OPINIÓN

El país en espera

La salud de un presidente es una cuestión de Estado. Como tal, su situación es de dominio público y de interés nacional.  
Cristina Fernández de Kirchner se cayó y se golpeó en la cabeza el lunes 12 de agosto y fue llevada al Sanatorio Otamendi para realizarle estudios, pero nos enteramos el sábado 5 de octubre a las 21.30, casi dos meses después, cuando diversos síntomas, consecuencia de ese incidente, obligaron a trasladarla a la Fundación Favaloro.
Insisto, su salud es cuestión de Estado, no secreto de Estado. Su estabilidad física, psíquica y emocional nos interesa y afecta a todos, porque es la encargada de conducir los destinos del país y sus acciones tienen directa influencia en nuestra vida diaria.
Con la noticia y posterior operación a la que fue sometida la Presidenta para drenarle el hematoma en su cabeza, se abre un gran paréntesis en la vida política e institucional del país.
El régimen presidencialista argentino y el estilo extremadamente personalista impuesto por la administración kirchnerista, por diversas razones que aquí no vamos a analizar, hace que los interrogantes sean quién está a cargo de la gestión del Gobierno y quién toma las decisiones.
Constitucionalmente, no existe ningún vacío. La Carta Magna prevé, como sucedió, que asuma interinamente el vicepresidente, primero en la línea de sucesión, en caso de enfermedad del jefe del Estado. La decisión de Cristina en 2011 hace que ese cargo recaiga en Amado Boudou, el funcionario más cuestionado y con peor imagen de todo el Gobierno.
Con cuestionamientos judiciales por su rol en el salvataje de la ex Ciccone Calcográfica, el vicepresidente ha venido manteniendo un perfil más que bajo y alejado de la campaña electoral.
Mas allá de su rol formal y protocolar, en las esferas del Gobierno y en el ámbito político, nadie duda de que las riendas están en manos del secretario de Legal y Técnica de la Presidencia, Carlos Alberto Zannini. El colaborador más estrecho de Cristina es el hombre que, incluso con Néstor Kirchner vivo, formaba parte de la mesa chica del poder.
Zannini ha acompañado al matrimonio Kirchner durante las últimas tres décadas, ocupando distintos cargos en la provincia de Santa Cruz y desde 2003 en la Casa Rosada, en una función que aún mantiene.
Con un muy bajo perfil, poco amigo de los medios y con una gran formación intelectual, Zannini es quien teje el poder detrás del telón y su figura tomó aún más dimensión tras el fallecimiento del ex presidente. Incluso fue mencionado como sucesor kirchnerista, cuando las posibilidades de una "Cristina eterna" se esfumaron. Su aspecto casi tímido y alejado de las cámaras se transforma en cualquier reunión o seminario que lo tiene como disertante, donde subyuga con su alocución y conocimientos.
Hoy por hoy Cristina ha quedado fuera de la campaña electoral rumbo al 27 de octubre. Muchos especialistas han remarcado que su actual situación de salud está ligada a la sobreexposición y alto estrés al que está expuesta la jefa del Estado. Necesitará, sin dudas, reposo absoluto para que pueda recuperarse y volver a hacerse cargo con todas sus facultades de la gestión del Gobierno.
Néstor Kirchner desoyó los consejos médicos y de la propia Cristina y todos conocemos el final. Pero la gran diferencia es que, a su muerte, ya no era presidente, sino diputado nacional.
Hoy la situación es totalmente diferente. Cristina es la jefa del Estado. Esa responsabilidad, por la gravitación que tiene su cargo, hace que la prioridad sea que se tome el tiempo necesario para recuperarse y vuelva luego a la presidencia, por su bien y el de todos los argentinos. 

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