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PANORAMA POLÍTICO NACIONAL

Macri sólo lleva un año

La alianza Cambiemos acaba de cumplir un año de gobierno y no hubo festejos ni conmemoración oficial. Se puede pensar con criterio que no hacía falta un acto de esa naturaleza, viniendo de una década en la que el país asistió a plazas desenfocadas del contexto económico y social. También se podría advertir que la situación actual no da para fiestas. Ambos razonamientos tendrían sustento.
El presidente Mauricio Macri, que hace un año bailaba y agitaba el bastón de mando en el balcón de la Casa Rosada el día de su asunción, llega al final de 2016 disfónico y con muestras de desgaste físico que pueden atribuirse al estrés que produce el poder. No es para menos: sobre su cuerpo y su mente recae el peso de las expectativas de cambio que despertó en una porción mayoritaria de la sociedad.
¿Esas expectativas las generó Macri por sus condiciones de líder político? En buena medida, las provocó el hartazgo generalizado con prácticas corruptas y arbitrarias, que generaron un clima social adverso a la continuidad del kirchnerismo. Aunque los votantes hallaron en Cambiemos un instrumento lo suficientemente confiable como para animarse a dar ese paso.
La sociedad ya había anticipado que estaba madurando cambios. Los síntomas más evidentes tuvieron lugar en las elecciones legislativas de 2009 y 2013. En ambas ocasiones ganó la oposición y los derrotados fueron Néstor y Cristina Kirchner, jefes del último peronismo unificado. Así que la victoria de Macri en 2015 fue producto de una acumulación que él mismo ayudó a consolidar, pero de la que no fue el único protagonista.
La coalición electoral que integró el PRO con el radicalismo y la Coalición Cívica captó para sí esa representación porque era visiblemente lo más opuesto al kirchnerismo. La imagen más cabal de esa dualidad se registró en la Provincia, donde compitieron María Eugenia Vidal y Aníbal Fernández. La victoria de la actual gobernadora terminó catapultando a Macri a la Casa Rosada.

La política y la economía
El principal mandato que las urnas le dieron a Cambiemos fue, entonces, que el nuevo gobierno fuera el reverso de lo que había sido el kirchnerismo. En el plano político, eso fue relativamente sencillo porque bastaba con abrir las compuertas al diálogo que la gestión anterior había sellado para imponer un modelo cesarista, en el que todas las decisiones pasaban por una sola persona.
Pero en materia económica, las dificultades fueron y son más ostensibles. No le resultó fácil al Gobierno plantarse como la contracara del kirchnerismo -salvo en asuntos “técnicos” como la salida del cepo cambiario y el acuerdo con los holdouts- porque la “bomba” que dejaron los K nunca terminó de estallar. Se evitó la explosión, pero el gradualismo hace que se prolongue la recesión.
La caída en el nivel de actividad de la economía -en buena medida alimentada por la dura política del Banco Central de combate a la inflación- y la retracción del consumo popular puso en aprietos al Gobierno, que tuvo que derivar parte del presupuesto a la contención social, a tal punto que aceptó declarar la “emergencia” este fin de año. El déficit fiscal, en consecuencia, no fue aliviado.
Sin embargo, al cabo de un año de gestión el Gobierno exhibe como un trofeo haber evitado una nueva gran crisis económica, a la altura –sostienen en la Rosada y el Palacio de Hacienda- de las de 1989 y 2001. Esa línea gestada en el Poder Ejecutivo llega al Congreso por medio de las bancadas oficialistas, que tratan de frenar la avanzada opositora por el impuesto a las Ganancias.
Pero en Diputados ya fracasaron y ahora se encaminan a pasar otro momento complicado en el Senado, donde la mayoría peronista parece inclinada a aprobar sin cambios el proyecto acordado por casi todo el arco opositor la Cámara baja. La sintonía política entre Massa y Pichetto -que provoca malestar en el kirchnerismo- lleva a entrever que el bloque del PJ-FpV seguirá ese camino.
La citación a los gobernadores provinciales para que expongan su rechazo al proyecto opositor -como desea la Casa Rosada- puede ser un arma de doble filo para el oficialismo: es que el PJ buscará que queden expuestos ante la opinión pública nacional y la de sus provincias como refractarios a modificaciones que beneficiarían a dos millones de trabajadores y jubilados.
En el otro platillo de la balanza, los tributaristas calculan que entre la Nación y las Provincias perderán unos 30.000 millones de pesos de recaudación en 2017 si se aprueba el proyecto de la oposición, distribuido prácticamente en partes iguales entre el Estado nacional y el conjunto de los sub-estados. Y algunos advierten que todo ese paquete terminará impactando en las Provincias.
Es que el Tesoro nacional podría cubrir su bache fiscal retirando partidas que destina a las Provincias por afuera de la coparticipación, que es automática. Entonces, los gobernadores se verían perjudicados por partida doble. Aun así, hay mandatarios como Verna (La Pampa) y Das Neves (Chubut) que están a favor del proyecto opositor porque puede ayudar a la reactivación.
“Vamos a ir a discutir el martes. Quiero verle la cara a los que traicionan a los trabajadores”, avisó Das Neves en un acto en Trelew. Ante los senadores, la misma lógica exhibirá el triunvirato y una parte del secretariado de la CGT, que reclamará la sanción del proyecto sin cambios. Ambas presencias fueron acicateadas por los distintos bloques del PJ y con intervención de Massa.

¿Pelea sin retorno?
El Gobierno lo sabe y por eso salió a criticarlo como nunca lo había hecho desde que asumió el poder. El presidente Macri llegó a calificarlo como un “impostor”, pese a que durante el año el Frente Renovador apoyó las normas que se discutieron en el Congreso y sólo lo enfrentó con la Ley Antidespidos. En el enojo del mandatario hay mucha bronca acumulada con el tigrense.
Los recelos entre ambos vienen de las negociaciones frustradas para integrar a Massa a un frente anti-kirchnerista el año pasado, que Macri descartó por consejo de Marcos Peña y Durán Barba, pese a que un sector del radicalismo lo aprobaba. Y luego, de la estrategia del PRO de levantar a Cristina Kirchner como su gran contendiente, minimizando la figura de Massa de cara a 2017.
También de algunos acuerdos que, según la Casa Rosada, el jefe del FR no cumplió. El último fue precisamente por Ganancias, un tema en el cual el macrismo no esperaba que Massa terminara aliado con el kirchnerismo. Ahí confluyeron dos factores: una mala lectura del oficialismo sobre el asunto y una reacción rápida de Máximo Kirchner y Kicillof, que abandonaron la intransigencia.
El jefe de La Cámpora, que para muchos diputados resultó ser “mucho más que el pibe de la Play Station”, participó activamente en las negociaciones por el proyecto de Ganancias, mientras que Kicillof -que ya venía teniendo una actitud más dialoguista con otros sectores de la oposición- fue uno de los artífices de la iniciativa, junto al massista Marco Lavagna y al justicialista Diego Bossio.

Por el cambio
Esa reunión de distintos sectores del peronismo puso en alerta al Gobierno, pero al mismo tiempo le dio a sus estrategas comunicacionales la imagen justa para seguir proponiéndose como agente del cambio. El más perjudicado en ese sentido pudo haber sido Massa, ya que el kirchnerismo no tiene mucho para perder respecto de las expectativas que puede generar en el futuro político.
La fotografía de Cristina Kirchner y Dilma Rousseff juntas en Brasil así lo evidencia. Hace un año, ambas eran presidentas. Ahora, llaman a la “resistencia” fuera del poder. Es un concepto que seguramente no hubiera utilizado Raúl Alfonsín 33 años atrás, cuando asumió la Presidencia tras la larga noche de la dictadura. Desde entonces pasó de todo en la Argentina. Macri sólo lleva un año.

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