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Cambio de identidad en Junín: nacieron hombres y hoy tienen nombre de mujer

Vencieron el muro de la opinión ajena, los prejuicios y se animaron a dar un paso que está en consonancia con lo que siempre sintieron y quisieron ser. Priscila Reyna y Estefanía Alonso cuentan su historia en esta nota con Democracia.

Priscila Reyna y Estefanía Alonso no tienen dudas. Nacidas en Junín hace 46 y 20 años, respectivamente, ambas comprobaron cuando transitaban la adolescencia que la naturaleza se había equivocado al darles un cuerpo masculino. Lo asumieron y encararon la vida sabiendo que esa revelación iba a ser definitiva porque ellas mismas estaban dispuestas a defenderla.
No les fue fácil caminar esquivando el prejuicio y la opinión de los demás, sobre todo a Priscila, hija de un tiempo -la década del setenta- en que hablar de homo y transexualidad era poco menos que mala palabra. Sin embargo, ella y su amiga dieron semanas atrás el último paso para vencer el muro de la opinión ajena y ser felices siendo en los papeles lo que sienten y quieren ser: mujeres.  
En esta nota con Democracia hacen un repaso por su historia y cuentan el antes, el durante y el después del cambio de identidad. Además, hablan de su entorno, la relación con el resto de la sociedad, la discriminación y el trabajo que llevan adelante para sustentarse.

Vivir en el closet
Priscila nació bajó el nombre de Gustavo Pedro Reyna en 1970, para alegría de un matrimonio del barrio Belgrano que tuvo, con ella incluida, cinco hijos.  
Recuerda que le tocó atravesar su infancia y juventud en las décadas del setenta y del ochenta, cuando “no quedaba otra que estar encerrado en el closet porque la mentalidad de la gente era muy cerrada y si ser gay estaba mal visto, no se puede ni pensar lo que pasaba si te veían vestido de mujer”, cuenta Reyna a Democracia.
Y agrega: “Yo vivía en una familia de mucha personalidad y mi padre tenía una mente muy cerrada, o que quizás se ajustaba al tipo de estructura que predominaba en ese momento. Él se metía bastante en mi vida pero como no se dedicaba solamente a mí, ya que estaban mis hermanos también, yo tenía momentos para evadirme de su control y hacer lo que me gustaba”.
De todas formas dice haberse comportado como un varón “normal” o convencional, que se juntaba con el resto de sus compañeros de primario y secundario y compartía los juegos y charlas que se establecía entre el resto de los estudiantes. Incluso siendo un adolescente experimentó el noviazgo con mujeres.

El deseo de ser mujer a toda costa
“Me empecé a sentir mujer a los 17 años, creo, o 18. Lo noté como algo natural, no sabría cómo explicarlo. Lo único que sé es que hasta ese momento no era bisexual, pero empecé a cambiar, probé y luego lo asumí. Tuve noviazgos de ocho y de once años con chicos y después de eso empecé a vincularme con el mundo transexual, conocí lo que era una travesti con sus tetas y demás porque viajaba mucho a Rosario, ya que en Junín eso era muy poco usual o existía pero no se exhibía a la vista de todos porque era condenable, seguro”, afirma Priscila con total tono de certeza.
De aquel momento a la actualidad las cosas cambiaron bastante. La tolerancia de la gente creció y la propia Priscila lo ratifica señalando que “en esta ciudad incluso ya hay calles donde se puede ver travestis en la vía pública, trabajando con su cuerpo y la gran mayoría de la comunidad lo sabe”.
Pese a ese incremento en la aceptación popular, Reyna asegura que nunca tuvo en sus planes operarse y ya no cree que lo haga. “Estoy grande y me da un poco de miedo”, reconoce y agrega con picardía: “Además no lo necesito”.

El cambio de identidad

“Empecé a pensar en cambiarme el nombre un día que abrí el diario y vi que dos chicos, dos varones, iban a casarse. Me pareció algo muy valiente y morboso al mismo tiempo, pero ese morbo es como un desafío a la sociedad que siempre está mirando con ojos escrutadores y que juzga todo aquello que no se ajusta a los famosos ‘cánones tradicionales’”, explica Priscila Reyna.

La historia de Estefanía
A sus 13 años, el chico que en ese momento era Jesús Andrés Alonso enfrentó el espejo de su habitación con un vestido blanco para de algún modo formalizar lo que dentro de él vociferaba a gritos desde mucho antes.
“Siempre me sentí una mujer, desde bien chica estaba siempre con las mujeres y a los 13 me empecé a vestir de mujer y ya no cambié más. En mi familia la única que se molestó por esto fue mi mamá, que estuvo como dos o tres meses sin hablarme hasta que pudimos recomponer la relación. Ella me decía que no era lo mismo ser gay que travesti, que siendo travesti iba a ser discriminado. Después mi papá, mis tíos y mis diez hermanos siempre me apoyaron. Desde que se enteraron que me puse Estefanía lo aceptaron y están Estefy de acá, Estefy de allá, sin problemas”, relata Alonso.
A diferencia de Priscila, Estefanía se atrevió a pasar por el quirófano: “Me puse un poquito de cola y un par de cositas más”, dice, misteriosa. Cuando se le pregunta hasta dónde piensa avanzar en las operaciones, afirma que “hasta donde más pueda” pero le da un poco de temor pensar en el cambio de aparato reproductor.

Trabajo y discriminación
Alonso asegura que si quisiera trabajar no podría porque “en Junín hay mucha discriminación”.
“Por ser como somos no nos dejan entrar a la mayoría de los boliches. Ya nos ven llegar y de lejos nos dicen que nos vayamos, que no quieren saber nada con nosotros. Y con los trabajos pasa lo mismo, yo puedo mandar montañas de currículums que no me van a llamar nunca. Hay una barrera muy grande en contra nuestra todavía; pese a que las mentes se han abierto y somos más aceptadas, es mucha la gente que nos sigue viendo como algo malo para la sociedad, como algo a lo que hay que tener lo más lejos posible”, concluye, con un dejo de amargura, Estefanía Alonso.

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