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Contar presidentes

América Latina estrenará ocho jefes de Estado en 2014.

Ocho presidentes latinoamericanos inaugurarán mandato en 2014. Siete elegidos durante el año: El Salvador y Costa Rica, en febrero; Panamá y Colombia en mayo; Bolivia, Brasil y Uruguay en octubre. La octava presidencia la ocupa Michelle Bachelet en Chile, a punto de tomar posesión; y aún cabría añadir a Enrique Peña, México, que asumió el 1 de diciembre, y debería hacer realidad su grandioso plan de reforma durante el año. Mejor que hablar de izquierda y derecha sería oportuno hacer un desglose de naturalezas, según el siguiente patrón: continuidad con o sin renovación; innovación; y revolución.

En la continuidad está Colombia, si como parece Juan Manuel Santos, centro-derecha, es reelegido contra el candidato uribista, pero con la trascendental renovación que supondría la firma de la paz con las FARC; Costa Rica, donde la partenogénesis de la izquierda da ventaja a Johnny Araya, que no se avergüenza en decir que representa “a los mismos de siempre”, el partido de Óscar Arias; y Panamá, donde José Domingo Arias, sucesor del presidente Ricardo Martinelli, se enfrenta a fuerzas de izquierda al parecer sin grandes posibilidades.

En la innovación está Chile, con la socialista Bachelet, que quiere reformar la Constitución en una segunda transición para liquidar efluvios residuales de pinochetismo y redistribuir mejor los frutos del progreso material del país; El Salvador, donde Sánchez Cerén, del antiguo movimiento guerrillero FMLN, es continuista de la izquierda moderada que representa el presidente en ejercicio, Mauricio Funes; Brasil, aparente feudo de otra socialista moderada, Dilma Rousseff, que se presenta a la reelección jactándose de que ha sacado de la pobreza a 40 millones de compatriotas, ya medio recuperada de las gigantescas manifestaciones de junio contra el derroche suntuario en Juegos Olímpicos y Mundial de fútbol; Uruguay, en que el Frente Amplio del presidente José Mujica, izquierda monástica, debería repetir con Tabaré Vázquez, cautelosa izquierda enemiga de excentricidades; Peña Nieto en México que quiere inventarse un país competitivo y desarrollado con un carrusel de reformas tan innovadoras como la propia paz en Colombia. Y aún cabría agregar un noveno presidente in péctore de toda América Latina: el Papa Bergoglio, italo-argentino, que disfruta de la novedad de su nombramiento.

Pero la única revolución en curso es la boliviana, donde Evo Morales trabaja a golpe de subsidios para barrer con dos tercios del voto a una derecha autotriturada, y así dar un nuevo impulso, en su tercer mandato, a la deshispanización del país.

El cómputo global apunta al estancamiento de la revolución bolivariana (Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua), que aunque mantiene presidencias, se debilita por el caos económico de su gran tesorero, Caracas, mientras que la Alianza del Pacífico (México, Perú, Chile y Colombia) le come el terreno al ALBA, organización chavista exhausta de fondos. Y con ello, la innovación (Chile, Brasil, El Salvador y México) más la tentativa de renovación bogotana, navega hoy con el viento de popa.

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