None
PERSONAJES DE NUESTRA CIUDAD

Julia Franco: “Yo me preparé para ayudar y Dios me ayuda a mí para poder hacerlo”

Hace décadas que colabora como voluntaria del hospital. Además, forma parte de la asociación Crecer Juntos, trabaja en una agrupación local que ayuda a mujeres con cáncer de mama y está impulsando un proyecto para instalar una unidad de Cuidados Paliativos.

Julia Franco nació en la localidad de General Levalle, en la provincia de Córdoba. Transcurrió su infancia y adolescencia en aquella ciudad, para luego mudarse a Junín.
Tenía 17 años cuando se casó. Su esposo era un empleado ferroviario a quien, al poco tiempo de contraer matrimonio, lo trasladaron a nuestra ciudad. “Yo era muy jovencita, pero el cambio no fue traumático para mí”, dice Julia.
No obstante, las cosas no fueron sencillas. En un primer momento no podían conseguir una vivienda, por lo que se vino solo su esposo y alquiló un lugar en el que estuvo algunos meses, hasta que pudo adquirir una casa y, ahí sí, trajo a la familia.

El trabajo

“Acá hice un poco de todo”, sintetiza Julia sonriente.
Es que empezó como tejedora, “en la época en que se usaban unos tejidos gordos”. Durante un largo tiempo se dedicó a esta actividad y lo hacía por encargue, para una señora que los vendía.
Más adelante, compró una máquina y empezó a bordar. Al margen del trabajo en el ferrocarril, su esposo vendía calzado y ropa. Entonces Julia comenzó a hacer delantales y manteles bordados, que él ofrecía.
Las telas que utilizaba para este emprendimiento las compraba en Buenos Aires y cuando dejó de fabricar esos delantales y manteles, Julia siguió yendo a comprar ropa, “tanto de hombre como de mujer, desde pantalones de jean hasta prendas finas femeninas”.
Esta actividad implicaba un gran sacrificio ya que periódicamente debía viajar a Capital Federal, aunque también disfrutaba de hacerlo: “Iba y venía en el día; salía a la mañana, temprano, en tren, por supuesto, estaba todo el día haciendo las compras y a la tarde regresaba, también en tren. Lo hice durante 20 años. Era cansador pero también lo disfruté y cuando dejé de hacerlo, hasta extrañaba ir al Once a comprar ropa”.
A mediados de los 80 dejó de viajar y se dedicó a algo que, por entonces, era una rareza: la comida vegetariana.
Por cuestiones de salud, había empezado a leer libros sobre alimentación y allí se enteró de que “no eran tan buenas las carnes rojas”.
A partir de ese hecho se fue interiorizando en la materia y comenzó a incorporar la cocina vegetariana en su dieta. “Y de a poco fui incluyendo a mi familia”, dice.
Entonces hizo cursos y capacitaciones en Buenos Aires e inició un emprendimiento en el que hacía viandas de ese tipo de comida.
“Ese era un rubro muy poco común –relata– y no solo eso: yo hacía pan sin sal y pan de salvado porque acá no se hacían en las panaderías. El otro día una chica me decía: ‘Julia, usted fue una adelantada, yo recuerdo cómo hacían cola en su casa para comprar pan de salvado”.
Pero esta actividad no quedó ahí, ya que en un momento, Julia, dio charlas sobre alimentación sana y económica en diferentes barrios, a través de una propuesta de la Municipalidad: “Yo daba clases de cómo se hacía esa comida y llevaba para que probaran. Y había mucha gente que no conocía la manera de cocinar algunos de esos productos, como por ejemplo, la lenteja”.
Por cuestiones personales y familiares, tuvo que dejar este trabajo.

Voluntaria del hospital

Desde siempre, Julia sintió un marcado interés por ayudar al prójimo y es por ello que su esposo le decía y le repetía que ella tenía que ser voluntaria. “A mí siempre me gustó lo social” señala, para luego agregar: “Además, cuando daba las charlas sobre alimentación recorrí todos los barrios y gracias a eso, conocí las necesidades de la gente”.
Se decidió, entonces, a colaborar en el Hospital Interzonal General de Agudos “Dr. Abraham Piñeyro”, en la época en que era conocido como el Regional. “Yo conocía al señor Palmerino que trabajaba en el hospital –cuenta– y le dije que me gustaría ser voluntaria, él intercedió y me presenté ante la jefa del voluntariado”.
Empezó a trabajar para la organización Damas de Rosa (como se conoce al servicio de voluntarias del hospital) y permaneció mucho tiempo allí, hasta que decidió tomar otro rumbo dentro del mismo camino: “Hace varios años que dejé de ser una Dama de Rosa, pero siempre seguí como voluntaria dentro del hospital”.
Junto con Marta Piedecasas de Crosetti (que fue entrevistada para esta misma sección hace dos semanas) se dedicaron a hacer su trabajo social en el servicio de Salud Mental, “porque era un lugar donde nadie quería ir”, sostiene Julia: “Nosotros creíamos que ése era el lugar adonde teníamos que ir”, insiste.
Su tarea en ese espacio era, fundamentalmente, de acompañamiento: “Nos sentábamos con ellos a charlar, nos reíamos, empezamos a festejar el Día del Amigo, las Pascuas, los llevábamos cada 15 días al Parque Borchex a tomar mates. Además, tratamos de conseguirles las cosas que necesitaran. Más adelante, les hicimos un parque dentro del predio del hospital para que pudieran disfrutarlo, después hicimos una parrilla, y compramos mesas y sillas”.
Una vez que esa actividad había ayudado a mejorar la permanencia de los pacientes en el hospital decidieron trabajar, junto con el equipo profesional, en la externación de los mismos: “Empezamos a ocuparnos para que mucha de esa gente pudiera volver a insertarse en sus propias casas. Primero iban media hora, después una, más adelante un rato más, hasta que se quedaban a dormir un día, dos, y finalmente regresaban”, resume.
A partir de esta iniciativa en Salud Mental, siguió colaborando en otros sectores del hospital y en la actualidad se encuentra trabajando, también, con las asistentes sociales del nosocomio.

Más solidaridad

Pero el trabajo social de Julia no se agota en el hospital. Ella forma parte de la asociación Crecer Juntos, un grupo que impulsa y desarrolla diferentes proyectos solidarios. Con esta organización pudieron comprar aparatos de aire acondicionado para el hospital.
Además, trabaja en una agrupación local que ayuda a mujeres con cáncer de mama: “En este grupo se juntan todas las personas que quieran ir a conversar del problema que tienen, porque no es algo fácil de hablar. Entonces estamos con ellas, les damos contención y las acompañamos”.
Pero también se ayuda a las personas que tienen esta enfermedad y, por sus escasos recursos, se les dificulta sobrellevar su situación y seguir todos los procedimientos médicos.
“Por ejemplo –dice Julia– una persona había terminado con la quimio y debía empezar un tratamiento con rayos, algo que no se podía hacer en el hospital porque se había terminado la pastilla, que es muy cara, y el Gobierno no mandaba otra. Le habían dicho que fuera a Pergamino, pero no tenía dinero suficiente como para viajar todos los días y mucho menos quedarse a dormir allá. Resulta que las chicas que están con nosotros y trabajan en el Municipio encontraron que seis años antes se había firmado un contrato con el Sanatorio, que iba a darles las prestaciones necesarias a personas sin recursos. De esta manera, se pudo hacer el tratamiento. La idea es buscar soluciones. El problema es cuando la persona enferma es pobre, porque los que tienen dinero pueden hacer otras cosas”.
Como si todo esto fuera poco, Julia también está embarcada en un proyecto para instalar una unidad de Cuidados Paliativos en el Hospital. De concretarse este anhelo, allí habrá un médico, una asistente social, enfermeras y voluntarias.
Si bien reconoce que esta iniciativa “recién arranca”, sostiene que, probable, antes de fin de año pueda estar en marcha: “El jueves 17, el doctor Néstor Nardachione, médico oncólogo, va a presentar esta propuesta en el hospital”, remarca entusiasmada.

El trabajo social

Julia asevera que “hay mucha gente que necesita ayuda”, pero rescata que “también hay muchas personas dispuestas a ayudar”.
Y al momento de analizar por qué ella tiene esta actitud solidaria con el prójimo, no duda: “Yo me preparé para esto, para ayudar. Hace muchos años, con Marta Piedecasas, hicimos un curso de capacitación en Cuidados Paliativos en el Hospital Udaondo. En ese entonces yo trabajaba de noche cuidando una señora, salía un rato antes de las 8 de la mañana, tomábamos el colectivo a Buenos Aires, llegábamos al mediodía, tomábamos un remís hasta el Udaondo, a la una comenzaba el curso y salía a las cuatro, volvíamos en remís y a las seis tomábamos otro micro a Junín, que llegaba a las 10 de la noche y yo me iba directo a trabajar. Así durante un mes. Pero ese sacrificio lo hice porque era lo que a mí me gustaba y me gusta”. Comenzó ayudando “de a poco” y se fue involucrando cada vez más. “Creo que Dios me ayuda a mí para poder hacerlo, porque es una actividad desgastante”, dice, y amplía: “Yo le pedí a Dios que me ayudara a poder separar las cosas y hasta ahora lo puedo lograr”.
Según dice, le provoca “mucha alegría” cuando ve bien a las personas a las que ella les da una mano: “Esas personas me buscan para que yo las abrace porque los abrazos son sanadores. Por eso a mí me gusta abrazarlos. Es sencillo: cuando un chico llora mucho se lo calma abrazándolo, ni siquiera hay que hablarles, solamente hace falta que se sientan los latidos de ambos corazones”.
Con todo, al momento de hacer un balance, Julia Franco se muestra satisfecha: “Creo que he ayudado a mucha gente y me lo agradecen. Yo siempre les digo que el día que yo me muera no quiero flores ni nada por el estilo, simplemente que hagan una esquela, un papelito para mis hijos, en el que les digan qué fui yo para ellos. Solamente eso”.

COMENTARIOS