Al final, el Verde cantó victoria
BREVES CRÓNICAS DE TRISTEZAS Y ALEGRÍAS

Al final, el Verde cantó victoria

Después del triunfo, el campeonato y el ascenso me tomé, yo solito, la botella de sidra prometida, como lo venía haciendo en cada una de las “finales” desde que habíamos empatado con Tigre.
Por eso, me levanté con dolor de cabeza, pero con toda la felicidad del mundo.
“Atajó Vicentiniii...”, la voz del relator venía del comedor. Me acerqué curioso.
El viejo seguramente se había levantado temprano, estaba allí frente a la computadora y el reflejo de la pantalla iluminaba su ajado rostro en la penumbra del lugar.
El día anterior consumada la victoria había llorado como un niño y eso me había conmovido, igual que aquella tarde en el Eva Perón cuando, también por penales, perdimos el ascenso.
Ahora el viejo estaba allí, feliz, frente a la notebook. 
No podía explicarme cómo había hecho para dominar esa tecnología que le costaba tanto entender, según propia confesión.
Pero allí estaba y como hipnotizado miraba, una y otra vez esos instantes de alegría. 
Apretaba la tecla y “Goool de Sarmiento, Pombo… golazooo...”. 
Apretaba nuevamente y “atajó Vicentiniii… Sarmiento es de Primeraaa”.

Una y otra vez...
… Quedan apenas unos pocos segundos para el final.
Es la culminación de un proceso de casi un año cargado de sufrimientos.
Primero por la falta de fútbol, después con la reanudación de la competencia, la abstinencia de “cancha”, todo por una pandemia que azota implacable y obliga a vivir la pasión desde una silla frente a la “tele”, la radio, la “compu” o el “celu”, en cualquier rincón de la casa.
Es el último penal. Allí están los protagonistas y el árbitro.
Sepúlveda, Rapallini,y Vicentini.
Los tres forman un triángulo casi perfecto. 
Son los últimos instantes, las miradas descartan al árbitro y la atención se centra solo en los dos futbolistas.
Entonces ahora el triángulo es una recta.
En un extremo de la línea, el delantero de Estudiantes de Río Cuarto, autor del gol de su equipo en el empate del partido en uno. 
En la otra punta, el arquero que quiere volver a ser el salvador, como cuando contra Defensores de Belgrano atajó el penal que selló el uno a cero para su equipo. En el medio, blanca y radiante, redonda como el mundo: la pelota.
Frente a frente, como en aquellos duelos de las películas del “far west” se miden y se estudian. 
Porque se respetan y se conocen se cruza sobre ellos, fugazmente, una sombra de duda que, tal vez, se hace miedo. Solo uno cantará victoria.
Desde una punta, el goleador toma carrera. En la otra, el arquero custodia la entrada de la fortaleza Verde.
Manos enguantadas, casi tocando sus rodillas elásticamente flexionadas. Agazapado, como diría un relator deportivo.

Silencio absoluto
En ese estadio vacío con los colores de Junín, pasaron cosas que dejaron marcas profundas en la memoria. Por eso ahora las imágenes del descenso de 1983 y el ascenso de 2014, pasan por la mente de los hinchas. 

Una de cal y otra de arena
También por la cabeza del arquero, pasan las derrotas en Tucumán, Banfield y Junín.
Silbato… No hay tiempo para más.
El delantero corre hacía el balón y dispara.
En ese instante, Vicentini lanza su cuerpo hacia dónde va la pelota. Estira los brazos y sus manos buscándola. 

Cree que llega…
Entonces siente en sus dedos el impacto del cuero. Ya está se dice, pero aún duda. 
Mientras cae ve cómo mansamente el balón inicia, paralelo a la línea de cal, su recorrido irreversible.
Ya héroe, Vicentini, se incorpora y eleva sus brazos al cielo. Corre apenas tres pasos y por un instante se cruza con el ejecutor vencido. 
Y son las dos caras de una misma moneda. Victoria y derrota.
Ahora se deja caer de rodillas y desde sus entrañas, apretando los puños, libera el grito tres veces postergado.
Enseguida se tira sobre el césped y golpea el suelo con sus puños. Parece un niño que reclama: “porque me hiciste sufrir tanto”.
Se toma la cabeza y nuevamente se arrodilla.
Tal vez quiere agradecer. Tal vez porque siente en ese instante, que sobre su humanidad cae todo el peso de la gloria. Tanta que alguien en las redes propone hacerle una estatua.
Artífices también de la gloria y la historia sus compañeros corren hacia él. Desbordada marea verde que llega y lo cubre en un inmenso, colectivo abrazo, erigiendo una montaña de músculos y sudores.
En ese instante los desconsolados de ayer, los que supieron esperar y siempre creyeron, descienden suavemente sobre ellos para participar de ese inconmensurable y eterno abrazo del alma.

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