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LA COLUMNA INTERNACIONAL

Vladimir Putin se lleva a Crimea

El parlamento de la República Autónoma de Crimea, parte integrante de Ucrania, decidió la convocatoria a un referéndum para el próximo 16 de marzo –diez días- a fin de que los ciudadanos del país se pronuncien sobre una inmediata unión con Rusia o un retorno a la Constitución de 1992 que, de hecho, acordaría una autonomía reforzada a la región.
Los antecedentes sobre la cuestión son por demás confusos. El 27 de febrero pasado, víspera de la innegable y, a la vez, negada invasión rusa, en la capital de Crimea, Sinferopol, un número impreciso de diputados pro rusos votó el llamado a referéndum.
La sesión se llevó a cabo mientras el edificio estaba en manos de un misterioso comando armado. En esa “sesión”, los presentes eligieron al pro ruso Serguei Axionov, legislador por un partido minoritario, como primer ministro. Todo a la vez. Obviamente, el gobierno de Kiev no lo reconoce.
El referéndum fue previsto para el 25 de mayo, pero a medida que los hechos se aceleraban pasó para el 30 de marzo y ahora, golpe de timón, para el 16 del corriente.
Todo se hace con una premura desmedida. Todo marcha a pedir de Putin. Occidente anticipó que no reconocerá el resultado de la consulta. Obviamente, el actual gobierno ucranio tampoco.
Pero, nadie en la comunidad internacional –salvo la Venezuela de Chávez-Maduro y la Nicaragua de Ortega- reconoce a las pro rusas Repúblicas de Abjasia y de Osetia del Sur separadas ilegalmente de Georgia y eso, a Putin, lo tiene sin cuidado, al punto que mantuvo una guerra de una semana con Georgia cuando esta última intentó recuperar esos territorios, ante la mirada paralizada de Occidente.

Orígenes

El otro “granero del mundo”, Ucrania, vive desde fines del año anterior un proceso de convulsión que se manifestó con la presencia permanente de miles de opositores al gobierno de ViktorIanoukovich en la calles de Kiev, la capital, y otras ciudades.
Múltiples son las claves del conflicto ucraniano aunque la que desembocó en la actual crisis fue la decisión de Ianoukovitch de abortar las muy avanzadas negociaciones de asociación con la Unión Europea (UE)  para cerrar, en su lugar, una alianza con Rusia y su integración al futuro espacio de Eurasia que intenta conformar el presidente ruso Vladimir Putin.
No menores resultan las consecuencias del acercamiento a uno u otro bloque. Para los manifestantes que acampaban en la plaza Maidan, Eurasia representa el autoritarismo que encarna Putin mientras que Europa implica el estado de derecho y las libertades públicas.
Pero, además está el factor étnico. La población étnica ucraniana es mayoritaria -78 por ciento- pero convive con un 17 por ciento de rusos concentrados en el este del país. De allí proviene Ianoukovitch y su partido de las Regiones.
En frente, está la momentánea convivencia de nacionalistas, liberales y socialdemócratas que debate su rechazó el ofrecimiento para integrar el gobierno formulado por el acorralado Ianoukovitch, tras su frustrado intento de doblegar la protesta con leyes represivas.    
Y todos se metieron, aunque  ahora todos digan lo contrario y le endilguen el problema a Rusia. Se metió la Unión Europea y, fundamentalmente, Alemania, en apoyo de los manifestantes. Se metió Rusia, en apoyo del gobierno con promesas de dinero. Y se metió Estados Unidos aún a riesgo de disputar influencia sobre el movimiento contestatario con los europeos. La crisis ucraniana es también una crisis geopolítica.
Inevitable en cualquier crisis: el factor económico. Escasez de reservas, balanza comercial deficitaria y bajo crecimiento económico. Una precaria situación que impide el financiamiento en los mercados de capitales.
Rusia ofrecía préstamos y tarifas reducidas de gas, Europa poco más que palabras. Para Ianoukovitch no hay dudas: Rusia. Para los movilizados: libertad.

Bambalinas

Pero, todo cambió de golpe, salvo la voluntad de los acampantes en la plaza Maidan que demandaban la renuncia de Ianoukovitch. Y es que Ianoukovitch se fue. Huyó para algunos, se refugió para otros. Como sea apareció a los pocos días en la ciudad rusa de Rostov del Don para afirmar que no había renunciado y que se fue porque su vida corría peligro. Después desapareció nuevamente.
Esa aparición de minutos cambió la suerte de Ucrania. Porque desde lo jurídico, los dichos del presidente exiliado dejaban en claro que se trataba de un golpe de Estado para quién así lo quisiese interpretar. Y, obviamente, quien así lo interpretó fue Vladimir Putin.
Poco importa la destitución legal de Ianoukovitch por parte del Parlamento. En todo caso resulta un conflicto de poderes. Siempre, absolutamente siempre que existe conflicto de poderes solo se resuelve por la fuerza, dado que la legalidad deja de existir.
Y, así como la fuerza –en este caso su no empleo- determinó que la oposición se quedase con el poder en Kiev, fue la fuerza la que hace a la casi indetenible separación de Crimea.
Claro que existe una diferencia. En Kiev, los mandos militares ucranianos resolvieron ser prescindentes frente a la nueva legalidad, mientras que en Crimea los mandos militares actuaron de manera previa a la instauración de una legalidad distinta. Peor aún, no se trata de mandos militares ucranianos sino oficialmente desconocidos. Obviamente son rusos. No usaron insignias, ni identificaciones para evitar la palabra invasión.
Luego sobrevino la misteriosa reunión del Parlamento de Crimea y su ultra apurada resolución de llamar a referéndum para el 16 de marzo.

Putin

Como en la crisis siria, Putin nuevamente es el actor principal. Es él quien mueve los hilos. Es él quien aprovechó la crisis. Y será seguramente él quien la desactive.
Si puede irá a fondo. Es decir, recuperará Crimea para Rusia. Debe emplearse el verbo recuperar porque Crimea fue un regalo que NikitaKrushev –ucraniano de nacimiento- hizo a Ucrania en 1954, poco después de la muerte de José Stalin.
La península fue un khanato del Imperio Otomano hasta su incorporación por la fuerza a Rusia en 1783. Sus habitantes son los tártaros de Crimea, deportadosmasivamente por Stalin en 1944 -como castigo colectivo por el apoyo de algunos de ellos a los nazis- junto con las otras minorías que la habitaban: armenios, búlgaros y griegos. Se calcula que el 46 por ciento de los deportados murieron por inanición.
Se trató de una limpieza étnica ya que en reemplazo de los deportados, miles de rusos fueron autorizados a vivir en la península. Sus descendientes son los rusos que hoy reclaman la unión de Crimea a Rusia.
Si Putin no gana en toda la línea, procederá a inventar una Crimea independiente o casi totalmente autónoma de Ucrania.
Putin fuerza la mano y después negocia. Pero negocia con la debilidad de los demás. Mientras el empleó la fuerza para ocupar Crimea, a los europeos y a los norteamericanos ni se les ocurre amenazar con una respuesta militar y solo sancionan casi de manera simbólica.
Es probable que todos finalmente queden conformes. Putin porque se llevó a Crimea y sobre todo porque nuevamente como en Siria o en Sochi es el hombre que cree y proclama la grandeza de Rusia.
Los europeos porque salvarán la fachada con la solicitud de Ucrania de ingresar a la Unión Europea. El nuevo gobierno ucraniano porque realizará su vocación europea aún a costa de perder una Crimea, donde los ucranianos étnicos son muy pocos.
Solo quedarán disconformes los miembros de la Unión Europea con frontera con Rusia como Polonia y los estados bálticos: Letonia, Lituania y Estonia que ven como nadie reacciona.
Y queda Obama. Afuera, como ya casi siempre. Simplemente recogerá alguna flor interna porque no interrumpió la tranquilidad del país con aprestos militares. Algo en lo que están de acuerdo hasta los belicosos republicanos. Porque, después de todo, con Rusia no se juega. Y con Putin, menos.

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