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EL PAÍS / ANÁLISIS POLÍTICO DE LA SEMANA

Devaluación política

Nadie se animaba a pronunciar la palabra maldita, pero hace largos meses que todos los caminos conducían a la devaluación. El Gobierno la resistió hasta que pudo, pero finalmente fue superado por la realidad. La oposición, a su vez, la reclamaba por lo bajo como una salida para el cuello de botella que tapona a la economía, mientras que las empresas necesitaban recuperar competitividad. La historia, sin embargo, marca a fuego a aquellos que tienen la ingrata tarea de implementarla.
El ejemplo más reciente remite a la gran crisis de 2001-2. El discurso oficial dejó establecido que el resurgimiento argentino tras aquella debacle comenzó el 25 de mayo de 2003, cuando asumió la presidencia Néstor Kirchner y se restituyó la institucionalidad en forma completa. Pero, en rigor, las bases ya habían sido echadas un año antes, cuando concluyó la devaluación que siguió a la renuncia de Fernando de la Rúa. El “modelo” kirchnerista se levantó sobre aquel proceso traumático.
La virtud de Kirchner consistió, entonces, en dotar de fortaleza a la conducción política del país. Aunque el ex presidente no se privó de descargar la responsabilidad política de la devaluación -que fue asimétrica y desprolija- en el duhaldismo. A sabiendas de lo que significa para la sociedad argentina el mote de “devaluador”, Kirchner sacó así de su mochila la pesada carga que implica una medida de esa naturaleza, por más necesaria que fuera para el funcionamiento de la economía.
Una década después, Cristina Kirchner no podrá hacer lo mismo porque la depreciación del peso tuvo lugar bajo su gestión, por más que el ministro Axel Kicillof haya denunciado un supuesto complot de empresarios y banqueros para aumentar la cotización del dólar oficial. No obstante, la Presidenta volvió a optar por vincular su figura a una “agenda positiva” al presentar un plan para los jóvenes del segmento “ni-ni”, dejando las “malas noticias” para la dupla Capitanich-Kicillof.
El jefe de Gabinete parece haberse impuesto sobre la negativa original del ministro de Economía a dejar que las fuerzas del mercado establecieran el precio del dólar, como sucedió entre el miércoles y el jueves cuando deliberadamente el Banco Central no intervino en el mercado cambiario. De hecho, Kicillof habría mostrado su enojo con esa estrategia ante el propio presidente de la autoridad monetaria, Juan Carlos Fábrega, en un encuentro de tono áspero en la sede de la calle Reconquista.

Días difíciles

No fueron días fáciles para Kicillof, que la noche anterior a la flexibilización del cepo cambiario debió soportar un escrache en su domicilio porteño por parte de vecinos encolerizados por la falta de suministro eléctrico. Tras el anuncio, el ministro de Economía dio señales de disconformidad, al comentar en privado -y también en público- con ironía el tratamiento informativo de los canales de noticias sobre el tema. El joven funcionario lo habría tomado como una derrota política personal.
Aunque no podría achacarse la responsabilidad solamente a Kicillof, ya que el oficialismo en su conjunto -tanto en su área ejecutiva como también la legislativa- había calculado para el Presupuesto 2014 un dólar a $6,33 como promedio para todo el año. Igualmente, el ministro de Economía abrió el paraguas al denunciar que “hay sectores que buscan una megadevaluación”. El Gobierno apunta hacia la Mesa de Enlace y especialmente contra el Frente Renovador massista.
En esa formación política, la voz cantante en materia económica la lleva Roberto Lavagna. El ex ministro había sonado algo alarmista cuando advirtió sobre el peligro de que el Gobierno se encaminara hacia un nuevo “Rodrigazo”, pero el tiempo empezó a darle la razón. Lavagna acaba de publicar en Twitter otro mensaje directo al corazón del kirchnerismo: “Disimular y aparentar no es gobernar”, escribió el hombre que comandó la economía con Eduardo Duhalde y Kirchner.
Más moderado fue el análisis de Mario Blejer, el ex presidente del BCRA que viene haciendo de consejero de Daniel Scioli. El economista sostuvo que la devaluación era “necesaria” para el país y le permitirá al Gobierno “estabilizar los desbalances monetarios y promover la inversión”. El actual asesor del Banco Central de Israel habló en el Foro Económico de Davos, donde la opinión generalizada sobre el caso argentino fue que el kirchnerismo “manejó mal” la gestión económica.

Otras reacciones

Así lo consignó el semanario británico The Economist, que definió la coyuntura nacional como un “infortunio largamente autoinfligido”. También desde Davos, Mauricio Macri cuestionó al Gobierno y se mostró como el único garante de que las recetas económicas impulsadas por ese foro -vinculadas por la Rosada al neoliberalismo- puedan ser aplicadas en la Argentina. El alcalde porteño fue más allá al asegurar que lo que no funciona es el “modelo político” del kirchnerismo.
Con matices, todo el arco opositor insistió en señalar que el Gobierno sigue sin afrontar la inflación con un “programa serio” y advirtió que de aquí en más, habrá que seguir con atención la evolución de las reservas internacionales del Banco Central, que hace sólo un año se ubicaban por encima de los 43.000 millones de dólares y ahora apenas superan los 29.000 millones. El propio Kicillof admitió que las reservas pueden sentir el impacto de la anunciada flexibilización cambiaria.
El ministro de Economía también lanzó la advertencia de que habrá controles para evitar que la devaluación se traslade a los precios, aunque de acuerdo a líderes opositores como Elisa Carrió, el Gobierno perdió el control sobre la inflación. La diputada, que había pronosticado la proximidad de un “verano difícil” para el país, tiene ahora una actitud más constructiva con sus socios políticos y hasta envía señales de concordia al radicalismo, con el que durante largos años estuvo enfrentada.
Pero en la UCR las internas siguen a la orden del día, a juzgar por los chispazos que saltan entre el titular del partido, Ernesto Sanz, y el diputado Julio Cobos, el mejor posicionado de los dirigentes radicales para afrontar la próxima carrera presidencial. Hermes Binner, líder socialista y potencial aliado del centenario partido, observa esos chisporroteos sin tomar posición pública, aunque se sabe que es impulsor de un acuerdo entre partidos -como propone Sanz- y no sólo entre dirigentes.
Todos estos movimientos se aceleraron al compás del misterio que genera el creciente aislamiento de la figura presidencial. En el propio peronismo, el senador Miguel Angel Pichetto debió salir a desmentir una versión que lo ubicó analizando una eventual salida anticipada del kirchnerismo en una reunión secreta junto a sus colaboradores en Viedma. En Buenos Aires, el sciolismo se mostró partidario de una interna pero no del “dedo” de Cristina para resolver la candidatura oficialista.
El gobernador de Buenos Aires ya se embarcó decididamente en la pelea por el sillón de Rivadavia. La semana que pasó mantuvo un encuentro con su colega salteño Juan Manuel Urtubey, mientras que envió a su hermano José “Pepe” Scioli a tomar contacto con el intendente de la capital neuquina, Héctor “Pechi” Quiroga. Una por ahora silenciosa disputa por el favor de la dirigencia del interior vuelve a enfrentarlo con Sergio Massa, esta vez fuera de los límites de la Provincia.
El jefe de los renovadores desembarcó a su vez en San Luis, donde se fotografió con el gobernador Claudio Poggi y comenzó a sondear la posibilidad de tejer un acuerdo político con los hermanos Rodríguez Saá. Massa parece cada vez más convencido de no participar de ninguna interna del PJ, con el criterio de que el deterioro económico inclinará a los argentinos a bloquear la continuidad del oficialismo y a ungir, llegado el momento, a un líder de oposición en el comando del poder.
Ese mismo análisis comienza a generalizarse entre las distintas fuerzas políticas, incluido algún sector autocrítico del oficialismo. Cristina Kirchner viene de afirmar que la Argentina no puede seguir bajo el imperio del “stop and go”, cambiando de estrategia cada vez que un ciclo dirigencial presente síntomas de agotamiento. Pero lo cierto es que su liderazgo se está eclipsando y mientras eso suceda, la economía se impondrá sobre la política, que sufre hora su propia devaluación.

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