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TENDENCIAS

Después de la elección, los desafíos

Definida ya la elección norteamericana, lo que puede decirse de esta desagradable campaña es que estuvo peligrosamente desconectada de los problemas reales que enfrentará el presidente Barack Obama en su segundo mandato. La versión académica de la democracia norteamericana sostiene que las elecciones, al exponer las diferencias de opiniones y valores, facilitan el gobierno al poner de manifiesto dónde yace el peso de la opinión pública. El resultado es un “mandato” o, por lo menos, un sentido de dirección. Pocas veces ese objetivo se ha cumplido enteramente, pero la brecha entre la teoría política y la realidad parece especialmente pronunciada en 2012.

La cuestión primordial

Para declarar lo obvio: Los problemas que enfrenta Estados Unidos son primordialmente económicos. Existe una triple amenaza para un crecimiento económico más sólido. La primera surge del legado de la crisis financiera de 2007-09, que indujo a familias y empresas a deshacerse de sus deudas y, lo que es más importante, a gastar con más cautela. La segunda radica en una población que envejece y detiene la expansión de la fuerza laboral. Y finalmente, los déficits crónicos -causados cada vez más por beneficios prometidos- implican futuros recortes de gastos y/o aumentos fiscales, que podrían afectar el crecimiento económico.
La prosperidad y la legitimidad política se alimentan mutuamente. Cuando la gente piensa que está progresando, se siente mejor con respecto a sus líderes. Lo opuesto es también cierto. Incluso antes de la crisis financiera, la economía norteamericana estaba en desaceleración. Entre 1991 y 2001, el crecimiento promedió un 3,2 por ciento anual; entre 2002 y 2011, el ritmo cayó a un 2,3 por ciento. Cuando la economía se debilita, la competencia por los escasos recursos se acelera. Los jornales y los beneficios compiten con las ganancias. Todos los grupos se resisten a incrementos fiscales.
La forma en que la democracia encara un desempeño económico más débil constituye una cuestión central de nuestra época. No es sólo norteamericana. Europa y Japón -es decir, la mayoría del resto del mundo avanzado- también enfrentan el envejecimiento de sus sociedades, gobiernos comprometidos excesivamente y la desaceleración del crecimiento. En verdad, las presiones en otros países son mayores. En Europa, están magnificadas por la crisis del euro. El desempleo en la zona del euro es ahora de un 11,6 por ciento. Para 2050, se proyecta que la población de Japón mayor de 65 años constituirá un 40 por ciento del total.
Para los norteamericanos, la naturaleza global del desafío político significa que no podemos confiar en una demanda más vigorosa de Europa y Japón -compradores del 27 por ciento de las exportaciones de Estados Unidos en 2011- para un crecimiento más rápido. Justo lo opuesto: Su debilidad amenaza la nuestra.

Recetas básicas

Generalmente, lo que debe hacerse está claro. El gobierno necesita adoptar políticas a favor del crecimiento que puedan amortiguar -ya que no pueden revertir- la desaceleración económica. Al mismo tiempo, debe reducir algunos beneficios y hallar maneras de pagar el resto. Juntas, estas medidas podrían limitar la competencia por los escasos recursos. Pero por supuesto, no hay consenso para llevar a la práctica estas amplias generalidades. En un mundo mejor, la campaña se habría concentrado en ideas rivales para hacerlo.
Pero no fue así. Un libro sobre la campaña podría titularse “Perfiles de conveniencia”. Para ganar, el presidente Obama y Mitt Romney parecieron dispuestos a decir casi cualquier cosa, sin importar cuán tergiversada o engañosa fuera. La campaña de Obama se dedicó a atacar el carácter del adversario. Si podía pintarse a Romney como un despiadado capitalista, indiferente a los norteamericanos promedio, la elección se decidiría como finalmente se decidió. Las promesas de Romney parecieron a muchos observadores, incluyéndome entre ellos, a menudo incoherentes y poco realistas: recortar las tasas fiscales; reducir el gasto federal al 20 por ciento de la economía; balancear el presupuesto; elevar los gastos de Defensa (por encima de Obama); crear 12 millones de puestos de trabajo. Hubo pocos detalles.
Sin duda, las diferencias filosóficas más amplias estaban claras. Romney es pro-empresas; y Obama es pro-gobierno. Y surgieron algunas áreas en las que hubo acuerdo: desarrollar las reservas naturales de gas, por ejemplo. Pero principalmente, Obama y Romney evadieron preguntas esenciales para el futuro económico de Estados Unidos. ¿Cuánto más crecerá el aparato de gobierno? ¿En qué medida los gastos de los ancianos desplazarán otros programas? ¿Cómo pueden controlarse los gastos de la salud (que representan un cuarto de los gastos federales)? ¿Cómo deben programarse los cambios para minimizar toda amenaza contra la recuperación?

Lo inmediato

Aunque las cuestiones inmediatas involucran el presupuesto y la economía, las consecuencias finales son sociales y geopolíticas. La prosperidad -su presencia o su ausencia- afecta el orgullo, la confianza, la capacidad de mantener fuerzas armadas fuertes y la disposición de ser un líder global de los norteamericanos. Las preguntas que los candidatos evadieron siguen presentes. Pronto se reafirmarán cuando Washington enfrente el “precipicio fiscal” -los 500.000 millones de dólares de recortes de gastos y aumentos fiscales programados para principios de 2013- y la necesidad de elevar el techo de la deuda federal.
Obama no recibirá mucha ayuda para estos problemas, de la opinión pública. La campaña no ha preparado a los norteamericanos para los debates y decisiones que yacen en el futuro. Muchos se sienten confundidos y traicionados. El silencio de Obama y Romney siguen la lógica política estándar. Puesto que los problemas de la nación carecen de soluciones indoloras, el curso más seguro es evitarlas. Practicar la franqueza era cortejar la impopularidad. Pero el precio de la conveniencia política podría pagarse ahora, con la disminución de la confianza del pueblo y mayores probabilidades de una parálisis.

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