COMENTARIOS

Sínodo

Si yo fuera homosexual no querría compasión ni caridad.

Más de una semana atrás, 200 obispos se reunieron, produjeron un documento -un borrador llamado Relatio post Disceptationem- que decía: “Las personas homosexuales tienen dones y cualidades para ofrecer a la comunidad cristiana. ¿Estamos en grado de recibir a estas personas (...), aceptando y evaluando su orientación sexual, sin comprometer la doctrina católica sobre la familia y el matrimonio?”.
El asunto recorrió los periódicos, muchos de los cuales lo calificaron como un giro histórico. Días después, el documento definitivo consensuado por ese sínodo resumió todo a una frase tibia -“los hombres y las mujeres con tendencias homosexuales deben ser acogidos con respeto y delicadeza”- y se habló de “marcha atrás en las señales de apertura”.
Pero lo que yo quería decir era esto: ¿un grupo de gente descubre que las personas homosexuales tienen dones y cualidades, y lo saludamos como un giro histórico? ¿Qué hubiéramos dicho si los líderes de uno de esos regímenes político-religiosos que impiden a las mujeres votar y estudiar, por ejemplo, hubieran producido un documento que dijera, a modo de descubrimiento, “Las mujeres tienen dones y cualidades para ofrecer a la comunidad”? ¿Estamos en grado de recibir a estas personas?”. ¿Lo saludaríamos como un giro histórico, o estaríamos escandalizados, preguntándonos cómo puede ser que descubran lo obvio?  Se elogió el nivel de compasión y caridad de aquel documento en borrador. Si yo fuera homosexual no querría compasión ni caridad. Querría no abrir el diario y leer que un grupo de gente dice haber descubierto que tengo dones para ofrecer. Hay niños de cinco años, vecinos míos, que ya lo sabían. 

COMENTARIOS