OPINION

Batalla en toda la línea

por Jorge Brinsek

Quedan dos meses para las elecciones legislativas del 28 de junio. En una democracia que se supone madura, ya en plena mayoría de edad, ello no tendría que implicar mayor problema. Tratándose de una elección de mitad de mandato la compulsa sirve para pulsar la voluntad popular que permita ratificar o rectificar un rumbo de conducción. Pero en Argentina se ha transformado poco menos que en una cuestión decisiva, una batalla en toda la línea, algo a todo o nada.
No puede entenderse de otra manera el adelantamiento innecesario de los comicios, mucho menos el disparatado mecanismo impulsado desde el poder sobre las “candidaturas testimoniales”, es decir candidatos que sólo prestan el apellido para atraer votantes y luego permanecer en sus actuales cargos.
Peor aún, que el ex presidente de la Nación se vea obligado a cambiar abruptamente de domicilio, también con la evidente aspiración de sumar su nombre en el principal distrito electoral del país,  ante el temor de un derrumbe en el cada vez más incierto caudal de sufragios del oficialismo.
Altibajos hay en todos los procesos democráticos. Precisamente para eso están este tipo de exámenes en los que la ciudadanía da luz verde o enciende una roja según como marchen las cosas. Tomar una elección de mandato poco menos que como una cuestión de vida o muerte desnuda una fragilidad de confianza propia de quien no se siente seguro ni está demasiado convencido de qué rumbo tomar.
Lo más preocupante puede darse el día después, en particular si vencedores o vencidos no logran interpretar –como ha ocurrido en otras oportunidades que siempre precedieron a ingratos finales- lo que realmente piensa y quiere la ciudadanía.
No lo entendió Raúl Alfonsín, como tampoco Carlos Menem. En idéntica sintonía cayó en el mismo error Néstor Kirchner en su primera administración: todos ellos confundieron de medio a medio la necesidad de un pueblo de seguir confiando, de evitar cambios traumáticos, de dejar hacer, de permitirle al gobernante en terminar su trabajo. Por el contrario, interpretaron los votos afirmativos como cheques en blanco para seguir haciendo las cosas a su antojo y conveniencia. Sólo así puede explicarse el tremendo derrumbe, en apenas un año, de la popularidad que en la mayoría del segmento social de la nación contaba el matrimonio Kirchner.
Alfonsín puso a sus compatriotas, en 1985 (dos años después de su asunción triunfal) ante la disyuntiva de democracia o dictadura y logró así mantener por otros dos años (todavía los mandatos presidenciales duraban seis) una gestión que albergaba serias fisuras en la economía, Espada de Damocles de todos los mandatarios. Los comicios del 87 fueron una bofetada y comenzó el principio del fin que tuvo un final anticipado en 1989.
Carlos Menem dilapidó como nadie sus diez largos años de mandato. Creyó que la ciudadanía le daba un cheque en blanco avalando su fiesta de pizza y champagne en lugar de interpretar esos votos positivos como una ratificación de confianza para que vuelva a encarrilar lo que había andado bien y se comenzaba a desmadrar, y no para que continuaran los abusos y excesos en grados de corrupción insoportables.
Kirchner, como se dijo más arriba, se dio el lujo de colocar como sucesora a su esposa, que llegó a la Casa Rosada a caballo de un buen momento económico que impulsó la gestión de su marido. No hubo elecciones internas, ni plataformas programáticas ni discusiones. Sólo una candidatura a dedo frente a una oposición despatarrada.
Será necesario aprender, de una buena vez por todas, la lección. Si el oficialismo gana y entiende que con ello podrá seguir haciendo las cosas a sus maneras dando la espalda a una porción considerable de argentinos que reclama cambios y respeto por su derecho a disentir, a opinar distinto, entonces un sombrío panorama terminará de cernirse sobre la Nación. Si la oposición sale airosa logrando equiparar o superar fuerzas en el Parlamento y se considera dueña de los asuntos públicos en un marco de vindicta pública sin proyectar un futuro del país, entonces estaremos en lo mismo.
La nación Argentina tiene demasiados y graves problemas como para afrontar tironeos de uno y otro lado como quien se disputa beneficios o despojos. El lunes siguiente al domingo de comicios habrá que pensar seriamente en cómo se trabajará para levantar el país, porque si caemos al abismo, entonces si estaremos definitivamente perdidos.

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