Detalles escalofriantes de un hecho atroz

Argentino Pelozo Iturri había sido trasladado desde el penal de Ezeiza hasta la Unidad 9 de Neuquén tres días antes de morir. Viajó lastimado, esposado y en camión, sin paradas, sin ventilación ni comida y de manera irregular: nadie avisó de la “mudanza” al juez Sergio Delgado, a cargo de su causa, que era quien debía aprobar el cambio de lugar. Tampoco avisaron a los familiares del detenido. El hombre, de 38 años, había caído por asesinar a un policía 20 años antes. “El Rengo argentino”, como se lo conocía en las cárceles, ya había estado en el penal de Neuquén en 1996. En condiciones irregulares, el 5 de abril de 2008 volvió a cruzar los barrotes de esa prisión federal y el 8 salió, pero muerto. La autopsia original decretó “muerte súbita”. Pero el hecho nunca terminó de cerrar para los investigadores de la Procuración Penitenciaria Federal (PP). Rodrigo Borda, uno de los abogados del organismo estatal que integró la querella contra los acusados, celebró la decisión del Tribunal de condenarlos. La historia de la muerte de Pelozo Iturri es una cadena negra de impunidad, omisiones, adulteraciones de la autopsia, aprietes e incluso otra misteriosa muerte antes del juicio iniciado en octubre: la del testigo clave, el único preso que vio cómo mataban a golpes a su compañero de pabellón.
Aquel día de abril en que Pelozo Iturri volvió a Neuquén parecía que lo estaban esperando. Los agentes penitenciarios de Ezeiza lo despidieron con una tremenda golpiza que le lastimó las piernas al punto de que casi no podía caminar.
Los colegas de Neuquén lo recibieron con lo que en la jerga carcelaria se llama “bienvenida”: un combo de tortura apañado por las autoridades que consiste en golpes, patadas y la “bomba de agua”, manguerazo de agua helada sobre el cuerpo desnudo del recluso en la intemperie patagónica.
Después fue encerrado en un “buzón” del pabellón 10 de aislamiento y lo sacaron para matarlo 72 horas más tarde, aunque la excusa oficial fue que el detenido tenía un brote psicótico y buscaban “auxiliarlo y salvarle la vida”.
Pero los presos de las celdas contiguas escucharon ruidos: golpes contra un cuerpo, los escudos de los penitenciarios contra el piso y las paredes, bastonazos, arrastres, gritos y la voz del “Rengo argentino” que suplicaba “no me peguen más”.
Sin embargo, Vergara, John y Muñiz, que lo fueron a buscar al “buzón”, alegaron que los golpes se los infligió él solo contra el piso y las paredes, a pesar de estar esposado, y que luego se cayó de una escalera y se desvaneció en la enfermería. En el pabellón 11 un detenido vio cómo lo sacaban al pasillo entre “ocho o diez penitenciarios” y declaró que vio cómo lo subían por la escalera hacia la enfermería a los golpes y con bastonazos en el cuello. “Ese día sentí la presencia de la muerte”, dijo en el juicio. Otro preso que aquel 8 de abril recibía visitas en el patio central del penal atestiguó que escuchó a Pelozo Iturri gritar “no me peguen más, me van a matar”.