ENFOQUE

La frustración financiera de EEUU

La Reserva Federal de los Estados Unidos ha cumplido 100 años. Hace un siglo -en diciembre de 1913- el presidente Woodrow Wilson firmó la legislación por la que fue creada. En términos amplios, su cometido era impedir crisis financieras y preservar la prosperidad. Los resultados han sido desiguales. A pesar de muchos años exitosos (los años 20, 40, 50, 80 y 90), su desempeño está manchado por tres grandes fracasos: la Gran Depresión de los años 30; la Gran Inflación de fines de los años 60 y los 70; y la crisis financiera de 2008-9. Si la Fed hubiera actuado de distinta manera en cada caso, el resultado hubiera sido diferente y mejor. Hay una constancia desalentadora en los ciclos de éxito y fracaso de la Fed. Los supuestos y políticas de una época no son adecuados para las condiciones y los problemas de la siguiente, pero la Fed se adapta sólo lentamente y bajo la presión de los acontecimientos.

Contra el pánico

 Creada después del Pánico de 1907, la Fed inicialmente se concentró en evitar los pánicos bancarios. En aquel momento, la demanda de préstamos y las tasas de interés variaban mucho según la temporada del año; se elevaban en la primavera y el otoño, como reflejo de las necesidades crediticias de la siembra y la cosecha. Toda sorpresa desagradable (malas cosechas, fracasos comerciales, pérdidas en el mercado de valores) arriesgaba producir un pánico, puesto que los ahorristas temían que los bancos, cortos de dinero, no pudieran devolverles el suyo. Después de todo, la mayor parte había sido prestada. A diferencia de hoy, el seguro de depósito no existía. La Fed resolvió ese problema, dice el economista de Harvard Jeffrey Miron. El dinero se volvió más “elástico”. Cuando la demanda de crédito era alta, la Reserva prestaba más dinero. Los virajes de las tasas de interés según las temporadas se redujeron. La confianza creció porque los ahorristas sabían que, en un pánico, los bancos podían obtener crédito de la Fed para satisfacer las necesidades de efectivo. En los años 20, no hubo grandes pánicos bancarios. Pero lo que funcionó en los años 20 no lo hizo en los 30. Ante una economía en colapso, “la Reserva Federal no hizo casi nada para promover la recuperación,” escribe el economista Allan Meltzer en su exhaustiva historia de la Fed. Fue pasiva, porque -sobre la base de la experiencia de 1920- la débil demanda de crédito indicó que había poco que la Fed pudiera hacer. El crédito pareció fácil; los fondos para préstamos parecieron amplios. Ése fue un error fatal. La baja demanda de préstamos reflejaba, principalmente, el terrible estado en que estaba la economía. Para promover una reactivación, la Fed debía bombear dinero agresivamente al sistema financiero. No lo hizo. Entre 1929 y 1932, el producto bruto interno “real” cayó un 25 por ciento. (En comparación, la caída del PBI en la reciente Gran Recesión cayó un 4,3 por ciento). En 1932, la tasa de desempleo era del 23 por ciento. Muchos, quizás la mayoría de los economistas, piensan que el descuido de la Fed convirtió un bajón ordinario en una Depresión. En cambio, el error de los años 60 y 70 fue justamente el opuesto: no la pasividad, sino el activismo. La lección de los 30 -“hacer más”- se aprendió demasiado bien. La Fed supuso que los virajes en las tasas de interés podrían mantener la economía casi a “pleno empleo”, definido como un 4 por ciento de desempleo. En la práctica, el compromiso a tener un pleno empleo, también adoptado por presientes sucesivos comenzando con John Kennedy, desencadenó expectativas inflacionarias (¿Por qué frenar jornales y precios si el gobierno garantiza la prosperidad?) y un crédito fácil. Para fines de los años 70, la inflación había entrado en una espiral descontrolada llegando a un 13 por ciento. Se logró dominarla mediante políticas económicas. Después de que Paul Volcker, presidente de la Fed entre 1979 y 1987, lo lograra con una recesión brutal (el desempleo alcanzó el 10,8 por ciento) a fines de los años 80, las lecciones parecieron evidentes: Mantener la inflación baja y estable. La incertidumbre de la volatilidad de precios se desvanecería. El crecimiento constante y la prosperidad seguirían su curso. Así pareció ser. Entre 1982 y 2007, hubo sólo dos recesiones suaves. La Fed, en su mayor parte bajo Alan Greenspan, pareció omnipotente. Controló la inflación y rechazó las amenazas contra el crecimiento económico: la caída de la Bolsa en 1987, la crisis financiera asiática, y el 11/9. Lamentablemente, ese éxito indujo la crisis financiera de 2008-9. La prosperidad prolongada pareció reducir los riesgos; los inversores podían racionalizar la adopción de más riesgos, porque las desventajas parecían limitadas. En bancos y otras instituciones financieras cundieron prácticas descuidadas, peligrosas y poco éticas. Mientras tanto, la inflación baja tranquilizó a la Fed. Desvió la atención del sistema financiero, cuya estabilidad general no preocupó, de todas maneras, a la mayoría de los funcionarios. No se había producido un colapso financiero en Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial, por lo que era una abstracción impensable, fuera de su experiencia personal. El resultado fue que “fuimos lentos en reconocer la crisis”, como dijo recientemente el saliente presidente de la Fed, Ben Bernanke.

Un descubrimiento

Lo que está claro es que la Fed no es tan poderosa como pareció bajo Greenspan. Es cierto, una vez que Bernanke reconoció la crisis, actuó enérgicamente para bombear fondos al sistema financiero. Por ese hecho ha sido, en general, merecidamente elogiado. Se evitó, posiblemente, una segunda Gran Depresión; el fracaso de los años 30 no se repitió. Pero la Fed ha descubierto que carece del poder para resucitar la economía por sí sola. Cinco años de tasas de interés a corto plazo cerca de cero y aproximadamente 3 billones de dólares de compra de bonos, como mucho, han mejorado modestamente una recuperación débil. En su centenario, la mejor palabra para describir a la Fed es: frustración. 

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