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DOS JÓVENES QUE RENUNCIARON A TODO PARA CONOCER UN POCO MÁS EL MUNDO

La atrapante aventura de una pareja juninense que recorre América en moto

En febrero de este año renunciaron a sus trabajos y salieron a conquistar las rutas del continente sin ponerse fecha de regreso. Hoy, habiendo recorrido seis países y con un montón de experiencias vividas, cuentan emocionados su travesía e impulsan a la gente a "cumplir sus sueños".

Alejo Sala y Paula Rivoira se conocieron y no tardaron mucho tiempo en darse cuenta de que, además del amor, los unía una iracunda sed de aventura.
En particular, el deseo que les devoraba cada diálogo era el de explorar el mundo, conocer otros lugares y ver con sus propios ojos qué es lo que ofrece esta inmensidad que es el planeta Tierra. Y no anduvieron con muchas vueltas. Renunciaron a sus trabajos y el 25 de febrero de este año salieron a cumplir su sueño: viajar  sin pasaje de vuelta.
“En principio no sabíamos bien adónde íbamos a ir, ni tampoco en qué. Teníamos unos ahorros, una moto (Honda CB1) y una camioneta. Nos imaginábamos conocer lugares hermosos, culturas distintas y aprender, pero nos encontrábamos frente a una avalancha de ideas y opciones, como por ejemplo  ir a España o a Italia en avión, trabajar y recorrer Europa como mochileros”, comienza contando Paula, de 24 años.
Pero lo que les pareció más adecuado fue empezar el viaje por este continente, porque concluyeron en que “en América somos todos hermanos unidos por la misma tierra”.
“A continuación había que decidir en qué íbamos, podíamos ir en avión pero no  disfrutaríamos del camino paso a paso; podíamos viajar a dedo, en colectivo, también pensamos en ir en la camioneta, que estaba casi nueva y nos garantizaba un lugar para dormir, pero al mismo tiempo seria como una burbuja.  En ese momento vimos la moto de Alejo estacionada, como esperándonos. El tema es que era muy chica. Íbamos a necesitar dos, justo la hermana de Alejo se había comprado una Yamaha XTZ hacía poco; no era de lo más cómodo para un viaje largo, pero era la solución”, continúa relatando Rivoira.
El siguiente paso era avisar que se iban. “Debíamos renunciar a muchas cosas, por ejemplo a nuestros trabajos. Ambos trabajábamos en empresas familiares, por lo cual nos costaba más abandonar nuestro puesto; también teníamos que renunciar a las comodidades, abandonar nuestra zona de confort y alejarnos de nuestras familias”, describe Alejo, de 31 años.
Entonces fijaron una fecha y cuando quisieron acordar, el día llegó. “El 25 de febrero a la madrugada salimos en las dos motos con 5.000 kilómetros cada una y cargadas con todo lo que considerábamos que nos podía hacer falta. Estábamos muy emocionados, nos sentíamos tan libres, habíamos dejado atrás la rutina, éramos aventureros”, cuenta Paula, aún emocionada con el recuerdo.

Hoja de ruta
Paula y Alejo reconocen que en la primera parada, en Capilla del Monte, Córdoba, la lluvia los hizo dudar un poco pero no lo suficiente como para retomar el sendero hacia el norte.  “Salimos de Argentina curiosos por Bolivia, pero para nuestra sorpresa nos encontramos ante una cultura muy cerrada y con costumbres muy distintas a las nuestras, con cholitas hablando un idioma propio; y aunque las montañas continuaron siendo hermosas, como en la Quebrada de Humahuaca, la diferencia se hacía notar en cada comida y en el cambio de dinero que habíamos hecho en la frontera el cual había reducido nuestros ahorros a la mitad”, detalla Paula.
Alejo agrega que “Bolivia nos mostró las diferencias, los mercados con doscientos puestitos de gente que vende de todo, todo el día y duerme entre sus cosas; la carne exhibida fuera de la heladera al igual que los yogures, y un precio especial , doblemente más caro, en el combustible para el que no es boliviano. Fue un país, largo y frío”.
La pareja miró en su mapa el camino que la llevaría hacia Perú. Pasaron por  la Paz y fueron hacia el mar de los bolivianos, el Lago Titicaca, donde se les termino la ruta bajo sus pies y fue reemplazada por una balsa que los cruzó hacia Copacabana. “Después de colaborar con la policía pudimos llegar a Puno, Perú. Fuimos a Arequipa, una hermosa ciudad donde trabajamos algunos días juntando fuerzas y algunos soles para ir Cuzco, al Machupichu. Nos costó mucho esfuerzo y dinero llegar, pero valió la pena cada paso. Al estar ahí sentimos lo imponente que era, lo vimos idéntico a como lo veíamos en las revistas pero en todo su esplendor y  lleno de misterios. Volvimos hacia las costas porque el Pacifico nos estaba esperando; nos atrapó y atravesamos todo el país al lado del mar, acampando en las playas la mayoría de las veces. Cuando quisimos acordar había pasado más de un mes y estábamos en la frontera con Ecuador”, sigue narrando Alejo.
Ecuador es el pequeño país que hubiesen podido cruzar en dos días, pero se quedaron otro mes. “Nos encontramos las montañas más coloridas de nuestras vidas.  Rutas en excelente estado que subían y bajaban, bordeadas de flores, casitas y arboles gigantes. Con las motos que habían respondido con toda su fidelidad al viaje sin presentar ningún problema, nada, ni siquiera una pinchadura, nos separamos de las costas del Pacifico para conocer Quito, ‘la mitad del mundo’, y llegar a Colombia”, destaca Paula.
Y sigue contando: “En Colombia nos sorprendimos de lo bien que nos trataron. Gente que ni conocíamos, como en el resto de los países, se acercaba a nosotros, nos llenaban de preguntas sobre el viaje y nos ofrecían su ayuda para lo que necesitáramos. Hicimos grandes amigos, que pasaron a formar parte de nuestro viaje, personas que con toda su buena voluntad nos abrieron las puertas de sus casas. Estábamos en el Caribe que tan lejano parecía. Decidimos ir a la isla de San Andrés, un lugar paradisíaco y muy recomendable, donde, acompañados por la buena suerte, nos quedamos veinte días. Cuando volvimos a tierra firme fuimos a Santa Marta, y Cartagena donde la curiosidad y la economía que parecían no resistir más nos impulsaron hacia La República Bolivariana.
Este último fue el único país en el que los benefició el cambio de dinero: al cruzar la frontera y cambiar los pesos colombianos que les quedaban por bolívares, les dieron una bolsa llena de billetes. “Era como si nos hubiésemos ganado la lotería. Nos enteramos que había una ciudad llamada Trujillo que tenía un monumento de la Virgen de la Paz, el más alto de América, e inmediatamente decidimos ir a conocerlo, lo que nos atrajo no fue el tema religioso sino que nos pareció muy noble considerando la falta que hace la paz en el mundo”, remarca Paula
En Santa Elena de Uairen se despidieron de Venezuela y se adentraron en el Amazonas brasilero para llegar a Manaos, donde después de pagar una fortuna que rompió con sus cálculos subieron a un barco con las motos para navegar cuatro días y llegar a Porto Velho. “El próximo país será Paraguay y después nuestra querida Argentina. Si bien estamos felices de realizar esta aventura, hemos extrañado mucho nuestro país y nuestras familias. Por día a veces viajamos de sol a sol en las motos, solos, sin hablar y es mucho tiempo en silencio, reflexionando. Este fue un viaje de mucho aprendizaje. Volvemos con nuestros sentidos renovados, pensando en festejar, comer un buen asado argentino y compartir unos vinos con nuestros seres queridos. Para terminar, queremos invitar a la gente a que se anime a realizar sus sueños por más lejanos que parezcan”, subrayan Paula y Alejo.

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