De reconocida trayectoria a nivel local y regional, Oreste Lapadula ha sabido transitar las distintas aulas desde diversos lugares: alumno, docente y hoy, con más de cinco décadas de experiencia, como una palabra autorizada en el mundo de la docencia.
En diálogo con Democracia, recordó cómo su infancia; la incidencia familiar para convertirse en profesor; su pasión por la música; y realizó un balance de su trayectoria.
Infancia
Lapadula realizó la mayor parte de la primaria en la Escuela N° 1, el último grado en la N° 24 y el secundario en el Colegio Nacional. Es hijo de un matrimonio de docentes y, precisamente, acerca del lugar ocupado por ambos al elegir la misma profesión, expresó que “la influencia fue de los dos por el tipo de actividad que tenían y la cuestión docente era muy presente en mi casa”.
En torno a la infancia vivida recordó: “La actividad lúdica era salir a la calle a jugar al fútbol; la rayuela; ir en verano por la noche a ver espectáculos deportivos; leíamos revistas e historietas”.
“Me acuerdo ir hasta la cancha de Sarmiento a ver carreras de bicicleta y después volver tranquilamente sin hacer nada estrafalario. No había los riesgos de hoy”, ejemplificó sobre una de las prácticas vivenciadas.
Al hacer una comparación entre aquella infancia vivida y la contemporánea opinó: “El cambio es absoluto. Hay cosas positivas como la gran oferta de actividades que tienen los chicos hoy: inglés, música, expresión estética y otras”.
“Al mismo tiempo, se ha perdido todo un proceso de formación en cuanto a la personalidad que en aquel tiempo eran muy importante: charlas familiares y con amigos. Hoy pasan el tiempo de su día estando más con un teléfono que mirándose cara a cara”, continuó.
En su relato, Lapadula, demuestra eso que se perdió y que él supo capitalizar cuando se refiere a la “personalidad”: el observar, escuchar a los más grandes y aprender. Al respecto, narró: “Mi padre se jubiló cómo inspector en enseñanza primaria y venían muchos colegas de él y yo participaba a través de la escucha”.
“Cuando trabajaba me reía porque normalmente los docentes le tenían miedo a los inspectores y para mí era común conversar con ellos: gente normal con otra tarea y siempre me mandaban a hablar a mí”, relató.
Docencia
Lapadula se remontó al momento en que se finalizó sus estudios y señaló: “Para el que se recibía siempre fue complicado entrar a la carrera. Obviamente yo, como muchos de mi época, lo que nos planteábamos era no esperar sentados en casa y salir del lugar de confort de uno”.
De tal forma, así fue que comenzó a hacer su propio camino. “Empecé trabajando en O´Higgins, Baigorrita y Chacabuco. Había que moverse y no había otra manera. Luego uno se hacía conocido y venían las referencias”.
Con varios kilómetros transitados, y hoy con varias décadas de experiencia, manifestó: “Terminé trabajando en un radio de siete cuadras alrededor de mi casa con los años y así llegué a la jubilación. Es un trabajo de ir juntando experiencia y atravesando distintas etapas. Cuando uno llega al final está nuevamente en un lugar de confort”.
Sobre lo que significa ser docente, compartió: “Es una cuestión compleja porque uno pasa a ser un engranaje más de un proceso fundamental que es la formación de la persona. No estoy descubriéndole el agujero al mate, pero la que educa es la familia”.
“El docente instruye y tiene que acompañar ese proceso donde la familia tiene el lugar más importante. No puede estar disociada del aporte que tiene que hacer la familia”, enfatizó.
A partir de su experiencia forjada y siendo testigo del estado de la educación actual, abordó este escenario y analizó: “Hoy es muy compleja y grave la situación. No existe una disciplina en el estudio por parte de los chicos: no leen y eso termina adecuándose a la realidad. El que no pueda leer corrido no puede entender la idea y, por ende, no puede estudiar”.
Y comparó: “El nivel de exigencia se ha reducido muchísimo, a niveles preocupantes, y no existe como en aquellos años. Antes menos de siete era a diciembre y eso ya no existe. Hoy se maneja más light y el docente se presta a eso”.
“Toda la gente de mi generación leemos correctamente, tenemos buena caligrafía y hoy es difícil encontrar un chico que lea correctamente”, siguió.
Siguiendo con su perspectiva consideró: “Siempre traté de manejarme en este sentido. Uno no puede ser amigo de sus alumnos porque su rol era otro y siempre lo tuve como un objetivo de mi acción. Después he tenido efectos de todo tipo”.
“El que no se equivoca es porque no genera nada. Me manejé de una misma manera y muchos chicos que hoy me cruzo en la calle me lo reconocen.
Son pequeñas satisfacciones que uno tiene y guarda y tan mal no lo hice. Hay gente que lo ha hecho mucho mejor que yo y, en lo personal, me quedo medianamente tranquilo”, siguió.
Música, la pasión
Al igual que todas las personas tienen una “pasión”, en el caso de Lapadula, puede reconocerse, ha sido y es la música. Como bien dejó en claro, su trabajo y sustento económico ha sido el hecho de ser un profesional del mundo de la educación.
“Mi actividad era la docencia. La música era un pasatiempo, un hobby que se fue dando y lograba complementar las dos cosas”, dijo.
E indicó: “Nunca prioricé la música sobre la actividad docente. Uno forma su familia y tiene que mantenerla y la música a nivel local no me lo permitía. Era una vocación, pero, esencialmente, viví de la docencia”.
En tal sentido, la sabiduría de Lapadula no se agota en su experiencia docente y en el análisis de la educación, sino que surfea por otros espacios de la cultura local.
Desde una edad muy temprana estuvo vinculado al piano, instrumento que empezó a tocar con poco más de 6 años. Sobre aquel tiempo recordó: “No había tantas actividades extraescolares como las que existen hoy, entonces era común que los chicos estudiaran algún instrumento. Mi padre era amigo del maestro Nicolás Campazzo y, en su momento, le pidió si podía enseñarme a tocar el piano, pero yo debía saber primero leer y escribir”.
Siguiendo con su filosofía musical, enfatizó la figura de tres pianistas: Oscar Velilla, Héctor Zerillo y Juan Mazzadi. Aprendiendo a través de ellos y, también por el gaje del oficio, Lapadula se permitió vivenciar experiencias con cantantes de la talla de Abel Córdoba, Reynaldo Martín, Argentino Ledesma, Luis Filipelli, Alberto Podestá, Ángel “Paya” Díaz, Jorge Valdez, María Garay, Hernán Salinas, Guillermo Galvé, Carlos Cristal, Karina Paiva, entre otros.
En tanto, su carrera lo llevó a los escenarios nacionales más importantes: La Casa del Tango, la Academia Porteña del Lunfardo, la Cámara de Senadores de la Provincia, el Teatro San Martín, la Casa de la Provincia de Buenos Aires, el Café Tortoni, La Manzana de las Luces, entre varios más.
Siguiendo con el análisis en el mundo musical, expuso: “El balance es positivo, primero porque la música me dio una cantidad extraordinaria de amigos que agradezco siempre. Además, me ha permitido tener cierta relación con gente muy importante, grandes figuras de la música popular”.
“He conocido ‘la cocina’ de numerosos escenarios y he trabajado con gente que me ha permitido crecer y aprender cosas permanentemente. Más allá de la familia, mi vida ha girado en torno a la docencia y la música, y soy un agradecido a ambas disciplinas”, agregó.
Visión de Junín
Con toda una vida ligada a nuestra ciudad, al abordar lo que representa Junín, tomó distancia y contextualizó: “Es una ciudad que no escapa a las generales de la ley: es parte de la provincia de Buenos Aires y, esta, es una provincia de la República Argentina. Un país con problemas que se ve en lo macro y micro”.
Pese a las cuestiones complejas y negativas con las que cualquier persona se puede encontrar en el día a día, al hacer referencia a Junín, Lapadula analizó: “Ha progresado muchísimo porque si pienso en la ciudad de los 50 ha tenido una transformación grande: edilicia, tecnológica y en el comercio, pese a toda la crisis, puede mantenerse en un nivel discreto”.
Asimismo, hizo referencia a otra faceta: la cultural. Por eso, enfatizó en las opciones que existen y señaló: “Ha habido artistas importantes tanto en la música como en la literatura y el teatro”.
“Es una isla en un país con gran desocupación y pobreza. Siempre dije lo mismo: de acá no me voy. Inclusive a mi familia, si se tienen que ir los iré a visitar, pero no me quiero ir”, concluyó.
Finalmente, y con más de siete décadas vinculadas en Junín, Lapadula disfruta del día a día en nuestra ciudad, cosechando los frutos de sus años de trabajo arduo en la docencia y del ejercicio del piano como motor para seguir su desarrollo musical.
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