ARQUITECTURA

Le Corbusier, medio siglo después

A 50 años de la muerte del genial artista suizo y creador de la emblemática casa Curutchet, un recorrido por su vida y los principios estéticos que rigieron su arte.

Acaso no haya nada más acertado que recorrer la casa Curutchet, en La Plata, para acercarse y entender parte del universo de ese al que muchos calificaron como el primer arquitecto global: Charles-Edouard Jeanneret-Gris, más conocido como Le Corbusier y de cuya muerte se está a punto de cumplir medio siglo.
Uno de los mayores expertos en la arquitectura contemporánea y gran conocedor de su obra, el crítico británico William J.R. Curtis, lo comparó alguna vez con el genio español Pablo Picasso: “Picasso reinventó los fundamentos de la pintura y la escultura, Le Corbusier hizo algo similar con la arquitectura”.
Al decir de Curtis, el arquitecto suizo “fue un revolucionario que volvió a las raíces. Creó todo un universo de ideas y de formas. Las implicaciones de su obra distan mucho de estar agotadas. Sus prototipos transmiten su influencia a través del tiempo y del espacio. Cada generación parece encontrar algo nuevo en él”.

Una mirada sensible
Pintor, escultor, urbanista, escritor, editor y diseñador de muebles, admirador de los aviones, los transatlánticos y los automóviles, Le Corbusier (Suiza, 6 de octubre de 1887- Francia, 27 de agosto de 1965) creó edificios que son “como mundos inventados o mitos construidos”, señala el crítico y autor de una monografía sobre el arquitecto: Le Corbusier: Ideas y Formas.
“Quienquiera que visite la Capilla de Ronchamp sale transformado por la presencia espiritual del lugar así como por los efectos de la geometría, de la luz y del espacio”, agrega.
Para muchos, además, Le Corbusier fue el primer arquitecto que supo entender a los medios de comunicación de masa y utilizarlos para propagar internacionalmente sus ideas. Pasó a la historia como el arquitecto que descubrió las virtudes del hormigón armado para la construcción de edificios, pero Le Corbusier fue, fundamentalmente, un artista y una figura clave de la cultura contemporánea, un hombre ultrasensible que, al decir de quienes más lo estudiaron, murió con la amargura de no ser considerado pintor al mismo nivel que arquitecto.
“Un pueblo bien loteado y construido en serie, daría como resultado una impresión de calma, de orden, de limpieza, impondría fatalmente la disciplina a los habitantes”
En 1929, tras desarrollar un par de proyectos para Moscú, Le Corbusier viajó a Latinoamérica y descubrió en nuestro continente las formas orgánicas y los materiales más sencillos, todo lo cual iba a imprimir un giro a su producción.
Inspirado por el espectacular entorno y las oportunidades que ofrecían estas tierras de la desmesura, Le Corbusier presentó algunas de sus nuevas ideas urbanas para reestructurar varias ciudades latinoamericanas, entre ellas Buenos Aires y Río, conceptos que desarrollaría más tarde también en el horizonte argelino con su llamado ‘Plan Obus’.

El artista del todo
La obra de Le Corbusier, como ha explicado Curtis, “está llena de polaridades entre el maquinismo y el primitivismo”. Las viviendas que proyectó para obreros, sin embargo, fueron al decir de los entendidos un cierto fracaso personal. Al menos así lo sufrió el genio. Los trabajos que le encargaban eran siempre casas unifamiliares, alejadas de la obra de arte única y rupturista que él soñaba construir. De todos modos, las ideaba como un prototipo y, según varios expertos, las dotaba del germen de lo que sería la vivienda moderna del siglo XX. Cuando quiso ponerlas en práctica, en un barrio de viviendas en Burdeos, sus casas ultramodernas fueron un desastre. A los pocos días de estar instalados en ellas, los inquilinos que no comprendían ni se adaptaban a las nuevas formas levantaron tabiques y abrieron ventanas donde no estaban proyectadas, todo de manera distinta a como él lo había decidido. Aquello abrió una brecha en sus convicciones y generó una profunda crisis en sus ideales. Como suelen decir varios arquitectos: había ideado la casa del siglo XX pero al hombre de ese tiempo le gustaba vivir como en el siglo XIX.
En los últimos años de su vida, entonces, se volcó por completo a la pintura. Su jornada estaba claramente partida. En su ático de las afueras de París, actualmente propiedad de la Fundación Le Corbusier, en Auteuil, muy cerca de las pistas de tenis de Rolland Garros, estaba su casa, en un lado, y su tallercito de pintor bohemio, en el otro. Por la mañana se dedicaba a pintar, y por la tarde se acercaba al estudio de arquitectura, en la Rue de Sèvres. “No lo veía como actividades separadas, sino como dos modos creativos que se alimentaban mutuamente. Trabajaba en su arquitectura porque por la mañana meditaba sobre pintura. Las dos cosas eran para él arte y nada más”, detalla el experto en Historia del Arte Juan Calatrava, un estudioso de la obra de Le Corbusier y para quien en su obra -ya sea pictórica como arquitectónica- el sonido ocupó un rol fundamental.
Según Calatrava, Le Corbusier llegó a plantearse en los últimos años de su vida poder escuchar las resonancias del paisaje. “Estaba inmerso en un conflicto que él llamaba la acústica plástica -explica el especialista-. La plástica que surge no sólo del ojo del artista, sino del artista que sabe escuchar los ruidos del universo. Por eso en muchas de sus pinturas aparece la imagen del pabellón auditivo. El artista escuchando”.

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