Joe Biden, en materia de política exterior, mantiene una tensa relación con China.
Joe Biden, en materia de política exterior, mantiene una tensa relación con China.
ANÁLISIS

EE.UU. y las múltiples causas en la pérdida de confianza hacia el presidente Joe Biden

¿Quién está dispuesto a morir por Taiwán? Es una pregunta que el gobierno estadounidense y el propio presidente Joe Biden deben plantearse a menudo, ante la escalada de la conflictividad que opone a China con los Estados Unidos y cuyo epicentro es la citada isla donde los ciudadanos, mayoritariamente, votan por la independencia definitiva.
China no tolera hablar de una eventual soberanía taiwanesa y solo acepta aquella fórmula de “un país, dos sistemas” que quedó completamente desfasada en Hong Kong cuando el gobierno comunista chino arrolló las libertades políticas en la excolonia británica. Como contrapartida, Estados Unidos afirma que garantiza la autodeterminación taiwanesa.
¿Dicha conflictividad puede llevar a una guerra entre las super potencias? No parece, dado el poder de aniquilamiento que ambas exhiben. Claro que nunca las guerras son tales hasta que se desencadenan.
Recientemente, la administración Biden revelo que el arsenal nuclear norteamericano, al 30 de setiembre del 2021, contabilizaba 3.750 cabezas nucleares, suficientes para destruir varias veces el planeta. Más que nada, se trató de formular una advertencia a China acerca de la superioridad bélica de los Estados Unidos. 
China tomó debida nota. En primer lugar, porque su propio arsenal nuclear no supera las 270 cabezas nucleares con perspectivas de llegar a mil recién en 2030. En segundo término, porque el presidente Biden se encargó de precisar el compromiso militar norteamericano -lo calificó de “sagrado”- en la defensa de Taiwán ante un eventual ataque chino.
Biden abandonaba así la doctrina de la “ambigüedad estratégica” que consistía, desde hace varias décadas, en ayudar a Taiwán a construir y reforzar sus defensas, sin comprometerse a una intervención directa en caso de conflicto.
Ahora, el presidente habló de “compromiso sagrado” en la defensa de los aliados de la OTAN -la Organización del Tratado del Atlántico Norte-, a saber: Japón, Corea del Sur y Taiwán. Ese “compromiso sagrado” visualiza a China, pero también a Corea del Norte que continúa con sus pruebas de balística, mientras desarrolla su capacidad nuclear militar.
De su lado, la propia presidente “independentista” de Taiwán, Tsai Ing-wen, recientemente reelecta con una cómoda mayoría, confirmó la presencia de soldados norteamericanos en la isla. Sí, asintió el Pentágono, “en calidad de asesores”. Como sea, están presentes.
A diferencia del expresidente Trump defensor a ultranza del unilateralismo norteamericano, el actual presidente Biden juega cartas multilaterales en respuesta a la agresividad china. Por un lado, el “QUAD”, la iniciativa diplomática y militar no formal, que reúne a los Estados Unidos, junto a Japón, Australia y la India, esta última, potencia nuclear.
Por el otro el “Aukus”, que conforma una iniciativa militar de disuasión nuclear, integrada por Estados Unidos, el Reino Unido y Australia. La constitución del Aukus generó una discordia con Francia, en particular y con la Unión Europea, en general.
Es que el “Aukus” representó el abandono unilateral del compromiso australiano de compra de submarinos convencionales franceses que pasó a mejor vida tras la decisión norteamericana de dotar de sumergibles nucleares a Australia.
Ocurre que la interpretación de los Estados Unidos y del Reino Unido respecto del conflicto con China difiere sobre manera de la que formula la Unión Europea. Para los primeros se trata de una permanente demostración de fuerza. Para los europeos, se trata de avanzar a través del diálogo.

El resto del mundo
Por supuesto que el contencioso con China no es el único conflicto para la política exterior norteamericana, aunque, sin dudas, es el principal. Pero las “preocupaciones” norteamericanas, como corresponde a una super potencia, se diseminan por todo el planeta.
En Asia, además de la cuestión china, está Afganistán, donde la retirada estadounidense, pese a haber sido anunciada con anticipación, fue casi oprobiosa por diversas razones. Una de ellas, fue la estruendosa rendición del ejército afgano a los pocos días de comenzada la ofensiva talibán.
Si se trata del Medio Oriente, nadie puede poner en dudas los avances que alcanzó la diplomacia norteamericana bajo el gobierno del expresidente Trump. Israel fue reconocido como Estado por parte de Baréin, Emiratos Árabes, Marruecos y Sudán, que se sumaron así a Egipto y Jordania.
Frente a la prioridad que es el Pacífico -con China como rival-, el desentendimiento en Afganistán y el menor involucramiento en el Medio Oriente, la política exterior norteamericana no sufre mayores alteraciones ni en África, ni en el resto de América.
En África, el Departamento de Estado observa con preocupación los avances del terrorismo. Se trate de Al Qaeda o de Estado Islámico o de ambas organizaciones criminales, tanto en el Sahel -Burkina Faso, Mali o Níger-, como en Somalia y recientemente, en Mozambique, el yihadismo islámico alcanza un desarrollo alternativo frente a la derrota sufrida en Medio Oriente. 
África no figura entre las prioridades, tanto es así que el primer presidente africano en ser recibido en la Casa Blanca, en Washington, fue el keniano Uhuro Kenyatta, tras diez meses de gobierno Biden.
En el resto de América, la administración Biden hereda dos problemas centrales. La inmigración y el avance autoritario. Frente a la inmigración, el gobierno pretende exhibir un rostro más humano que el que mostraba en época del presidente Trump. Frente al autoritarismo, de momento, solo palabras.
La “nueva” aproximación a la cuestión migratoria, explicada por la vicepresidente Kamala Harris durante su visita a México y Guatemala hace seis meses, es la de crear mejores condiciones de vida en los países “expulsores” para desalentar la salida de nacionales.
Hasta aquí, nada se logró. Las periódicas marchas de centroamericanos, sobre todo hondureños y salvadoreños, de haitianos y de venezolanos, demuestran que “del dicho al hecho, hay largo trecho”. Y, el “rostro humano” tiene mucho de maquillaje.
En cuanto al autoritarismo, Cuba, Venezuela y Nicaragua conforman la trilogía “apuntada” por la política exterior de Estados Unidos. Las herramientas utilizadas no van más allá que el sostenimiento, en distinto grado según el país que se trate, de la oposición. 

Una imagen que se deteriora
Donde las relaciones norteamericanas evidencian una mejoría sustancial es con Europa. Se debe, claro, a la mencionada “apuesta” por el multilateralismo del presidente Biden. Aunque, como siempre, aparece un bemol. En este caso, la decisión unilateral de los submarinos australianos que desembocó en un fuerte enojo francés y, por añadidura, europeo.
Fue la tregua -no la solución definitiva- acordada entre el presidente Biden y la presidente de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyden con relación al contencioso comercial respecto del acero y el aluminio. Claro que una tregua siempre implica concesiones. 
Para ordenar, momentáneamente, la cuestión, la Unión Europea debió aceptar los aranceles aduaneros suplementarios de un 25 por ciento para el acero y un 10 por ciento para el aluminio. Como contrapartida, fueron establecidas cuotas de ambos productos que ingresarán a Estados Unidos libres de esas tasas suplementarias.
Desde el plano interno, el presidente Biden pena en lograr que el Congreso apruebe su plan de relanzamiento de la economía -Build Back Better- mediante la inyección de fondos públicos, básicamente en proyectos de infraestructura, en gasto social y en reconversión “climática”.
Es que la economía norteamericana sufre un recalentamiento por la vía inflacionaria, casi inevitable luego de tanto gasto público y una menor recaudación impositiva motivada por la pandemia. La inflación alcanzó, anualizada, a setiembre 2021, un alarmante 5,4 por ciento.
Al presidente no le quedó otro remedio que reducir el plan de inversiones de su aspiración original -pasó de 3,500 billones a 1,200 billones de dólares- y, como consecuencia, debió renunciar a su proyecto original de imponer un impuesto del 23,8 por ciento sobre las grandes fortunas y de aumentar la imposición del 21 al 28 por ciento para las sociedades.
Hoy la imagen del presidente Biden, ya no es la del principio de su gestión. Está en baja. Las muertes por la pandemia, la inflación, el bloqueo de sus planes en el Congreso y la atropellada salida de Afganistán conforman las principales causas de la reducción de su imagen positiva a un 43 por ciento en solo un año de gestión.
El resultado electoral en el Estado de Virginia parece demostrativo de lo antedicho. Allí, el candidato demócrata Terry McAulilffe perdió ante el republicano Glenn Youngkin, un candidato sin experiencia política. Una derrota en la primera elección importante durante el mandato de Joe Biden, considerada como test para la gestión presidencial.

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