La labor de la prensa se ha visto afectada en lugares que se presentan como democracias.
La labor de la prensa se ha visto afectada en lugares que se presentan como democracias.
CONOCIENDO LÍDERES

Estamos bajo ataque y la víctima es la libertad

El encierro ha terminado pero la prensa libre sigue confinada.

Si todos estuviéramos destinados a estar encerrados, la política y la represión no formarían parte de la decisión. En ninguna parte. Pronto descubrimos que la pandemia se ha utilizado -y se ha mal utilizado- para reprimir el periodismo y silenciar las críticas.
 Al presentar su informe sobre la libertad de expresión ante el Consejo de Derechos Humanos, el entonces Relator Especial de la ONU para la Libertad de Expresión, David Kaye, planteó en julio de 2020 una gran preocupación por las nuevas medidas que restringen y castigan la libre circulación de la información.
 "La gente ha muerto porque los gobiernos han mentido, han ocultado información, han detenido a reporteros y han criminalizado a individuos bajo el pretexto de 'difundir información falsa'", dijo. "La gente ha sufrido porque algunos gobiernos prefieren protegerse de las críticas antes que permitir que la gente comparta la información, se entere del brote, sepa lo que los funcionarios hacen o dejan de hacer para protegerlos, indicó.
 
La lista es enorme
Brasil, Bielorrusia, Camboya, China, Irán, Egipto, India, Myanmar, Turquía y muchos otros. Lejos de estos países, la labor de la prensa también se ha visto afectada en lugares que se presentan como democracias. Y, sorprendentemente, los nuevos obstáculos han llegado también a los pasillos y salas virtuales de la ONU.
 Por razones legítimas de salud, se ha controlado el acceso a los edificios de la Ginebra Internacional. Pero, para algunos, esto se convirtió en una realidad conveniente. 
En la llamada "capital de los derechos humanos", descubrimos que también nos afectaba un movimiento global de restricción en la obtención de información. En lugar de información, acceso a expertos o reuniones, nos hemos visto inundados por conferencias de prensa virtuales -incluso en la OMS- en las que sólo podemos hacer una pregunta, no tenemos posibilidad de aclarar puntos oscuros y ni siquiera sabemos quién más está escuchando en la misma sala digital.
 
¿De qué se trata?
El periodismo no consiste en ir a una rueda de prensa y repetir como un loro lo que la dirección anuncia. Sino de cuestionar, confrontar esa información y, sobre todo, saber cómo se tomó tal decisión. ¿Quién estaba en contra? ¿Cuál fue el motivo de su aprobación? ¿Quién estaba en la sala? ¿Quién medió en el conflicto?
 La ciencia no es neutral y los organismos internacionales tampoco. Somos periodistas que informan al público y permiten que una sociedad tenga, a mano, datos suficientes para tomar decisiones, votar, exigir o apartar del poder a quienes incumplen sus responsabilidades de proteger al ciudadano. 
Pero hoy, estamos bajo ataque. Tanto en los regímenes autoritarios como en las sociedades libres. Nuestra supervivencia no es una cuestión corporativa. Es un requisito para que la democracia prevalezca. Un estudio reciente reveló que la desinformación circula seis veces más rápido a través de las redes sociales que las noticias de los medios de comunicación convencionales. 
Si queremos combatir esta realidad que erosiona la estabilidad de la sociedad, una de las medidas será fortalecer la prensa. Y fortalecer la prensa no significa pronunciar discursos vacíos en salas vacías en apoyo de la libertad de expresión. Significa permitir que un ciudadano de la India, de Estados Unidos, de Suiza o de Argentina sepa cómo se toman las decisiones que afectan a su vida cotidiana, a sus derechos y a su futuro. 
En una pandemia que asfixia al mundo, parte del oxígeno que nos permitirá construir una nueva y mejor normalidad es conseguir que la libertad de expresión no se sume a la larga lista de víctimas. Lo que está en juego no es la prensa. Es la libertad. Y parte de esta lucha también tiene lugar en nuestros pasillos diarios del Palacio de las Naciones.
 
(*) Corresponsal de UOL y del diario brasileño O Estado de San Pablo.

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