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No pensar

El pensamiento crea la realidad. Lo dijo Hegel y cualquiera que tenga dos dedos de frente. Según el código penal, el pensamiento no delinque, pero no existe atraco, violación, asesinato o matanza que no vengan precedidos por un mal pensamiento. Es la mente pérfida la que provoca cualquier acto inmoral. Solo la religión cristiana convierte un mal pensamiento en pecado mortal capaz de condenarte al fuego eterno, pero este se refiere al sexo, precisamente al único que es placentero y que lo suele degustar uno mismo sin hacer daño a nadie.
La mayoría de los errores que se han cometido a lo largo de la vida se deben a no haberse parado solo cinco minutos a pensar en las consecuencias de hacer o decir lo que uno está pensando.
Un día le pregunté a la pintora surrealista Maruja Mallo si creía en Dios. Me contestó: “Hijo, con las prisas de hoy en día es que no hay tiempo para nada”. En efecto, algunos políticos parece que viven bajo una presión que les impide meditar cinco minutos antes de meter la mano en la caja. Cinco minutos de meditación habrían bastado para evitar la mayor parte de los casos de corrupción, los escándalos financieros, los desfalcos y otras rapiñas.
La cultura política consiste en mentir y desmentir, en fingir y ser desenmascarado. Se trata de un tejido de torpezas creado por una lanzadera de palabras, que va y viene movida por la prisa sin dar tiempo a pensar en daños colaterales.
Tiempos aquellos en que Sócrates en el ágora, después de dar una profunda lección, exclamó: “Solo sé que no sé nada”. Y viendo que los discípulos sonreían, añadió: “Pero vosotros tampoco”. Y guardó silencio. Pero hoy los políticos no paran de hablar hasta pisarse la lengua. Era un silencio de oro el de aquellos viejos marineros, el de los viejos campesinos que respondían a cualquier pregunta solo con una mirada muy bien pensada.

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