Las rabietas de los nenes: cómo actuar ante ellas y qué hacer para evitarlas
ESPECIALISTAS EN INFANCIAS DAN TIPS PARA AFRONTAR ESTAS SITUACIONES

Las rabietas de los nenes: cómo actuar ante ellas y qué hacer para evitarlas

Los estallidos de impaciencia o enojo de los niños, con llantos, gritos, gestos o irritación llamativa, pueden desconcertar a los padres, llevándoles a reacciones desacertadas como “ignorar a su hijo hasta que se le pase”.

A veces los padres se quejan porque su hijo se “porta mal”, no les hace caso, no respeta los límites o entra en enojos por casi todo. Son quejas que suelen acompañarse de una sensación de desconcierto, malestar o incluso impotencia, por no saber cómo manejar estas situaciones de explosión emocional de manera eficaz. 

“Las rabietas y los problemas de conducta son algo que nos preocupa mucho a los padres, maestros y profesionales de la salud”, confirma el psicólogo y doctor en educación Rafael Guerrero, director de Darwin Psicólogos y autor de “Menudas rabietas”, entre otros libros de referencia. 

Guerrero es licenciado en psicología clínica y de la salud, doctor en educación, máster en psicoterapia breve, está especializado en psicología educativa, trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), trastornos del aprendizaje, problemas de conducta, psicoterapia con niños y adolescentes, apego, gestión emocional e intervención en trauma mediante la técnica EMDR. 

“Tradicionalmente, ante un enojo o el mal comportamiento del niño, el adulto -influido por la educación que todos hemos recibido de chicos- tendía a criticar y a no atender la conducta que manifestaba el menor”, señala Guerrero. 

Entender en lugar de juzgar 

“Hoy sabemos que todo ‘mal comportamiento’ infantil es un mensaje de S.O.S. (señal de socorro) dirigido al adulto, quien debe descifrarlo para comprender qué necesidad no está siendo suficientemente cubierta”, explica este psicoterapeuta especializado en vínculos sanos y problemas de conducta. “Ahora el objetivo no debería consistir en juzgar lo que la niña o el niño hace (la conducta) sino entender por qué lo hace (la raíz del problema)”, puntualiza. 

Para Guerrero, los padres y los maestros “debemos aprender maneras más respetuosas de tratar a los pequeños, alejadas de los castigos, de los chantajes y de ignorar sus reclamos de ser atendidos”. Debemos saber que “no hay mejor manera para acercarse a los niños que satisfacer sus necesidades emocionales con carácter prioritario”, enfatiza. 

“Las rabietas son normales y la gran mayoría de los niños pasan por esta fase tan temida por los padres. Los adultos pueden conseguir que la intensidad, duración y frecuencia de dichas rabietas sea menor si saben gestionarlas adecuadamente, e incluso prevenirlas, fortaleciendo el vínculo con sus hijos”, asegura. 

Dentro del cerebro infantil 

Desafortunadamente, en muchos hogares y centros escolares, seguimos queriendo que “la mala conducta se pare, que la rabia no se exprese, que el enojo desaparezca, que la frustración no exista”, lamenta. Esto es un inconveniente, porque “la energía del adulto se enfoca en controlar y corregir al menor con el ánimo de que ceda y se someta, que tape y oculte, que no entienda y siga funcionando como si hubiera sido atendido en su malestar de manera nutritiva en lo emocional, pero sin que esto haya sucedido”, según Guerrero.

“Conocer qué ocurre en el cerebro de un niño cuando está en pleno berrinche nos ayudará a entenderlo mejor y a darle aquello que precisa en cada momento”, señala. 

Debemos tener siempre presente que el cerebro de los niños funciona de manera distinta al del adulto y que “no tienen más opción que sacar la ansiedad, el miedo y la rabia porque no pueden gestionar estas emociones”, explica por su parte la docente y psicóloga Marisa Moya, entrenadora de Disciplina Positiva. 

Además, y lo que es más importante, los pequeños “dependen de que sus padres y madres, maestros y maestras, se relacionen con ellos de forma adecuada”, recalca Moya. El adulto no debe tomarse esta conducta infantil de manera personal, sino que debe ser capaz de interpretarla, según añade Moya.

Responder con cariño y respeto 

“La manera en la que tradicionalmente se ha procedido ante los enojos de un niño es poniendo en marcha la extinción de conducta, es decir, ignorarlo mientras le dure el enojo”, explica Guerrero. “Pero si cada vez que el niño está enojado no le ofrecemos respuestas afectuosas de manera reiterada, su cerebro no podrá efectuar la asociación natural entre conexión con el adulto y alivio”, añade el especialista. 

“Así, el mensaje implícito que le está transmitiendo el adulto al niño es que no puede contar con sus figuras de referencia y que solo puede confiar en sí mismo, a pesar de los pocos recursos de los que dispone en esta etapa de su vida”, aclara Guerrero. 

A través de su conducta, el niño enojado nos está diciendo: “No soy igual que vos” y “no siempre pienso o siento de la misma manera que vos”. En vez de ignorarlo, el adulto debería recordar el famoso proverbio chino “Ámame cuando menos lo merezca porque será cuando más lo necesite”, sugiere el experto. 

“¿Es grave lo que le pasa a mi hijo/a?”, le preguntan a Guerrero algunos padres que asisten a la consulta angustiados por la situación que está viviendo su hijo. Guerrero les explica que su hijo no tiene un trastorno ni nada grave, y que “las rabietas son normales y evolutivas, y casi todos los niños pasan por esta fase, con mayor o menor intensidad”. 

Señala que los padres y educadores deben ser conscientes de que un menor que está experimentando un enojo tiene mucho sufrimiento, ya que “cuando sentimos rabia solemos pasarlo muy mal, y que está mostrando una forma de sentir, pensar y actuar diferente a la de sus padres, lo cual es legítimo y válido”. 

“Los niños, aunque los etiquetemos de malos, desobedientes y retadores, solo quieren que los atiendan, los amen y pertenecer al grupo familiar, en una etapa de su vida en la que no tienen la capacidad de hacerse cargo de sí mismos y necesitan de los cuidados y del afecto de sus cuidadores principales”, asegura. 

“Si no somos empáticos con nuestros hijos, si no conectamos con ellos, no podremos dar respuestas a sus necesidades ni acompañarlos emocionalmente”, de acuerdo a este experto. 

Consultado sobre qué deben hacer y evitar los padres cuando estalla el enojo de su hijo, Guerrero señala que “el niño enojado necesita recompensas inmediatas y tolera muy mal que dicha gratificación sea a medio o largo plazo”. 

“Dado el secuestro emocional que está experimentando en la rabieta, no tienen la capacidad de anticiparse a las consecuencias de sus actos”, explica. 

Consejos para navegar en la tormenta 

“En los momentos de máxima ebullición de la rabieta, muchas mamás y papás cometemos el error de no validar o legitimar la emoción de nuestro hijo. No le permitimos que sienta rabia”, señala. 

Sin embargo, “esta emoción les resultará necesaria en la vida, por ejemplo para que pueda decir que algo es injusto o no está bien, o para que pueda defenderse o defender a otros”, según Guerrero. 

“Los padres también solemos confundir la emoción de nuestro hijo con su conducta, pero son cosas diferentes. Confundir lo que siente un niño y lo que hace es un error”, prosigue.

“La emoción (rabia) siempre es legítima y no obedece a una decisión, mientras que la conducta inadecuada (insultar, patear) puede llegar a ser consciente y voluntaria, estando sujeta a control, y los padres deben  a aprender a gestionarla”, señala. 

También es fundamental mantener la calma ante el “volcán en erupción” de la rabieta infantil. “Si el padre, un adulto que es la referencia del niño, se deja llevar por la emoción de su hijo en lugar de aportar razón a la situación, habrá dos personas desreguladas”, advierte. Ante el enojo, “cuando el niño se tira al suelo, comienza a patalear y está tremendamente enfadado, los padres tenemos que situarnos en una distancia prudencial y respetuosa, todo lo  lejos que el niño necesite en ese instante en que no quiere ser tocado ni abrazado, pero a la vez lo bastante cerca como para que no se sienta abandonado y se sienta acompañado”, según Guerrero. 

Por otra parte, “cuando el niño tiene una emoción fuerte como la rabia o el enfado, los padres deben darle tiempo (minutos, horas o incluso una tarde) hasta que su rabieta se disipe”, concluye.

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