RECONOCIDA DOCENTE DE NUESTRO MEDIO

Ana María Valente: “La educación hace a la grandeza de los pueblos”

Ejerció como maestra durante cincuenta años. Dio clases en jardín y primario en Ascensión, en el Colegio Marianista y en la Escuela N°16. En esta última también fue secretaria y directora. Asegura que, en la escuela, además de las materias, “se aprenden valores”.

A Ana María Valente el entusiasmo y la inclinación por aprender y por todo lo que tenga que ver con lo educativo le viene desde muy chica. Y, según dice, sus padres tuvieron una influencia importante en eso.
Su papá era un inmigrante portugués que aprendió el castellano de tal manera que le permitía corregir a Ana cuando se equivocaba, siendo ella una niña muy pequeña. “Él se preocupó mucho por su educación, lo mismo que mi mamá, y me motivaban mucho”, afirma hoy Valente.
De ahí que fue maestra, se desempeñó como tal durante cincuenta años, tuvo cargos directivos y ejerció la docencia con una gran pasión que permanece hasta la actualidad: “Si en este momento me ofrecieran tomar un grado, lo hago, sin dudas”, sentencia.

“Si en este momento me ofrecieran tomar un grado, lo tomo”.

Primeros años
Ana nació en Arenales, pero cuando tenía seis años se mudó con su madre a Ascensión, luego del fallecimiento de su padre. Para ese entonces, él ya le había enseñado a leer, escribir y todas las operaciones matemáticas, por eso, cuando ingresó a la escuela, lo hizo directamente en segundo grado. Y esa es la causa por la que terminó la primara a los once años. “Yo no soy superdotada -afirma- cualquier chico puede aprender si se dedica y tiene ganas de adquirir conocimientos”.
A esa altura Valente tenía bien claro que quería ser maestra y en Ascensión no había secundario. Entonces su madre la mandó como pupila al Colegio Santa Unión, donde Ana permaneció cinco años.
Terminó su escolaridad a los 16 años y egresó con el título de maestra.

“Se han perdido valores porque la educación está fallando”.

Trayectoria docente
A los pocos meses de haberse recibido, se inauguró en su pueblo una escuela privada en la que ella ingresó como maestra jardinera: “Tenía 52 niñitos de todas las edades, de 3 a 5 años, juntos, y les iba dando clases y haciendo actividades para cada edad. Al año siguiente pasé al primario y, a medida que iba avanzando, fui pidiendo que me avanzaran de grados porque a mí me gustaban más los superiores”.
Permaneció quince años en la escuela de Ascensión, ya estaba dando clases en séptimo grado y, ya como titular, pidió el pase a Junín, puesto que estaba casada con un juninense.
Una vez aquí, entró en la Escuela N°16 como maestra. Y aun cuando estaba trabajando, tenía su título y era titular, hizo -tal como hacían las que estudiaban en el Normal Superior- dos años más y un semestre de práctica, por lo que se recibió dos veces de maestra. También cursó, más adelante, el profesorado de Lengua, a distancia, en la Universidad de Luján.
En el momento en que el Colegio Marianista desdobló su primer grado, por intermedio de su amigo Raúl Perata la convocaron para hacerse cargo de uno de esos grupos.
Así fue que trabajaba como maestra a la mañana en el Marianista y a la tarde en la 16. “Además, todos los días tenía después entre diez y doce alumnos particulares en su casa”, agrega.

La dirección y después
Más adelante, Hebe Cóppola -que por entonces era la directora de la Escuela N°16- le ofreció el puesto de secretaria, cargo en el que luego asumió. Y luego, la misma Cóppola la inscribió a Ana en un concurso para acceder a la dirección de la escuela, aprobó el examen y fue la directora de ese establecimiento durante años.
“Me jubilé primero como directora de la 16 -explica-, a mí me gustaba más ser docente de grado porque yo siempre disfruté el contacto con los chicos: uno llega al aula, se olvida de sus problemas y da clases”.
Al mismo tiempo, continuó como maestra en el Marianista todo lo que pudo, hasta que se jubiló, a sus 67 años: “Yo empecé a los 17 así que dejé de dar clases como maestra cincuenta años después. Y si en este momento a mí me ofrecieran tomar un grado, lo tomo, sin dudas. Me encanta”.
La jubilación trajo aparejado un estado depresivo para Valente “porque necesitaba a los niños”. En ese entonces le ofrecieron dar catequesis en el Colegio San José y aceptó enseguida. “Ahí se me terminó la depresión y todo lo demás”, asevera sonriente.
Más adelante se incorporó como secretaria de la parroquia San José. Durante unos diez años fue catequista de esa escuela y aún continúa en la secretaría.

“No se aprende solo Historia, Matemática o Geografía, sino también valores, a respetar al otro, a amarlo, a ayudarlo, y eso es lo que más me interesa”.

Balance
Todavía hoy Valente siente una enorme pasión por su profesión. “Yo nunca me canso. Ahora tengo una niñita que viene a particular y en esa hora es como que me siento plena, es lo que más me gusta”, insiste.
Es que para ella la docencia es muy importante. “La educación hace a la grandeza de los pueblos -afirma- no se aprende solo Historia, Matemática o Geografía, sino también valores, a respetar al otro, a amarlo, a ayudarlo, y eso es lo que más me interesa. Creo que se han perdido valores porque la educación está fallando”.
Por eso, al momento de hacer un balance, concluye: “Si veo el camino recorrido, pienso que volvería a hacerlo exactamente igual. Todos los días le doy gracias a Dios por haber podido hacer lo que hice. Terminé el secundario e inmediatamente empecé a trabajar en lo que a mí me gustaba, lo que era mi pasión, y no dejé nunca de hacerlo. Entonces, ¿qué más puedo pedirle a la vida?”.

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