El adoquín es considerado parte del patrimonio cultural de Junín.
El adoquín es considerado parte del patrimonio cultural de Junín.
IDENTIDAD CULTURAL

El adoquinado juninense: una historia centenaria que sobrevive al paso del tiempo

A lo largo de los años, el empedrado aguantó los rigores climáticos, el traqueteo de carros y tranvías; soportaron construcciones y hasta destrucciones varias. Sin embargo, nuestra ciudad conserva, hasta el día de hoy, varias de sus calles adoquinadas desde hace más de 105 años como una forma de ratificar que el adoquín es sinónimo de vida y pasado.

Los adoquines en Junín revelan una historia centenaria que empezó a escribirse allá por 1919, cuando el único tránsito que soportaban era el de los carros y los pasos de los primeros vecinos.

El proceso de transformación de las calles de tierra de Junín inició con el adoquinamiento de 65 cuadras del sector céntrico. Actualmente, los primeros empedrados persisten al paso del tiempo en los barrios Pueblo Nuevo y El Picaflor. 

Desde aquella época y hasta el día de la fecha, el adoquín continúa siendo parte integrante del patrimonio arquitectónico y cultural de nuestra ciudad. 

La arquitecta Laura Franco, subsecretaria de Planificación Urbana y Patrimonio del Gobierno de Junín, dialogó con Democracia y sostuvo que “el adoquín es caracterizador de los entornos urbanos y sumamente importante”. “Actualmente está impermeabilizado por completo; es una superficie que guarda un poquito más de permeabilidad que el asfalto. El adoquín te caracteriza un lugar desde un punto de vista urbano. Pueblo Nuevo es Pueblo Nuevo completo con sus arboleras y con su adoquinado; y lo mismo sucede con el barrio El Picaflor, que también tiene esa caracterización completa”, explicó. 

Por otro lado, Franco hizo referencia al armado urbano y a cómo tener “corredores de circulación primarios, como lo es Primera Junta, donde se pavimentó con asfalto arriba del adoquinado. Eso te permite conservar el empedrado en lugares de circulación más lenta o más tranquila, es decir, en aquellos sectores donde hay una velocidad de escala más barrial”. 

La estrategia del Municipio, según relató, es “no modificar la estructura de aquellas calles donde está pavimentado con adoquines, pero sí intentar intervenir aquellas zonas donde hay hundimientos o donde los adoquines fueron mal colocados”.

“Tal es el caso de lo que ocurrió sobre la calle Lebensohn, donde había hundimientos. Las principales roturas se vienen dando por el tema del agua, y desde Obras Sanitarias se va recomponiendo ese adoquinado como estaba originalmente”, indicó Franco. 

Entre los puntos a favor de este tipo de pavimento, la arquitecta señaló que “permiten la reducción de la velocidad”. “Gracias a Dios, con el tiempo, se ha empezado a revalorizar al adoquinado”, remarcó. 

El adoquinado histórico sobrevive al paso del tiempo y es considerado como una riqueza ornamental que ha surgido en el origen mismo de la ciudad. El mismo ha logrado ser conservado y mantenido por variadas generaciones; sin olvidarnos de que también están aquellos vecinos que se manifiestan cotidianamente en contra de este tipo de pavimento. 

“Hay grupos de vecinos que odian los adoquines y buscan que los eliminemos, y también están aquellos que se muestran en defensa de este tipo de construcción. He escuchado decir que los adoquines te rompen el auto, que provocan caídas de motos, pero también es verdad que, en caso de quitar el adoquín, las quejas van a llegar por otro lado. Siempre va a existir un punto de conflicto en los temas que te gustan o no”, aseguró Franco. 

Los urbanistas no dejan de valorar la coexistencia en una ciudad de lo moderno -condicionado por la superpoblación, el transporte o la economía- con lo tradicional que merezca ser preservado y proyectado. 

Saben también, como lo han dicho los principales mentores del urbanismo, que toda nueva construcción debe estar condicionada por la sensatez, alejada tanto del vértigo como del quietísimo. No se trata, entonces, de promover una mayor velocidad en el tránsito vehicular, sino en evitar desplazamientos dificultosos, que pueden generar mayores riesgos en la circulación.

“En Pueblo Nuevo, por poner un ejemplo, quizás haya que resolver algunas cuestiones donde se han levantado adoquines por raíces de los árboles, donde, por ahí, se acumula agua; pero es algún caso puntual que necesita ser resuelto”, sostuvo y agregó que “lo contrario sería generalizar los conflictos de una calle de doble mano con alto tránsito a todas las calles adoquinadas, cuando lo que sucedió es que no resolviste ese caso puntual”. 

Por otra parte, la funcionaria municipal sostuvo que el adoquinado te permite entender cómo estaba la ciudad “hace 100 años y refleja, además, el paso de los años”. “Mirando el empedrado te das cuenta dónde estaban los sectores más viejos, más consolidados, y dónde empezaban los espacios más de quinta”, concluyó. 

“Hay que revalorizar al adoquín porque es eterno”

Adalberto Saturno es, actualmente, el presidente de la Sociedad de Fomento del barrio El Picaflor, pero desde hace 70 años que vive en aquella zona de la ciudad. “No conocemos lo que es el asfalto acá. Para nosotros el adoquín era algo importante porque la calle de tierra no era lo mejor”, indicó. 

Consultado sobre la opinión de los vecinos respecto a este tipo de pavimento que abraza las calles de El Picaflor, Saturno sostiene que nunca escuchó una queja por el empedrado. “El adoquín es útil, hasta para el drenaje del agua. Acá no hay tantas bocas de tormenta, porque no existían cuando se hizo el barrio, y el adoquinado hace que drene, entre adoquín y adoquín, el agua”, explicó. Y volvió a resaltar: “Nunca escuché un comentario negativo. Tenemos que saber aceptar dónde vivimos y dónde estamos”. “Acá en mi casa, en la de mi mamá, en la de mi hermana, nunca tuvimos ningún incidente, ni inundación, ni nada de esas cosas que la gente puede reclamar”, relató.  

Sin embargo, aclaró que “en caso de haber algún tipo de reclamo respecto al hundimiento de los adoquines, nosotros lo receptamos y lo llevamos al Municipio. Pero no ha habido”. 

“No hay muchas ciudades con adoquines y nosotros tenemos ese privilegio de haber tenido. Es una huella histórica de la ciudad. Debe tener más de 100 o 120 años. Hay que revalorizarlo porque es eterno”, opinó. 

Un poco de historia 

El desarrollo de Junín, desde fines del siglo XIX y principios del XX, fue notable. En nuestra ciudad, al impulso que otorgó el campo, se le sumaron los talleres ferroviarios, un factor clave que multiplicó el progreso. 

Los grandes avances edilicios ocurrieron principalmente a partir de 1900, con la construcción de íconos arquitectónicos actuales como el Palacio Municipal, la iglesia San Ignacio, el Círculo Italiano y tantos otros destacados edificios. Sin embargo, en ese contexto, las calles continuaban siendo de tierra. 

El progreso trajo el consecuente incremento del tránsito y la aparición de vehículos con motor, que fueron reemplazando a los caballos y los bueyes, surgiendo la necesidad de avanzar en el afirmado de las calzadas.

Fue en 1919 cuando la Municipalidad contrató a la empresa constructora Bruzzi y Lombardi para la pavimentación de 65 cuadras con adoquines de granito rojizo, abarcando la zona que va desde Lavalle hasta General Paz y desde Lebensohn hasta 25 de Mayo. 

Dichos trabajos cambiaron notablemente la fisonomía de la ciudad y rápidamente advirtieron que el pavimento debía extenderse, dado que zonas densamente pobladas ya en esa época, como Pueblo Nuevo o el actual barrio El Picaflor, permanecían con las calles de base natural.

Así fue como en 1926 el Municipio decidió ampliar la cobertura de pavimento en un 300%, con el adoquinado de 190 cuadras más en un plazo de dos años. Esta vez la contratista sería la Empresa Anglo Argentina de Afirmados, propiedad de Luis Finochietti y Miguel Eidelberg, que ya había hecho obras similares en las ciudades de Córdoba y Buenos Aires. 

La firma realizaba tareas de afirmado en granito, asfalto, madera y macadam, y también llevaba a cabo importantes obras en hormigón armado.

El trabajo en Junín debía incluir base de hormigón y cal hidráulica, con una terminación y apisonamiento igual al que se realizara en la Capital Federal.

Eidelbeng y Finochietti fueron los únicos empresarios del país en aceptar un trabajo de esta magnitud, dado que ninguna otra empresa provincial ni de la ciudad de Buenos Aires había efectuado hasta entonces una obra de esa índole en un solo contrato y en ese plazo.

La empresa era dueña de grandes canteras en la provincia de Córdoba, cercanas a las localidades de La Calera, Sampacho y Suco. La ubicación estratégica de las mismas, fuente de la materia prima, le permitía facilitar la logística y efectuar obras de gran valor muy rápidamente en toda la zona central del país.

El 10 de marzo de 1926 comenzaron los trabajos y se prolongaron por casi dos años, hasta fines de 1927. En esta oportunidad se utilizó afirmado de granito gris azulado, con una terminación más lisa que la de la primera pavimentación.

Las obras estuvieron supervisadas por el capataz general Ernesto Milanessi y los empleados principales Alejandro Rincón e Ignacio Eidelberg.

El avance alcanzó un ritmo de 3 cuadras por semana, lo que significó un nuevo récord para la empresa, teniendo en cuenta que se trabajó solo los días hábiles.

La gran mayoría de las cuadras adoquinadas en esta segunda etapa se han mantenido sin cambios hasta nuestros días. Pueden verse principalmente en Pueblo Nuevo y en El Picaflor.

Gracias a estos trabajos, a fines de la década de 1920 Junín ya contaba con más de 250 cuadras pavimentadas con granito, todo un récord para la época.

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