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LA COLUMNA DE LA SEMANA

A prueba y error

Si la semana anterior quedó signada por el “surf” de Cambiemos, la concluida ayer transitó por el inevitable choque contra las olas que obliga a nadar nuevamente contra la corriente para buscar impulso.
Abortar la ofensiva legislativa para reducir el mandato de la procuradora general, Alejandra Gils Carbó; resignarse al retorno a Comisión del proyecto de ley de inversiones con participación pública y privada (PPP); y prepararse para dar una batalla difícil de ganar sobre el proyecto de Boleta Única Electrónica para las próximas elecciones legislativas, conforman las consignas de la hora.
Son traspiés, o eventuales traspiés, propios de la política. En particular, de un gobierno que carece de mayorías propias en ambas Cámaras del Congreso Nacional y que, por tanto, debe negociar acuerdos que siempre resultan costosos.
Y no parecen señales a las que se les atribuye demasiada importancia, al menos como para modificar un estilo de “hacer política”, fundamentado en el “a prueba y error” que es la operatoria elegida por el presidente Macri y sus principales asesores, el jefe de Gabinete, Marcos Peña, y el consejero ecuatoriano, Jaime Durán Barba.
El Gobierno avanza sin red en varias cuestiones que requieren de la aprobación legislativa, es decir de acuerdos previos que contemplan, inevitablemente, el “toma y daca” que preside cualquier negociación cuando no se cuenta con mayorías propias.
A veces le sale bien, y a veces, mal. El resultado no fue el deseado cuando se intentó nombrar jueces de la Corte Suprema por la vía de un decreto presidencial. Tampoco lo fue cuando se pretendió esquivar las audiencias públicas para adecuar el cuadro tarifario de los consumos de gas domiciliario y de electricidad.
No obstante, el Gobierno no cambia. Y no cambia porque no vive cada traspié con gravedad, sino con naturalidad, aun cuando duela por dentro. Mientras las encuestas den bien…
Es probable que le asista la razón aunque cualquiera sabe que cuando el cántaro va muchas veces a la fuente, las posibilidades de su rotura crecen proporcionalmente.
Y esas posibilidades de rotura, sin exagerar, ni alarmar, residen en la alimentación de problemas internos en el seno de Cambiemos y en la solidificación de un frente peronista como producto de la necesidad, más que de la voluntad.

Carrió
Hacia adentro de la coalición Cambiemos, los problemas son varios, pero uno surge como determinante. Es la “independencia” de la diputada Elisa Carrió, una suerte de fiscal de la República, a la que todo el mundo juzga como irreprochable a la hora de someterse al imperio de las leyes.
Carrió se opuso, en la semana que finalizó, a la sanción de una ley hecha a medida contra la procuradora general de la Nación. De ninguna manera se trató de una defensa de la controvertida Gils Carbó. No. La actitud de Carrió fue auto justificada en la estabilidad de las instituciones, indudablemente vulneradas si se sanciona una ley con nombre y apellido. Carrió prefiere el juicio político.
En otras palabras, no se cambia la ley para deshacerse de la procuradora, sino que se la juzga por el Congreso de la Nación.
¿Qué el resultado es, cuando menos, incierto? No importa. En el pensamiento y en la forma de actuar de Carrió, no es excusa. En todo caso, “pagarán” los precios de quedar “pegados” quienes imposibiliten el juzgamiento.
“Lilita” redobla apuestas. Por un lado, intenta poner -si el Gobierno sigue su consejo de juicio político- en aprietos al colectivo peronista ex kirchnerista. Por el otro, le dice al Gobierno que ella se planta y que si la quieren dentro de Cambiemos nunca deben vulnerar los límites republicanos.
Para cualquier observador, el comportamiento de Carrió era previsible y hasta anunciado. Para el Gobierno, parece que no. O si lo era, prefirió correr tras el albur de algún olvido o cosa que se le parezca, habida cuenta del momento algo crítico en la salud de la diputada.
En todo caso, no parece claro si existe o no algún mecanismo de consulta entre los socios en la coalición Cambiemos.
La semana también dejó en las noticias, la constitución de la mesa de Cambiemos a nivel nacional. La integran los cinco gobernadores provinciales de la Coalición: los dos del PRO de la ciudad y la provincia de Buenos Aires y los tres radicales de Corrientes, Jujuy y Mendoza.
También los presidentes de los partidos que la integran y los titulares de los bloques legislativos nacionales. Más Ernesto Sanz, sin cargo electivo, ni representación partidaria.
Queda por verse si la Mesa conformará un ámbito de debate o solamente un lugar donde se diriman candidaturas ante un año electoral a punto de comenzar.
Si es lo primero, Carrió no deberá más actuar por afuera para encarrilar las cosas según su leal saber y entender. En caso contrario, momentos como el de la semana anterior corren el riesgo de resultar repetidos.
Desde el radicalismo, quizás con bastante menos repercusión, la situación resulta parecida. Trascendió solo lo necesario, pero el portazo del presidente del bloque de diputados, el cordobés Mario Negri, en ocasión del intento de ampliar la representación legislativa, no fue en zaga de las decisiones de Carrió.
La ampliación de la cantidad de legisladores no contradecía la Constitución, ni las leyes electorales. Pero resultaba inoportuna a los ojos de la ciudadanía que atraviesa por momentos complicados en materia de ingresos y de actividad económica. Y más inoportuna aún porque se trataba de un acuerdo del PRO –no de Cambiemos- con el massismo.
En síntesis, parece aproximarse el momento en el que el Presidente, Peña y Durán Barba deben decidir si Cambiemos es una coalición de gobierno o solo un acuerdo electoral. No en el reparto de puestos que algunos reclaman, sino en las decisiones políticas que regulan la marcha del Gobierno.

Peronismo
No parece demasiado significativo a los ojos del gran público, sin embargo el resultado de la votación inminente en el Senado sobre la boleta electrónica con chip o sin él para el voto en las próximas elecciones legislativas, amenaza con modificar el espectro político de la oposición.
El gobierno de Cambiemos aparece como “plantado” en la intención de adoptar el sistema que permite realizar un conteo electrónico a partir del chip. Quienes se oponen, argumentan que dicho conteo bien puede resultar alterado por hackers y, por ende, postulan un voto electrónico pero con conteo manual.
Quienes se oponen, claro, anclan sus raíces en el peronismo.
Aquí es donde comienzan las especulaciones.
Queda en claro, que el peronismo kirchnerista, el PK como acaban de bautizarlo unos afiches de homenaje a Néstor Kirchner que llevan la firma del intendente de Moreno, Walter Festa, y del diputado provincial, José Ottavis, se parará desde la vereda de enfrente. Oposición cerrada, así lo determinan.
Las incógnitas vienen después. En lo que podría llamarse el Peronismo Peronista (PP) que, en la Cámara Alta, encabeza el senado Miguel Angel Pichetto y en el Peronismo Renovador (PR) que responde a Sergio Massa.
No se trata solo de “marcarle la cancha” al oficialismo. Se trata de un anticipo de la actitud a tomar frente a las legislativas de medio mandato.
¿PK, PP y PR unificarán criterios? No es sencillo, pero no es imposible.
Nada impide soñar con ello. O, mejor dicho, algo sí lo impide: la definición de un jefe detrás del cual se aglutine toda, o la mayor parte, de la dirigencia. Dos de esos jefes en competencia aparecen como definidos: Cristina Kirchner por el PK, y Sergio Massa por el PR. Resta saber quién será el convocante del PP.
Hoy por hoy, Cristina Kirchner y Sergio Massa residen en las antípodas. Pero cuanto vale hoy, no vale para mañana. Así como no valió para ayer, cuando Massa hizo su carrera de la mano del kirchnerismo o cuando se atrevió a desafiarlos y les ganó en el 2013.
Del lado del PP, juegan en el medio. No desdeñan al PK, aunque sí a la Kirchner y no niegan un mañana junto al PR, si la cuestión territorial resulta determinante. Es que se trata de varias provincias frente a un puñado de intendentes bonaerenses del PR.

Escenarios
Más que obvio resulta que el Gobierno juega sus cartas a la división del peronismo en tres, en particular en la provincia de Buenos Aires. Que Massa, Randazzo y la propia Kirchner o Scioli, en su defecto, concurran por separado, permite imaginar un triunfo casi seguro para Cambiemos.
En caso de verificarse, la victoria de Cambiemos resultará útil para mejorar las representaciones legislativas, tanto en Nación como en Provincia de Buenos Aires, y muy útil en el hipotético caso de un oficialismo que supere el 50 por ciento de los sufragios.
Pero, aun en ese caso, será importante echar una ojeada sobre el eventualmente “derrotado” peronismo.
Es que quien resulte segundo, en la general, será quien con mejores chances cuente a la hora de unificar al peronismo.
Pesa allí, el valor del rol opositor desempeñado. Massa cuenta en su haber con su triunfo del 2013 y con su garantía de gobernabilidad para Cambiemos.
Su problema consiste en que su victoria del 2013, de nada le sirvió en el 2015 y que su cercanía con Cambiemos puede resultar una hipoteca a la necesaria hora de diferenciarse.
Massa puede restar algunos votos a Cambiemos, sobre todo si la situación económica no mejora pero difícilmente, a priori, pueda incorporar a los votantes k, aún si se diferencia lo suficiente con el Gobierno. Es más, si viniesen los votos k, espantarían a sus propios votantes.
De su lado, la vigencia de los PP queda asegurada por los votos en el interior del país, con o sin triunfo de Cambiemos. Cuentan con la ventaja de quienes se mueven por el medio. Claro que en este conglomerado, la definición que resta no es solo conocer quién encabezará el peronismo, sino quién representará al propio PP ¿Urtubey? ¿Randazzo? ¿Algún tapado?
Y queda el PK, con montones de problemas judiciales, causas que involucran a más de 60 ex funcionarios, pero con un voto duro garantizado que orilla, hoy por hoy, el 25 por ciento del padrón en la provincia de Buenos Aires.
El efecto que desea el Gobierno es el de vencer a un peronismo dividido en tres en la provincia de Buenos Aires. El que no debería desear, aún si logra ese resultado, es el de un kirchnerismo que resulte segundo.

Consecuencias

Con un kirchnerismo que resulte segundo en la general y primero en la eventual del peronismo –interna, PASO o externa-, la posibilidad de atracción no es demasiada si la figura central es la Kirchner.
El candidato fracasado y pésimo ex gobernador de Buenos Aires especula con que el regalo le caiga, otra vez, del cielo. Tanto especuló Scioli en el pasado inmediato que logró un “éxito” impensable en el peronismo. Perder la Nación y la Provincia en un único acto. Solo el fenómeno Raúl Alfonsín había logrado, en 1983, semejante hazaña.
Pero, la sucesión tiene nombre y apellido: Máximo Kirchner. No es mucho lo que exhibe para ser ungido como tal, pero eso no es importante a la hora de juntar adeptos. Plata y apellido, todo lo suplen. Igualito que los conservadores de antes de la Ley Sáenz Peña.
¿Qué no tiene ángel? Bueno ¿Para qué está Bergoglio?
Alguien puede decir que es un repartidor serial de rosarios. Antes Milagro Sala, ahora Alejandra Gils Carbó. Pero, la pregunta central es más que nada histórica alrededor del primer Papa argentino.
¿Cuál era la razón por la que el cardenal Bergoglio se oponía a los Kirchner? ¿Y cuál es la razón por la que no para de bendecirlos ahora?
¿Es acaso que antes prefería otras opciones dentro del “universo” peronista? ¿Es que ahora prefiere cualquier peronista antes que Cambiemos? Tal vez el Papa argentino soñó alguna vez con un futuro político en su juventud. Claro está que prefirió el sacerdocio ¿Por qué no complementar lo uno con lo otro ahora que es el hombre más influyente de la Iglesia universal?
No, claro. No se trata de dejar los hábitos. Simplemente de ser el hombre que toma las decisiones en la Argentina. El recuperador del anacronismo de la mezcla entre Estado y religión.
Después de todo, el kirchnerismo es la variante peronista que le ofrece la mayor confusión entre Estado, partido, grupo político e intereses individuales que se recuerde desde la organización nacional en 1853.
Y es a la vez la que más necesita de bendiciones que en mucho se asemejan a la impunidad.
Sí, no es impensable. Máximo, o alguno de ellos, al gobierno, Francisco al poder. Populismo al mango.

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