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CUENTOS VERDES: ENTRE LA FICCIÓN Y LA REALIDAD, RELATOS DE LA MITOLOGÍA SARMIENTISTA

Sueño cumplido: solamente hincha

“Mi sueño es jugar el mundial,” dice un Dieguito chiquito, chiquito, desde unas tiernas imágenes en blanco y negro. Ya en colores cumplió su sueño. Jugó cuatro mundiales. Fue campeón del mundo y el mejor jugador, hasta ahora, de todos los tiempos.

A mí me pasó lo mismo. 
Sí, sí no te cagués de risa. 
Mi sueño era jugar en Sarmiento. Y, así como Diego Armando superó su más anhelado sueño, yo también.

Cuando Hebert Pérez era el DT de las inferiores de Sarmiento jugaban unos nenes que la dejaban chiquitita de como la pisaban. Yo era tan tronco que ni figuraba en los equipos que disputaban los campeonatos de las divisiones inferiores, pero le ponía tanto empeño y era tan hincha de Sarmiento que persistía en la idea de jugar.

Un miércoles el Hebert nos dice: “muchachos el sábado tenemos un partido preliminar al de la primera, así que vengan todos, porque todos van a jugar”.

Y llegó el gran día. El técnico, mezcló algunos buenos, con otros no tan buenos, con los troncos y formó dos equipos.  A unos les dio camisetas de Boca y a otros las del Verde. 
Me temblaron las piernas cuando puso en mis manos la gloriosa. Hebert dio las indicaciones de rigor y a la cancha. 

A esa hora el estadio estaba vacío y eso me dio seguridad para desenvolverme como wing derecho con cierta solvencia. Desde lo más profundo de mi ser sabía que ese era mi día. Así que comencé aceptablemente, como diría algún comentarista radial, con varios piques por la raya con unos cuantos centros y un par de corners bien tirados.

En el entretiempo sentado en uno de los bancos del vestuario sentía que en el segundo tiempo debía entregar todo. Hacer realidad un sueño tan anhelado estaba a punto de concretarse. 

Sabía muy bien que el de arriba había compensado mis escasas virtudes futbolísticas con un profundo sentimiento de amor por la camiseta.  Por eso debía aprovechar la oportunidad que me quedaba en esta última mitad del partido.

Más de una vez, en las noches de invierno, en la calidez de mi cama, había soñado con disputar una final contra San Telmo o Dock Sud para ascender a la “A” en un rabioso partido bajo la lluvia, luchando entre el barro y las piernas fuertes de los zagueros contrarios. Y en el momento culminante bajo la torrencial lluvia desbordaba por la punta derecha y ante la salida del arquero, ya cayéndome como el Diego en el segundo contra los ingleses, hacía el gol de mi vida. 
Sentía nítido el chasquido del cuero pegando contra la red y después la enorme ovación. Miraba a la tribuna y veía felices a mis viejos, a mis amigos y hasta cierta morocha de quinto grado gritar el gol del triunfo.

Cuando se inició el segundo tiempo ya se veía algo de gente en las tribunas y se oían algunos gritos de aliento y los clásicos ¡uuhhh! cuando pasaba alguna pelota cerca del arco de los que tenían camiseta de Boca. 

Hasta que sobre el final me queda servido un rebote, entonces le pego con fuerza al segundo palo del arquero que voló para hacer más épico mi primer y único gol con la camiseta del Verde en el estadio al que, por esas cosas de los hombres, le habían amputado su nombre.
 
Enseguida terminó el partido y fui el pibe más feliz del mundo, como el que gritaba el gol del ascenso soñando despierto.

Por la noche en la cama reviví cada uno de esos momentos. Los gritos inconfundibles de mi primo Pepo. ¡Bien Marito, dale Marito! O los de un ignoto hincha del verde que identificado con nuestra camiseta a cada pique que hacía llevando peligro al arco rival se mandaba un “¡bien pibe!”, que sonaba como la mejor de las sinfonías.
 
Y finalmente el grito de gol de la gente sarmientista que me abrazó tan fuerte como mis compañeros.

Y si… viste que no es para cagarse de risa.

Viste que yo, como Diego, no solo cumplí mi sueño de jugar en el estadio con la Verde, sino que hasta hice el gol del triunfo contra los de camiseta de Boca.

No jugaré en Primera, pero soy hincha para siempre. 
Porque como canta la barra:

“Van pasando los años, jugadores
también dirigentes,
pero lo que no pasa,
lo que no pasa,
es la gente...”

Y nosotros somos la gente. No entramos ni entraremos a la cancha para defender los queridos colores. Somos los hinchas que estamos en la platea, en el palco, en la popular o contra el alambrado alentando con alma y vida. Y sabemos que esta pasión... es para siempre.
Que ser hincha de Sarmiento es para toda la vida.

(*) Profesor en Letras e Historia y periodista. Se desempeñó como Jefe de Redacción en el Diario de la República de San Luis y como periodista en Semanario y La Verdad de Junín. En San Luis fue profesor en la Universidad Católica de Cuyo, el Nacional Juan Pascual Pringles y la Escuela Secundaria de El Trapiche. En Junín, fue director de la Escuela Secundaria N°19 y profesor en varias escuelas de nivel medio.

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