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EN EL AULA MAGNA DE LA UNNOBA

Presentaron el libro “22 pequeñas historias con Raúl”

El viernes a las 20, con los comentarios de Magdalena Ricchini y Héctor Lebensohn.

El libro escrito por Julio Ginzo, con prólogo de Luis Bradoni, nos describe a un Raúl Alfonsín a través de historias que revelan su personalidad.
Magdalena Ricchini relató con tono emotivo que cuando falleció Raúl Alfonsín el 31 de marzo de 2009 ella se encontraba en Tel Aviv con un grupo de sudamericanos, y recibió el pésame de todos, reconociendo al ex presidente como una figura democrática del continente.
Luego leyó fichas de partes del libro que le despertaron atención.

Lebensohn
Héctor Moisés Lebensohn señaló: “Siempre pensé que en los pequeños gestos se muestra cuán grande son los hombres. En el capítulo titulado “La picardía”, se relatan las circunstancias en las que Alfonsín habla por primera vez en Junín en 1971, cuando se gestaba Renovación y Cambio. Había solo nueve personas en el acto. Vino hasta nuestra ciudad para dirigirse a tan escasa concurrencia. Cuánta humildad, cuánta convicción en su pensamiento, cuánta seducción desplegó para sembrar sus ideas para que esos nueve y los que se sumaron, lo siguieran en toda su trayectoria política”.
En otro pasaje indicó que “otro capítulo que me llamó la atención es el que se refiere al   “Día del padre”. Allí se cuenta que una señora que parecía sacada de esa vieja historieta que se llamaba Juan y el Preguntón, del artista Alberto Brócoli, le dijo en Ameghino: 'Doctor, ¿qué pasa en su casa hoy, que es el Día del padre y usted está de gira política?'. A Raúl se le inundaron los ojos. Hubo un largo silencio y luego se refirió a su familia. Creo que Alfonsín estaba proyectando hacer un gran país, con educación, sistema de salud, techo y pan para todos. En ese país estaba su familia. Pero el político con humildad optó por el silencio para no ser soberbio y contestar lo obvio. Cortó el tenso clima con un chiste”.
Finalizó expresando: “Los abogados preguntamos a los testigos que den razón de sus dichos, cómo saben lo que han expresado. Y la respuesta es jurídicamente válida cuando dicen que lo saben porque ellos lo han visto o lo han oído en forma directa.
Julio fue testigo calificado del último gobierno de Perón, la dictadura que lo continuó y la llegada de la primavera democrática, y escribe “22 pequeñas historias con Raúl” con lenguaje moderno, conciso y claro. Su lectura es interesante, amena e ilustrativa”, concluyó.

Ginzo
El autor del libro, Julio Ginzo, se refirió a diversos capítulos del mismo y se detuvo para leer uno titulado “Aquella rifa”.
El mismo expresa: “Y yo me quedé mirando aquel desvencijado micro de la vieja empresa Rojas, que se perdía en la noche rumbo a Buenos Aires.
Iba en él un hombre que, con un solo proceder, había definido, en parte, mi vida. Había llegado a Junín en un  colectivo similar para seguir conmigo una breve gira por algunos pueblos de la Cuarta Sección Electoral. Después de una rasante pasada por mi casa para tomar algo, partimos en mi reluciente renoleta rumbo al primer destino: Lincoln.
Su intención de visitar el Comité de esa ciudad se verá frustrada ya que su presidente, un empedernido Balbinista, era inhallable. Tal vez no le atraía demasiado la idea de ofrecerle un escenario a quien aparecía ya con posibilidades ciertas de desplazar a su jefe. Sin embargo, y obstinadamente, Raúl quiso ir al Comité Radical de Lincoln.
Al llegar, apenas encontramos al casero, que sorprendido al reconocerlo, no tuvo mejor idea que intentar venderle una rifa organizada por el propio Comité. El frustrado visitante preguntó su precio y le entregó los últimos cincuenta pesos de su ajada billetera, que era el valor total de aquella rifa.
Y continuamos nuestro viaje. Aquel hombre cansado y de gastado traje, me pidió que lo dejara en el cruce de la ruta 7 y la entrada de Junín. Desde allí, pensaba hacer dedo para seguir hacia Buenos Aires.
Estaba claro que la razón no era sino la falta de plata para el pasaje.
Este fue el diálogo que se dio entonces, ya llegando a la entrada a Junín:
-Raúl, le tengo que pedir un favor.
-Si, decime nomás.
-¿No me cedería la rifa que le vendieron en Lincoln?
-¿Por qué?
-Porque tengo la intuición de que la gano.
-Bueno, tomala.
Allí yo le di  los cincuenta pesos que él había pagado y él me dio la rifa. Al minuto me dijo:
-Pensándolo bien, dejame en la Terminal que me tomo el micro.
Claro, ya tenía para el pasaje. Cuando lo vi perderse en ese viejo colectivo, no pude evitar cierta emoción ante aquella muestra de austeridad, entrega y dignidad.
Y fue este hecho, tal vez menor, el impulso inicial para seguirlo a lo largo de cuarenta años de vida política. Salvo alguna que otra puntual excepción”. 

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