín tiene más de veinte entidades que brindan oportunidades deportivas y de recreación a un vasto sector de la comunidad. Pero las demandas aumentan y los recursos son cada vez más exiguos. En esta nota, historias cargadas de “todo a pulmón”.

Porque tiene una mesa de pool perfecta, sin “caída” – leves inclinaciones, para los menos entendidos-; porque la cantina está bien atendida y siempre hay dos o tres que se prenden a la invitación de jugar al truco sabiendo que el que pierde paga “la vuelta”; porque fue fundado por el abuelo y sus amigos y cita obligada de papá al volver del trabajo; o sencillamente porque es nuestro lugar en el mundo. Esas, y diez mil causas más, hacen que el club de barrio atesore los sentimientos más hondos en la gente que los transita y que se encuentra, a cada paso, con retazos de humor, anécdotas, nostalgia, de la vida misma.
Junín es infinitamente rico en este tipo de instituciones, que son el solaz para chicos y adultos interesados en deportes y vida social. Ad honorem, son administrados por vecinos cuyo amor por la entidad es difícil de explicar. Sus habitués suelen encontrar allí el sentido de pertenencia al barrio que los cobija. Y los padres los eligen para que sus hijos tengan contención.
Pero todo ese romanticismo y el deber asumido por los propios clubes de no declinar en la función social que supieron cumplir a lo largo de décadas –la mayoría roza los cien años de existencia- choca ante una realidad cada vez más hostil desde el punto de vista financiero.
 Hoy son pocos los que con suficientes socios y alternativas para captar ingresos les permitan funcionar. La mayoría afronta dificultades financieras y ninguno recibe subsidios. En consecuencia, los socios se alejan o dejan de pagar la cuota mensual y para sostenerlos, las comisiones recurren a rifas, sorteos y donaciones.
El desafío es generar atractivos para captar adherentes o, al menos, conservar los socios históricos (la fidelidad es un valor preciado). Y no es sencillo: Internet, redes sociales, televisión, y otras tecnologías hogareñas –que alientan el sedentarismo– restan concurrentes, al igual que los clubes privados, gimnasios y countries.
“Todos los días nos levantamos con el desafío de no perder esto que hace feliz a tanta gente. Y es difícil, porque la gente hoy tiene muchas propuestas para divertirse. Pero cada tarde, cuando en el salón se empieza a juntar gente y se arman las discusiones de fútbol, la picada y el partidito de mus, te das cuenta que hay muchos que no podrían pasar un día sin venir un buen rato, que acá se olvidan de todo, y eso no tiene precio”, cuenta orgulloso el conserje del Club Villa Talleres mientras saca un sifón de la heladera para que un cliente cincuentista acompañe el Gancia.
Raúl, del Suixtil, y su colega del Centro Asturiano, coinciden en que detrás del mostrador ejercen roles multifacéticos: “Acá sos psicólogo, contador de chistes, curandero, amigo y hasta referí si se llega a armar alguna peleita entre clientes”, comentaron con orgullo.

El “rebusque” para sobrevivir

La misión de sostener esas estructuras se torna casi quimérica en la medida en que las opciones que se le brinda a la gente son más grandes y numerosas. Pero por historia o por demanda actual, los clubes no pueden darse el lujo de cerrar así porque sí.
Es el caso de los clubes con oferta deportiva, que sumidos en una fuerte depresión económica hacen gala de mil ingenios para que la esencia de su existir no se diluya por completo.
Un ejemplo cabal de resurrección es el del Club River Plate, que hasta hace un par de años estuvo inmerso en oscuras profundidades y que, gracias al empuje de una generación dirigencial y de cientos de vecinos que se sumaron para colaborar pagando la cuota societaria y con mano de obra, supo sacar la cabeza del agua en el momento límite.  
Su actual presidente, Diego Martino, cuenta que para levantar todo de nuevo hubo que tomar “decisiones fuertes, que a veces no gustan”, como la de desprenderse de parte de su patrimonio.
La ligazón de Martino con River no es desde la cuna, arrancó hace diez años, cuando una mudanza lo llevó al barrio “La Loba” y el fútbol lo vinculó con el negro y amarillo que caracterizan a la institución. Después fue técnico de los equipos de primera y cuarta división, por necesidad, responsabilidad que no tardó en trasladarse a la faz dirigencial.
“El club estaba muy mal y hacía falta un cambio. Había dos personas trabajando, ya cansados de remar solos después de mucho tiempo. En lo futbolístico casi no teníamos inferiores, es decir que los chicos ya no nos elegían para hacer deportes, en la cancha no se podía jugar, las instalaciones estaban muy mal… ahí surgió la decisión de algunos jugadores y de gente que nos ayudó a cambiar esto”, reconoce.
Cuando Martino y la comisión iniciaron la presente gestión, River contaba nada más que con cuarenta socios. “Hoy tenemos un poquito más de quinientos. Además, el club posee la concesión de una cancha de fútbol con césped sintético, pero la otra cara es que tuvo que desprenderse de la cantina y ese lugar ahora es dado en alquiler para que funcione una cochera. Qué va a ser, uno necesita de una determinada estructura económica y sino tomás decisiones que a veces duelen, no se puede mantener”, admite.
La disyuntiva planteada por Martino es evidenciada en el resto de los clubes. José, dirigente de Ambos Mundos, agrega un dato: “Para hacer algo bien hay que contar con profesores, tener las canchas en condiciones y las instalaciones bien cuidadas. Es una inversión fija que tenemos que afrontar mes a mes y que no te deja parar nunca”.       
Al respecto señaló que “los clubes tenemos poco apoyo de la gente, del municipio, de todos. Entonces sí o sí hay que salir a hacer rifas, polladas, cenas, siempre sacándole un poco a los padres para mantener todo esto”.

“Se sobrevive por la pasión”

Juan José Ale, presidente de Independiente desde el 30 de septiembre de 2012, afirma que las fuentes de ingreso de los clubes están muy acotadas. “Casi el ochenta por ciento de los recursos que ingresan al club provienen de lo que abonan los 250 socios que en este momento tiene la entidad, que tampoco puede ser una cuota muy elevada porque estamos en medio de un sector muy humilde y se complica. Nos ayuda la colaboración de algunos socios y vecinos que vienen a trabajar ad honorem. Haciendo una pollada mensual, sorteos y nos la ingeniamos para ir llevándolos”, expresó.  
En ese escenario, algunas instituciones parecen estár más condicionadas por su posición geográfica. “Se empieza a diferenciar la realidad de los clubes que están bien ubicados de la de aquellos que están en las orillas de la ciudad, en parte porque la masa societaria que tienen es más grande y la cuota que cobran es más cara. En este momento, River, Moreno y Sarmiento, por ejemplo, están cobrando entre 40 y 50 pesos al socio, cuando nosotros le cobramos 15”, puntualizó Ale.
Ante semejante adversidad, la pregunta que surge es: ¿Qué lleva a un grupo minúsculo de personas a no ceder en la lucha? “Hay una pasión grande que se viene transmitiendo de generación en generación. Pensá que yo nací en el ´73 y en el ´75 ya estaba adentro del club. Y por otro lado, la parte social que cumplen estos lugares es muy linda. Uno puede tener cuatro o cinco amigos en la vida, pero en un club vos tenés más de cien personas que te conocen, te saludan y pasás un muy buen momento”, comentó Ale.
Una identificación idéntica, pero con el escudo de BAP, fue la que evidenció José Illescas. “Acá pasé toda mi vida, los vecinos que ya no están me vieron crecer jugando en el suelo de la confitería del club y después yo hice lo mismo con las nuevas generaciones. Mis hijos jugaron al fútbol siempre en esta institución, que, como otras, tuvo y tiene un lugar central en la atracción de los chicos, para sacarlos de la calle y brindarles contención”, resaltó el histórico referente del ferroviario.
Illescas no desconoció que el panorama de esas entidades se presenta con nubarrones, aunque prefirió no lamentarse: “Hace muchos años que se habla de las crisis de los clubes de barrio, pero mientras haya dos brazos dispuestos a trabajar, estos lugares no morirán jamás”.

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