En el corazón de Buenos Aires, entre los acordes nostálgicos y los pasos precisos de la danza, un grupo de personas con Párkinson encuentra en el tango una inesperada forma de terapia. En la milonga El Beso, los abrazos se convierten en puentes para mejorar la coordinación, la confianza y la calidad de vida.
Este taller nació en el Hospital Ramos Mejía y evolucionó hasta convertirse en una experiencia comunitaria. Dirigido por los bailarines y danza terapeutas Verónica Alegre, Laura Segade y Manuco Firmani, la iniciativa fusiona la pasión por la danza con estrategias terapéuticas que han demostrado beneficios en el equilibrio y la movilidad de los participantes.
Las clases comienzan con ejercicios de relajación y conciencia corporal. Luego, los participantes practican los movimientos esenciales del tango: el abrazo, la caminata y la sincronización con el compañero. Para quienes enfrentan dificultades con la marcha hacia atrás, el tango ofrece una oportunidad única de entrenamiento funcional, que puede trasladarse a actividades cotidianas.
La neuróloga Nélida Garretto, junto con su equipo médico, enfatiza la importancia de combinar el tratamiento farmacológico con estrategias complementarias como el tango. Según sus estudios, bailar implica una activación multi sensorial que favorece la coordinación y el control del movimiento.
Los testimonios de los alumnos reflejan el impacto positivo del taller. Manuel, quien hasta hace poco utilizaba bastón, ha recuperado estabilidad y confianza en sus desplazamientos. Carmen, que nunca había bailado tango, encontró en la danza un espacio de libertad y conexión. La experiencia va más allá del baile: en la milonga, los participantes no son pacientes, sino bailarines que desafían la enfermedad con cada paso.
Con cada clase, el tango se reafirma como más que una danza: es una herramienta para la rehabilitación, un arte que abraza y una comunidad que sostiene.
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